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Argentina: "uno se niega a aceptar determinadas magnitudes de atrocidad"

30-08-2006 Reportaje

Bárbara Noailles es médica. Tenía siete años cuando, en octubre de 1976, su padre fue secuestrado en su lugar de trabajo, un taller mecánico de la ciudad de Buenos Aires, y desaparecido.

Mi papá desapareció el 15 de octubre de 1976. Era militante del Ejército Revolucionario del Pueblo. Un día lo fueron a buscar simultáneamente a su taller mecánico, y a la casa de mi abuela. Hoy, todavía hay muchas cosas sobre las que no puedo saber qué pasó, y muchas que no me acuerdo. Lo concreto es que mi viejo desapareció cuando yo tenía siete años.

Un vecino de mi abuela llamó a la policía porque vio que entraban a la casa personas armadas. La policía tardó cinco horas en llegar. De todas maneras, mi papá estaba en el taller y de ahí se lo llevaron en un camión, junto con un amigo escultor que tenía su estudio en el mismo local. Eso es lo que sabemos ahora, por los dichos del amigo de mi papá, a quien liberaron al día siguiente.

A mi papá se lo llevaron un viernes. Ese día, alguien llamó a casa para decir que lo habían secuestrado. A mí me dijeron que se había ido de viaje. Yo no recuerdo el momento en que me dijeron eso, pero sí recuerdo una conversación que tuve con mi madre, porque yo notaba algo extraño.

No me acuerdo cuánto tiempo después de la desaparición fue esa charla. Si pasaron tres días o pasó un mes o tres meses, no lo sé. Deben haber sido más de tres días, claro. La enfrenté a mi mamá y le dije: " Si papá está de viaje, ¿por qué ni me llama, ni me escribe? " .

 
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Yo estaba en quinto año de la facultad, tenía 22 años y estaba cursando psiquiatría. Por eso tuve que ir varias veces al hospital Borda, un importante hospital neuropsiquiátrico de Buenos Aires.
    La primera vez que fui, tuve una fuerte sensación de opresión. La segunda vez, participé en la entrevista a un paciente esquizofrénico que dijo que él estaba ahí porque le habían interceptado una carta "subversiva". En su delirio, no era la esquizofrenia la causa de su internación.
    Ese día yo salí pensando en lo que en realidad me causaba esa sensación de opresión.
   
¿Y si a mi viejo, en el medio de una sesión de tortura, lo habían dejado idiota y ahora no sabe ni quién es? Puede estar acá. Si lo pensaba racionalmente sabía que no podía ser, pero yo tenía esa sensación, porque no hay un cuerpo, no hay un momento que te permita decir "hasta ahora respira, y a partir de ahora no respira más".
   
Obviamente, existió ese momento, pero lo supieron solamente sus secuestradores, sus torturadores, el que lo arrojó de un avión. Yo no sé cuál fue el final. Y no sé si quiero saber, no sé si me interesan los detalles. No cambian lo que me pasó a mí. Aunque, por otro lado, a veces pienso que el fantasma de todos los posibles finales espantosos juntos es mucho peor que lo concreto de uno solo. 
         

Me contestó: " En realidad tu papá no está de viaje, está preso " . Claro, ella, adulta, podía entender lo que significaba ser preso político, pero yo tenía siete años, veía la serie norteamericana " Chips " en la televisión y, para mí, los que iban presos eran los malos y mi papá no era malo.

A la semana de la desaparición de mi viejo, la segunda esposa de mi papá, mamá de mi único hermano, se exilia y se lleva a su hijo con ella. Mi hermano tenía tres años. Fue una doble ruptura, porque si bien yo no vivía con él, era mi hermano y pasábamos juntos los fines de semana.

No lo volví a ver hasta el 84, porque la patria potestad era exclusiva del padre y mi papá no estaba oficialmente muerto, así que la madre no tenía la patria potestad. Salieron del país con un poder falso y ya no pudieron volver hasta el retorno a la democracia.

Sé, porque lo vi después, que había un hábeas corpus presentado a favor de mi viejo en febrero del 77, por mi abuela. Mi abuela dice que la demora se debió a que en esa época se creía que no había que presentar los hábeas corpus porque era más riesgoso para el desaparecido.

Para mí es muy difícil decir cuándo tomé conciencia de que mi viejo era un desaparecido. Recuerdo que, desde los siete hasta los diez u once años, yo decía que mi papá vivía en Costa Rica o Bolivia, los países donde mi hermano estuvo exiliado con su madre. Yo no podía aceptar que mi papá estuviera preso, y decía que estaba afuera viviendo con mi hermano.

Me acuerdo que la primera vez que le conté a alguien que mi viejo era un desaparecido fue en segundo año de secundaria, en el 83. Un compañero había llevado un diario en el que habían publicado una lista de personas desaparecidas. El diario circuló entre los que estábamos y yo, lo primero que hice, obviamente, fue buscar a mi viejo. Y mi viejo figuraba en la lista.

Fue como que todos los años de estar con la boca cerrada ya no los pude aguantar. De todas maneras, en ese momento, sólo se lo dije a mi mejor amiga de entonces y a nadie más. Hasta poder decir abiertamente que mi viejo era desaparecido, pasaron varios años… no sé, hasta que tuve 18 o 19.

A mí me cambió mucho acercarme a la asociación HIJOS, donde mi hermano había empezado a militar luego de su regreso al país. Yo me acerqué en el 96 o 97 y me hizo muy bien. Aunque parezca mentira, tenía la sensación de ser la única persona que había sufrido la desaparición de su padre. Mas allá de que, desde lo racional, yo sabía que debía haber mucha gente en la misma situación que yo, no es lo mismo poder compartir experiencias con la gente que pasó por lo mismo; cada cual tuvo su vivencia propia. Hasta mi hermano, hijo del mismo padre desaparecido que yo, lo vivió de manera distin ta: él fue exiliado, su madre era militante. Él dice que tenía tres o cuatro años cuando su mamá le dijo " tu papá está muerto " .

A mí, en cambio, mi madre, que no era militante, nunca me dijo " tu papá está muerto " . Yo, cuando terminó la dictadura y asumió el gobierno de Raúl Alfonsín, tenía la esperanza de que se fueran a descubrir campos de concentración donde hubiera gente viva todavía, por más que racionalmente me diera cuenta de que no podía ser. Creo que en aquel momento, no sólo yo, que tenía 14 años, sino muchos adultos tenían esa esperanza, la sensación de que en algún lado tenían que estar. Creo que la cabeza se niega a aceptar determinadas magnitudes de atrocidad.

Cuando mi papá desapareció, como yo era chica, no podía pensar " está pasando esto en el país; es probable que lo hayan matado " . Sólo con el tiempo pude pensar que no iba a volver más.

Y del " no va a volver más " al " está muerto " también hay una distancia…

No sé cuando empecé a sentir que mi papá estaba muerto. Porque mi viejo está muerto, a mi viejo lo asesinaron, no tuvo un paro cardíaco cruzando la calle. No es que mi mamá quedó embarazada, me tuvieron a mí y al poco tiempo él se fue a comprar cigarrillos y no volvió. Eso no es un desaparecido. Estamos en la Argentina: un desaparecido es un desaparecido político.