Visitas a presos en Uruguay: 25 años después, un delegado del CICR recuerda

30-11-2009 Entrevista

Durante sus 26 años como médico del Comité internacional de la Cruz Roja, Hernán Reyes ha visitado a personas detenidas en cientos de cárceles y calabozos en cinco continentes. Durante el gobierno militar en Uruguay pudo acceder en el 1984 a un grupo de nueve presos que estuvieron en condiciones de aislamiento extremo durante más de diez años.

  Véase también la entrevista de Mauricio Rosencof, poeta y dramaturgo uruguayo, encarcelado de 1973 a 1985.        

 
   
Hernán Reyes y Mauricio Rosencof 
         

  ¿Cómo fue su primera visita a presos en la época del gobierno militar uruguayo?  

     

La primera visita la hice a fines del año 1982, después de que las autoridades militares volvieran a permitir al CICR visitar a los presos. Éram os un equipo de siete delegados y yo como médico. Fuimos al Establecimiento Militar de Reclusión número uno (EMR1), que algunos llaman hoy en día de manera errónea “Libertad”, por el nombre del pueblo donde está localizado el penal. Decidimos ver a los 1.100 presos uno por uno, para que nadie se intimidara y para que las autoridades no pudiesen luego ejercer represalias sobre los que hubiéramos visto, puesto que los habíamos visto a todos. También visitamos el Establecimiento Militar de Reclusión número dos (EMR2), donde se encontraban las mujeres. La visita duró siete semanas y fue una de las más largas que jamás me haya tocado hacer.

La autorización de visita a los presos no incluía a los nueve dirigentes del Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros, que después de su captura en 1973 nunca habían podido ser visitados por el CICR y que estaban en distintos calabozos separados, en diversos lugares del país. Discutimos este dilema con los familiares representantes de los presos uruguayos. Éstas nos decían: “Sigan negociando con el gobierno para verlos a ellos también, pero mientras tanto, por favor, vayan a ver los demás, por lo menos hagan algo por ellos”.

No todos los presos estaban de acuerdo de que no pudiéramos ver a sus líderes encarcelados. Uno me habló durante más de dos horas enojándose más y más, mientras yo trataba de justificar la acción del CICR. Al final me dio una gran sonrisa y me dijo: “Sabe, a veces hay que rasgar un poco la piel para ver qué color tiene la sangre... ¡Gracias por haberme escuchado!” Y yo pensé: “¡Es parte de la “terapia” del preso enojarse con el CICR!”

  ¿Qué pudo hacer el CICR para mejorar las condiciones de los presos?  

     

Concretamente, muy poco, pero subjetivamente mucho. Las condiciones materiales no eran lo más importante para ellos. Se logró que se les permitiera ducharse diariamente, en lugar de una vez por semana, pero nadie se quejaba de eso. El problema principal fue romper el aislamiento y darles noticias de afuera. En el segundo piso, había un preso en una celda, después había una celda vacía, y así seguido, para que no se comunicaran con los vecinos. Los reclusos a veces no salían por semanas enteras. El hecho de que un delegado del CICR los fuera a ver, que les diera la mano, les dijera “siéntese señor, vamos a hablar de sus familiares, de lo que quiera...”, por una media hora, o más... era mucho más importante para ellos.

En la prisión de mujeres había dos hermanas gemelas que hacía dos años que no se veían, ya que estaban en dos sectores diferentes. Durante la visita médica, pedí al director del penal que autorizara por lo menos una visita de media hora entre las hermanas, ¡y se obtuvo!

Los familiares de los presos venían a vernos al hotel en Montevideo, a pedirnos noticias, preguntando por la salud de su familiar. Mandaban mensajes que por suerte las autoridades nos dejaban llevar a los presos. Ese intercambio de mensajes familiares era muy importante tanto para los presos como para sus familias.

  ¿Cómo fue la visita al grupo de nueve reclusos que estaban en aislamiento casi total?  

Esto ocurrió dos años más tarde, en 1984. El primero que yo vi fue Eleuterio Fernández Huidobro. A él no le habían contado que recibiría nuestra visita. Cuando se abre la puerta de su calabozo, nos mira, queda atónito durante unos segundos, y dice: “¡Qué gracia, la Cruz Roja! ¡Adelante, siéntense!” Durante la entrevista, le costaba sacar las palabras, ya que casi nunca hablaba con nadie, y eso desde hacía ya varios años, pero estuvo muy contento de vernos, nos preguntó cómo estaba la situación afuera, cómo se encontraba el país, etc.

Al poeta y dramaturgo Mauricio Rosencof le traje un libro que él había escrito en los años 60; el libro era una obra de teatro que se llama Las Ranas . Cuando lo saqué de mi bolso, Mauricio dijo, emocionado: “¡Ah, Las Ranas !” Le impactó el hecho de que su obra existiera aún en el mercado. Lo que él más deseaba era poder escribir de nuevo. De ahí surgió la idea de llevarle una máquina de escribir, que pude entregarle en una siguiente visita, después de haber obtenido la autorización necesaria. Con esta máquina empezó a relatar sus “Memorias del calabozo”, que completaría más tarde con el relato de su amigo Eleuterio Fernández Huidobro. La máquina de escribir fue netamente algo positivo para la salud mental de Mauricio.

Otro recluso del grupo de los nueve, Henry Engler, me contó que el aislamiento era cosa seria. Yo le pregunté cómo hacían ellos para no volverse locos, teniendo que pasar años en calabozos donde no tenían cama, ni libros, ni nada. Me dijo: “Había que ocupar la mente constantemente”.

Me contó que una vez su guardia, por compasión, hizo pasar por debajo de la puerta una naranja. ¡Cuánto tiempo hacía que no había visto una naranja! Empezó a pelar la fruta con la uña de a poquito. Cuando sacó el primer pedazo de cáscara, lo miró y le hizo acordar la forma de un barquito. ¿Cuándo había sido la última vez que se había ido en un bote, que había visto el mar? Así se entretenía su mente, y duró un día entero ocupándose con su naranja, hasta que se la comió, para evitar que otro guardia se la quitase.

  ¿Cuáles son los efectos del aislamiento en la salud de los presos?  

 
Hay que ser muy fuerte para no trastornarse después de un aislamiento como el que sufrieron esos rehenes. No me extrañaría que dos de nueve hubieran quedado quizá con secuelas. Más bien es un milagro que los otros afectados hayan podido salir de esta experiencia sin huellas visibles. Recientemente salió un estudio sobre los efectos médicos del aislamiento total en el cual participamos dos médicos del CICR (). El estudio demuestra que el aislamiento es algo muy serio, sobre todo cuando se produce durante un tiempo prolongado.