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Emergencia humanitaria : Las mujeres y los niños primero

27-03-2002por Gabriela Baby

  El trabajo publicado a continuación fue distinguido en el "Premio de periodismo humanitario Henry Dunant" organizado por la delegación regional del CICR para el Cono Sur .  

     

  3º premio, categoría "periodistas"  

     

Nota: La publicación de textos de autores que no pertenecen al CICR se hace bajo su exclusiva responsabilidad y/o de las institución(es) a que representan; por lo tanto, no constituyen ni pueden ser interpretados como tomas de posición del CICR

     

  Emergencia humanitaria : Las mujeres y los niños primero  

     

  Refugiados desahuciados, víctimas de la guerra, el desabastecimiento y la falta de agua engrosan los números cotidianos de la catástrofe de Afganistán.  

Las cifras en miles y en millones anestesian cuando se repiten en la crónica diaria. Las fotos -con su valor expresionista- traducen en clave ar tística el hambre y la tristeza. Ambos mecanismos distancian el dolor, la sensación de permanente falta y la angustia de los protagonistas. ¿Cómo acercarse a quienes sufren día a día el padecimiento inmediato de la guerra?

Antes del bombardeo norteamericano, se calculaba que había 7.000.000   de personas vulnerables dentro de Afganistán o refugiadas en sus alrededores. La sequía de más de tres años se suma en estos días a la inclemencia del invierno. Los daños de una guerra que, con diferentes enemigos, lleva décadas se multiplican bajo el bombardeo de las fuerzas extranjeras. En este momento cualquier cálculo preciso de los civiles que sufren el desastre queda superado día a día.

Pocos días antes de iniciar los ataques aéreos contra los talibanes, George Bush había anunciado el envío de ayuda humanitaria por la cantidad de 320 millones de dólares a refugiados afganos dentro y fuera del país. Y, junto con los bombardeos, llegaron algunas (escasas) provisiones. La CNN mostró las imágenes de las bolsas - estampadas con la sigla USA sobre un fondo de rayas rojas- que se repartieron en asentamientos civiles, junto con volantes de propaganda, destinada a un población que, en su enorme mayoría, no sabe leer ni escribir.

Para la Comunidad Europea el envío de ayuda humanitaria fue tema prioritario. Pero el comienzo de la guerra dificultó aún más el acceso a los asentamientos civiles. La imposibilidad de asistir a las poblaciones carenciadas sumada al retiro del personal extranjero en las organizaciones de ayuda que trabajaban en la región implica el ingreso en una emergencia humanitaria sin precedentes para la historia del mundo.

  Violencia cotidiana  

Las principales víctimas de esta catástrofe son las mujeres y los chicos (ver recuadro). Los campos de refugiados no hacen más que continuar el “feminicidio” iniciado por el gobierno talibán que prohibió a las mujeres trabajar, estudiar, lavar ropa en el río, caminar solas, viajar sin un acompañante masculino, usar tacos que hicieran ruido, ser asistidas por médicos hombres. Además de lapidar a presuntas adúlteras, fusilar a presuntas prostitutas y condenar al hambre a las miles de viudas que no contaban con un varón de la familia que pudiera garantizarles su alimentación y la de sus hijos. Se ha estimado que apenas una de cada ocho mujeres afganas accede a cuidados médicos durante la maternidad. Gestaciones y nacimientos se dan en condiciones de salud nunca controladas.

Pero vivir en el régimen era apenas menos peligroso que querer escapar. Durante la fuga de las zonas de conflicto o de las ciudades, el problema de seguridad de las mujeres afganas es delicado: muchas veces fueron víctimas de violaciones y apaleamientos, sin contar las largas jornadas de caminatas privadas de comida y agua. Y cargando con muchos hijos.

En el mejor de los casos, cuando lograron atravesar la frontera con Pakistán, el destino final son los campos de refugiados. Conglomeraciones de personas que instalan precarias carpas hechas con telas, sábanas, bolsas de arpillera, plásticos y mantas, sostenidas con palos que apenas las mantienen en pie. En algunos casos construyeron casas de barro que apenas las protegen de un clima impiadoso.

En estos asentamientos la vida cotidiana se asemeja a una temporada en el infierno. La escasez de comida es permanente, no hay agua potable y las enfermedades se multiplican. La mortalidad infantil aumenta cada día por la falta de alimentos y los escasos controles de salud. Además, la guerra y la sequía provocaron desabastecimiento, con el consecuente mercado negro donde los productos se cotizan a precios irrazonables. La especulación convive con el hambre. El tráfico de armas está a la orden del día y la vida en permanente ries go.

Una cronista de RAWA (Revolutionary Association of Women of Afghanistan) que visitó el campo de Akora Khattak, en Pakistán, pudo observar cómo una mujer de nombre Zuleikha lavaba su ropa en un recipiente y luego cocinaba con el mismo líquido. En los asentamientos de refugiados, el agua es un bien de lujo. Zarpullidos e infecciones de la piel surgen como efecto de la falta de higiene y la propagación de polvo en el ambiente. El jabón y las toallas femeninas pertenecen a otro mundo. Debido a la sequía, el viento de Herat que dura 120 días cada año, esta temporada arrastró más polvo que el habitual y muchas personas refugiadas sufrieron enfermedades en los ojos.

Además de las consecuencias en la salud fisica, los pobladores de los campos de refugiados están sujetos a grandes presiones psicológicas debido al miedo permanente y al estado de necesidad. Discusiones, peleas y quiebres se ciernen sobre estas familias. A pesar del esfuerzo de las organizaciones de ayuda, los controles médicos son escasos y en muchos casos llegan tarde.

En el campo de Herat, en Pakistán, se instaló la familia de Salam, una viuda proveniente de Ghoor, una zona agrícola del norte de Afganistán. Salam, que huía de la sequía, había perdido su ojo derecho, y sus dos hijos de 10 y 4 años estaban con serios problemas de nutrición. El mayor de ellos no podía caminar ni hablar debido a la gran debilidad. Pese a sus limitaciones físicas, el hijo de 10 años se dedica a mendigar. Si consigue algo, la familia come. Si no, pasan varios días sin alimento.

En el panorama caótico de la guerra, ACNUR, Cruz Roja, Save the Children y otras organizaciones no gubernamentales exacerban sus esfuerzos para paliar el hambre y las condiciones extremas de vida. La asistencia está principalmente orientada a los cuidados de la salud de las mujeres y su educación. Derechos humanos y derechos femeninos, los temas principales. En muchos casos, las mis mas refugiadas capacitadas pueden brindar orientación a las recién llegadas. En Beluchistán, una zona montañosa que se extiende en territorio de Irán y de Pakistán donde hay numerosos asentamientos de refugiados, se establecieron más de 60 centros de educación informal donde se dictan cursos de alfabetización.

En la misma zona se organizaron también planes de capacitación laboral y programas de soporte económico para que las mujeres puedan generar ingresos. En uno de estos programas trabaja Khairulnisaw, una viuda afgana madre de cinco hijas y tres hijos. Ella fue una de las primeras en recibir la ayuda del programa de microcréditos de la organización Save the Children. La mujer elaboraba a nivel familiar un pan típico de la zona norte de su país. Con un préstamo de la organización pudo obtener mayor cantidad de harina y otros materiales para ampliar su fábrica. Próximamente podrá empezar a manejar su negocio de manera independiente.

  Armas sí, juguetes no  

En los campos de refugiados, los chicos viven el peligro de muerte como una experiencia cotidiana. Debido a las paupérrimas condiciones de salud y al hambre, están en permanente riesgo de contraer una enfermedad mortal. Desnutrición, diarrea, fiebre alta, gripe, resfríos, falta de calcio y anemia son causas usuales de muerte entre la población menor de edad.

En muchos casos, niños pequeños conocen cabalmente el funcionamiento de algunas armas, pero no recuerdan haber usado un juguete. Hay gran cantidad de huérfanos y chicos perdidos que no saben sus nombres ni sus edades. Tampoco saben que existe un mundo sin guerra.

En el campamento Akora Khattak, de Pakistán, que alberga a más de 10 mil familias, viven Sherin Agha, con su marido y seis hijos. Un cobertor de plástico es su techo o su alfombra, alternativamente. La hija menor del matrimonio, de un año y m edio, sufre de fiebre periódica: las altas temperaturas persisten en el fatigado cuerpo de la niña durante varios días, frente a la resignación de sus padres. Los Agha no tienen dinero para comprar tabletas antifebriles porque invirtieron sus ahorros en el transporte para llegar al campo de refugiados. El interés central del matrimonio es obtener alimento para sus hijos.

Las ONG trabajan en la implementación de programas masivos de vacunación y de escolarización. En las poblaciones de refugiados de Pakistán, más de 160 mil estudiantes acuden a centros de asistencia escolar primaria. El 30% son niñas. En estos centros educativos, que son en realidad improvisados carpones, se dictan clases especiales para enseñar a los más chicos a detectar y evitar minas terrestres, bombas subterráneas que son plaga en zonas de guerra y que provocan mutilaciones. Las organizaciones no gubernamentales se encargan de capacitar a los maestros para que puedan dictar clases en estas poblaciones y compromete a las mujeres refugiadas a que se dediquen a trabajar como maestras. En unas de esas clases de escritura, entre la sequía y la amenaza permanente, un niño afgano dejó correr su pluma de poeta:

“En nuestro país nadie llega a viejo

porque todos están agonizando.

¿Cuánto más durará esto?

Mi corazón está lleno de sangre.

Incluso si yo pudiera ser llevado

permanecería aquí escribiendo mis poemas

y coloreando las páginas con mis palabras”.

Toda acción humanitaria parece insuficiente para confortar en algo a estos chiquilines que corren por el barro, jugando a la guerra; a esas mujeres maltratadas. Lejos de los intereses que mueven la guerra, cada una de las miles de familias refugiadas amanece dispuesta a enfrentar el día, con el objetivo único de llegar con vida a la noche.

GABRIELA BABY

RECUADROS

     

  Horror  

* La tasa de víctimas civiles de las guerras contemporáneas ha ascendido en comparación con la de soldados, desde el 5% de la Primera Guerra Mundial a más del 90% actual. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el 80% de la población civil castigada durante los conflictos bélicos son mujeres y niños, entre los que hay un alto porcentaje de viudas y huérfanos.

* Desde hace 22 años, la guerra en Afganistán suma víctimas civiles cada día. Hasta septiembre, había 3.700.000 refugiados afganos en Irán, Pakistán, Rusia, Asia, Europa, Norteamérica, Australia e India. Pero las cifras se siguieron incrementando después del comienzo del conflicto bélico y nadie sabe cuándo ni cómo terminará el éxodo. Desde 1990, Naciones Unidas da asistencia a más de 2.200.000 refugiados afganos. Hasta la fecha de los atentados ocurridos en Estados Unidos, el trabajo fundamental de ACNUR consistía en dar albergue a las familias refugiadas y acompañarlas en un plan de repatriación. Actualmente la repatriación está fuera de los objetivos.

  Emergencia  

ACNUR ha puesto en marcha el mayor plan de emergencia desde la crisis de Kosovo en 1999. Según una estimación de ACNUR se necesitan 268 millones de dólares para cubrir las necesidades mínimas de los refugiados. Para esto llama a las organizaciones no gubernamentales y a particulares a que sumen sus esfuerzos en aras de evitar el mayor desastre humanitario de la historia del mundo.



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