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"Mi hija ve la foto de la mamá y dice que la mataron. Es sólo una niña de dos años, eso no es justo"

29-08-2007 Reportaje

"Vivía en La Loma (Cesar) y trabajaba en la producción de aceite extraído de la palma de corozo - cuenta Rafael Enrique Siva -. Allí conocí a mi esposa. Nos casamos y nos fuimos a vivir a Codazzi (Cesar) en busca de un mejor porvenir".

 

©ICRC 
   
 
         

“Cierto día, me pidieron el favor de bañar y ensillar unos caballos. Yo sabía que esos caballos eran de un grupo armado. Aunque no quería hacerlo, me tocó. No tenía otra salida. Al día siguiente, llegó gente de otro grupo, me preguntó de quién eran los caballos, yo les conté lo que había pasado y decidieron llevarse las bestias. Cuando llegaron los dueños de los caballos se pusieron furiosos, me trataron muy mal y me dijeron que tenía que irme de manera inmediata de la zona”.

Angustiado Rafael decidió desplazarse con su esposa y sus dos hijos para Barranquilla. “Allí, luego de mucho luchar montamos una tienda que producía para vivir bien y para que a los niños, que ya eran 3, no les faltará lo necesario. Estuvimos como un año tranquilos. Pero un día recibí una llamada telefónica. Me decían que era un sapo y me amenazaron. Me asusté mucho pero seguí trabajando en la tienda para poder sacar adelante a mi famil ia”.

El 21 de marzo de 2006, Rafael regresaba a su casa acompañado de su esposa quien llevaba la bebe de 11 meses en brazos. “Unos tipos armados se acercaron y me dispararon dos tiros. Yo salí corriendo y mi esposa salió detrás. Infortunadamente, le pegaron un tiro mortal”.

“A los ochos días salí para Bogotá con mis tres hijos. Me recuperé de las heridas en un hospital y cuando salí llegué a la casa de una hermana, estuve como cinco meses pero los niños molestaban mucho y uno sin aportar un peso, era muy complicado. Decidí enviar los dos niños mayores – de 6 y 7 años - a casa de la abuela materna en La Loma (Cesar)”.

Cuando Rafael llegó a Bogotá en el hospital en donde lo atendieron le dijeron que fuera a la Cruz Roja Internacional que ellos daban ayuda a las familias desplazadas. “Llamé y me dieron una cita enseguida. Me reuní con ellos les conté mi caso y me entregaron ayuda por seis meses. Fue muy útil porque yo estaba en proceso de recuperación de las heridas y no podía trabajar.”

“Ahora estoy con la niña, - tiene dos años - y comparto dos habitaciones con unos primos. Estoy tratando de salir adelante pero no es fácil. Mi hija recuerda todo y cuando ve la foto de la mamá dice que la mataron señores armados. Es solo una niña de dos años, eso no es justo”.

Rafael Enrique, no piensa regresar. Aunque la separación de sus hijos lo mantiene muy triste, no encuentra otra salida por ahora, él debe trabajar. “Si la mamá viviera estoy seguro que no los enviaría a ninguna parte, ella los tendría como fuera. Las mujeres manejan mejor estos asuntos”.