Conflicto en los Balcanes: tragedias humanas y retos para la acción humanitaria independiente

31-03-2000 Artículo, Revista Internacional de la Cruz Roja, por Pierre Krähenbühl

  Resumen:

Este artículo, fruto de la pluma de uno de los responsables de la acción humanitaria del CICR en los Balcanes, describe algunas de las principales problemáticas experimentadas en el marco del conflicto del Kosovo en 1999. Reseña asimismo los límites de las diversas intervenciones, políticas, militares y humanitarias, en el decenio que acaba de concluir, que no lograron evitar a los pueblos de los Balcanes los horrores y sufrimientos que experimentaron. El CICR, por su lado, estuvo confrontado a dilemas considerables en su acción en el terreno, y el artículo hace un vívido recuento de una parte de esta experiencia. Uno de los elementos clave era precisamente el reto de confirmar la identidad de la acción independiente del CICR en un entorno humanitario en transformación. Ante estos dilemas, el autor concluye su análisis con una reflexión sobre la legitimidad del gesto de finalidad humanitaria.
 

     

La visión de filas interminables de hombres, mujeres y niños angustiados, en tractores o a pie, llevando consigo un mínimo de pertenencias, tenía un tinte de estremecedora familiaridad en los Balcanes del decenio de 1990. Venían al espíritu imágenes de Vukovar, Srebrenica y la Krajina. Esta vez, el lugar era Kosovo, donde, según considera la mayoría, comenzó el desmembramiento de la ex Yugoslavia y a donde ha retornado la violencia entre comunidades. Decenas de miles de personas huían para salvar la vida, temiendo que a sus parientes que habían dejado atrás les ocurriera lo peor y enfrentándose a la perspectiva de quedar desarraigados por largo tiempo. Detrás de su apa rente anonimato se encontraban innumerables destinos individuales y legados familiares y comunitarios que quedaban irreparablemente destrozados. Una vez más se dirigían contra los civiles las formas más bárbaras de violencia y se labraban en la memoria colectiva de la región las nuevas líneas de fractura históricas y emocionales.
 

La comunidad internacional, criticada reiteradamente por su falta de decisión en los conflictos en Croacia y Bosnia-Herzegovina, se enfrentaba a difíciles dilemas. Aunque las negociaciones de Dayton pusieron fin a la guerra en Bosnia, no tuvieron éxito en tratar la cuestión de Kosovo de manera específica [1 ] . Como resultado del surgimiento del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) en los años siguientes, de su creciente capacidad de golpear a las fuerzas de seguridad serbias y de las cada vez más numerosas operaciones indiscriminadas de estas últimas, el futuro de Kosovo volvía a estar en el primer renglón de la agenda internacional. A comienzos del otoño de 1998, los dirigentes yugoslavos, ante la amenaza de ataques aéreos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), habían aceptado el despliegue de unos 2.000 miembros de la Misión de Verificación para Kosovo (MVK) bajo la autoridad de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). No obstante, para la Navidad de ese año, parecía que se estaba desbaratando la tregua, y se pasó a buscar una solución en conversaciones semejantes a las de Dayton, convocadas esta vez en Rambouillet, Francia.
 

Las razones de este fracaso siguen siendo motivo de controversia. Con todo, como resultado de ello, se lanzó a los Balcanes a una situación muy diferente y de naturaleza y alcance sin precedentes. El 23 de marzo de 1999, el secretario general de la OTAN autorizó los ataques aéreos contra la República Federal de Yugoslavia con la finalidad declarada de poner fin a la violencia étnica en Kosovo. Era la primera operación militar activa de la Alianza occide ntal en sus cincuenta años de historia. Prácticamente en cuestión de horas, las fuerzas armadas y de seguridad yugoslavas lanzaron una campaña que mostraba todos los signos de ser una política para expulsar de la provincia a la población de origen albanés. Esta combinación de conflictos -el uno interno, el otro internacional- habría de tener consecuencias de largo alcance, ante todo en términos humanos, pero que también adquirirían gran relevancia en los ámbitos político, militar y humanitario.
 

En el presente trabajo se examinan algunos de los principales retos, tanto operacionales como conceptuales, que suscitó el conflicto de Kosovo de 1999, desde la perspectiva del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Se hará especial hincapié en los dilemas a los que debió hacer frente la institución al tratar las consecuencias de la violencia étnica, y en la interacción en este contexto con alianzas militares como la OTAN; se señalarán asimismo algunas de las implicaciones que ha tenido este conflicto para la acción humanitaria en general y para las respuestas humanitarias independientes en particular. Aunque el trabajo se centra en los hechos de 1999, se analizarán experiencias anteriores en los Balcanes, a fin de situar los recientes sucesos en su contexto regional e histórico.
 

  El proceso de depuración étnica y los dilemas morales  

 
El CICR comenzó sus actividades en los Balcanes hace diez años, como consecuencia de los crecientes disturbios en Kosovo. En 1990, sus delegados comenzaron a visitar detenidos, muchos de los cuales eran de origen albanés, en cárceles en todo el territorio de lo que, en ese entonces, era la República Federal Socialista de Yugoslavia. Luego vinieron las guerras en Croacia y Bosnia-Herzegovina con su deplorable cantidad de personas muertas, retenidas o desplazadas forzosamente. Cada vez más, los delegados del CICR debieron enfrentar l as traumáticas consecuencias del proceso denominado “depuración étnica”. Particularmente perturbador fue el hecho de darse cuenta de que los instrumentos de derecho internacional humanitario no brindaban una respuesta global a esta salvaje forma de conducir la guerra. En efecto, la misma noción de que los civiles o las personas que han dejado de tomar parte en las hostilidades no deben ser atacados y se les debe permitir permanecer en sus hogares es algo que la lógica de la separación étnica trastoca completamente. Desaparece la distinción entre civiles y combatientes y, en el intento de erradicar al “otro” y de borrar en el proceso toda huella de su pasado personal, comunitario, religioso o social, cualquier medio se vuelve lícito.
 

A causa de estos nuevos sucesos, innumerables miembros del personal del CICR, tanto expatriados como locales, deben enfrentar un agudo dilema. O bien, podrían decidir evacuar a otros sitios del país o al extranjero a los civiles cuyas vidas están directamente amenazadas - con lo que correrían el riesgo de ser acusados de contribuir directamente al mismo proceso de depuración étnica. O bien, podrían alejarse desesperados -y enfrentar la perspectiva de ser acusados de indiferencia hacia gente en grave peligro -. En la mayoría de los casos, su respuesta a este dilema ha sido hacer todo lo que esté a su alcance para salvar vidas.
 

En sus actividades para proteger a los civiles, el CICR ha tenido éxito en numerosas ocasiones. Durante los diez últimos años ha visitado a unos 48.000 detenidos en Croacia, Bosnia-Herzegovina y la República Federal de Yugoslavia. Mediante la transmisión de más de 18.000 mensajes Cruz Roja y, en el caso de la crisis de Kosovo en 1999, mediante el empleo de los últimos adelantos en tecnología, como los teléfonos satelitales y la Red Mundial de Información ( Web ), ha ayudado a restablecer el contacto entre personas separadas por el conflicto. Miles de famili as se han reunido y miles de prisioneros han sido liberados bajo los auspicios del CICR. Pero en muchos otros lugares ha habido, asimismo, trágicos fracasos en los intentos de proteger a los civiles. Aunque es cierto que Srebenica no es el único caso , indudablemente se distingue de los demás , por lo que atañe a la incapacidad de la comunidad internacional para garantizar la protección de los miles de hombres, mujeres y niños que fueron salvajemente asesinados o desplazados por la fuerza. El CICR tiene una parte de esa responsabilidad.
 

En Kosovo, muchos de los parámetros y patrones de violencia fueron similares a los arriba mencionados. Cuando en marzo de 1998 se incrementó la tensión en la provincia, el CICR aumentó rápidamente su capacidad operacional para satisfacer las crecientes necesidades de asistencia y protección. En los siguientes tres meses, el número de miembros de su personal aumentó de dos a treinta expatriados y de media docena a más de cien colegas locales. Dado que la eficacia de esta rápida operación de expansión dependía de la proximidad a la gente que más urgentemente requería la ayuda de la Cruz Roja, era de capital importancia garantizar una gran movilidad en el terreno, así como una gran capacidad para operar tanto en el territorio controlado por las fuerzas serbias como en las zonas que se creían en manos del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK).
 

Esto se logró, en gran medida, durante la fase más grave del conflicto, entre fines de junio y fines de septiembre de 1998. El ELK llevaba a cabo operaciones cada vez más audaces, incluida la toma temporal de pueblos como Orahovac/Rahovec, a comienzos de julio. Por su parte, las fuerzas serbias se vengaban realizando operaciones en las que expulsaban de sus hogares y aldeas a civiles en cantidades cada vez mayores. Unos 20.000 de ellos buscaron refugio en la vecina Albania y se cree que más de 120.000 fueron desplazados en el interior de Kosovo o hacia la República de Montenegro. Los equipos de terreno del CICR suministraron el tan necesitado socorro a varias decenas de miles de personas desplazadas, en particular las que se ocultaban en los bosques remotos en las laderas de las montañas. Equipos médicos móviles, conformados por médicos albaneses de Kosovo y enfermeras del CICR, atravesaban las líneas para brindar tratamiento médico a los heridos que no podían llegar a los hospitales de la provincia. El CICR amplió igualmente su labor de protección y visitó a un número creciente de prisioneros detenidos bajo la autoridad del Ministerio de Justicia serbio. Para comienzos de 1999, estaba visitando, de manera regular, a unas 900 personas. De manera paralela, registraba como desaparecidos a serbios de Kosovo y a albaneses de Kosovo cuyo paradero se desconocía. La comunidad serbia en Kosovo había informado sobre unas 140 personas retenidas contra su voluntad, supuestamente por el ELK, en el verano de 1998.
 

La creciente violencia de los sucesos, entre los que se incluían asesinatos selectivos de civiles, suscitó una verdadera preocupación por el retorno a las más drásticas formas de guerra étnica. Consciente de los dilemas que enfrentaba en Croacia y Bosnia, así como de las consecuencias potencialmente devastadoras para innumerables seres humanos en tan precario entorno, el CICR consideró la posibilidad de manifestarse públicamente a fin de recordar incontrovertiblemente a las partes directamente concernidas sus responsabilidades. Con frecuencia se tiene la percepción de que el CICR no ser lo suficientemente categórico para condenar los actos extremos de violencia que presencian sus delegados en una gran variedad de contextos. Es cierto que, en general, opta ante todo por el acceso a la gente y a los lugares afectados por problemas humanitarios, en detrimento de formas de intervención más públicas. Asimismo, es perfectamente consciente de que, sin lugar a dudas, pronunciarse acerca de las violaciones no implica automáticamente una mejor protección de las personas expuestas a la violencia.
 
Ningún conflicto en la historia reciente ha recibido tanta cobertura de los medios de información y tan intenso escrutinio internacional público y político como fue el caso en los Balcanes. A pesar de ello, casi siempre la lógica de la separación étnica se llevó a cabo por completo hasta su amargo final. Por otra parte, se tenía la convicción de que después de tantas atrocidades, una organización como el CICR tenía la obligación moral de alertar al público llamado su atención sobre la escalada de la tragedia [2 ] .
 

En el período transcurrido entre el despliegue del personal de la MVK (a partir de octubre de 1998) y el comienzo de las conversaciones de paz en Rambouillet (febrero de 1999), las operaciones del CICR siguieron concentrándose en la asistencia a las innumerables personas incapaces o temerosas de retornar a sus hogares. Se hizo especial hincapié en la cuestión de la visita a los prisioneros y en la del registro de los datos de las personas desaparecidas. En efecto, mientras los negociadores se preparaban para reunirse en el castillo francés, el CICR estaba atareado preparando propuestas sobre estas cuestiones para someter a consideración su inclusión en un posible acuerdo. Tanto en el terreno como en la sede se hacían preparativos para enfrentar las prioridades resultantes en Kosovo en un entorno posterior a un conflicto, similar al imperante tras el acuerdo de Dayton.
 

  Comienza un conflicto armado internacional  

 
Cuando, en su segunda ronda, se rompieron las conversaciones en París, había crecientes signos de una inminente acción militar contra Yugoslavia llevada a cabo por la alianza de la OTAN. El más tangible de ello s fue el retiro de los observadores de la MVK, que habían desempeñado un papel crucial en la estabilización de los eventos en los seis meses anteriores. A medida que se acercaba la decisión del secretario general de la OTAN de autorizar los ataques aéreos, el CICR debía definir sus prioridades y modus operandi para lo que sería una situación sin precedentes. En primer lugar, preparó la notificación a las diferentes partes, los 19 Estados miembros de la OTAN y la República Federal de Yugoslavia, de la plena aplicabilidad de los cuatro Convenios de Ginebra y de las obligaciones que de ellos se desprenden. En segundo lugar, confirmó la vital necesidad de operar en estrecha proximidad a los más afectados. En otras palabras, el CICR decidió que los miembros de su personal internacional y local en toda Yugoslavia, incluido Kosovo, se mantendrían operacionales. En esta última región, se mantuvo a un equipo de 19 expatriados en situación de espera operacional, como anticipación a las muchas necesidades esperadas.
 
Nunca se pensó que sería fácil su tarea - como tampoco, a ese respecto, la tarea de sus colegas que permanecieron en Belgrado y Podgorica -. Los sentimientos antioccidentales generados en la entidad serbia de Bosnia-Herzegovina durante los ataques de la OTAN, en septiembre de 1995, constituían una indicación de las posibles reacciones, aunque la intensidad de los ataques en el caso de Yugoslavia era incomparablemente mayor. No obstante, para el CICR fue una gran decepción y un grave revés, cuando, debido a una combinación de factores - entre ellos la creciente presencia de elementos incontrolados en las calles de Prístina y las restricciones objetivas de seguridad respecto de la movilidad de su personal allí-, se vio forzado a retirar a su equipo de Kosovo, el 29 de marzo de 1999.
 

A medida que los acontecimientos transcurrían a una velocidad inconcebible y que los refugiados albaneses de Kosovo comenzaban a cr uzar la frontera hacia Albania y la ex República Yugoslava de Macedonia -ex RYM-, se hizo evidente que la comunidad humanitaria internacional iba a enfrentar una crisis de proporciones sobrecogedoras. Esto impulsó al CICR y a la Federación Internacional de Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja a adoptar un enfoque integrado y regional a fin de movilizar mejor los recursos - humanos y materiales- procedentes del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y asignarlos de la mejor manera posible. Gracias, en parte, a este enfoque, la Cruz Roja estuvo en capacidad de responder a las necesidades dentro y fuera de Yugoslavia. En efecto, la capacidad para suministrar socorros y asistencia médica a los refugiados que huían de Kosovo, y para ayudar a que las decenas de miles que llegaban a Albania, a la ex RY de Macedonia y a Montenegro se comunicaran con sus parientes, así como para brindar asistencia a la gente afectada por los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia o para visitar a los prisioneros de guerra de la OTAN detenidos en Belgrado fue una característica única de la operación de la Cruz Roja. Esto constituyó su particular valor agregado.
 

Tras el retiro del 29 de marzo, Kosovo siguió siendo la dolorosa excepción. A lo largo de las siguientes semanas, la prioridad del CICR fue negociar su retorno a Prístina; el Presidente del CICR, durante su visita a Belgrado del 25 al 26 de abril, obtuvo en este sentido un compromiso de alto nivel de parte de la dirigencia yugoslava. La reanudación efectiva de las operaciones en la provincia comenzó el 24 de mayo, tres semanas antes de la terminación del conflicto y del despliegue de la fuerza de seguridad internacional KFOR [3 ] .
 

  Interacción con las fuerzas militares y manejo de la crisis  

 
Más allá de los retos operacionales y de la toma de decisiones, en varios aspectos el conflicto de Kosovo carece de precedentes en cuanto a su manejo. Una de las más notorias características de las guerras recientes en los Balcanes en general ha sido la sorprendente atención que captaron, tanto a nivel político como al del cubrimiento de sus diversas fases por parte de los medios de información. Esto dio lugar a una presión constante y en ocasiones muy fuerte sobre todos los actores para que demostraran su capacidad de emprender acciones.
 

En el ámbito del manejo de la crisis, los resultados en el terreno fueron de diversa índole. El manejo de la crisis puede definirse como la combinación de acciones políticas y quizás militares, por una parte -el tratamiento de las causas del conflicto- y de la acción humanitaria para hacer frente a las consecuencias de las situaciones de violencia, por otra parte. En el conflicto de Bosnia-Herzegovina, las líneas divisorias entre estas formas de intervención se habían difuminado. En muchos aspectos, el despliegue de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas (UNPROFOR), pese a sus muchos logros reales, había llegado a ejemplificar la reticencia de la comunidad internacional a adoptar una posición política fuerte. A la UNPROFOR se le asignó un papel cuasi humanitario imposible, que generó confusión entre las formas militares y no militares de humanitarismo. Al final las cosas se aclararon un poco durante el período previo al acuerdo de paz de Dayton y durante las negociaciones mismas de éste. De las disposiciones del tratado, acordadas por las partes ex beligerantes, emergieron mandatos claros para la Fuerza de Implementación -IFOR-, y para la Fuerza de Estabilización -SFOR- en la que posteriormente se convirtió, comandadas por la OTAN. El CICR interactuó con ell a en diversas esferas, en particular en el proceso de liberación y traslado de prisioneros al final de las hostilidades, en la cuestión de las personas desaparecidas y en la de la amenaza planteada por las minas antipersonal, entre otras. No cabe la menor duda de que de su interacción surgió un diálogo más predecible y un mejor entendimiento.
 

Cuando, a comienzos de 1999, estalló de nuevo la crisis en Kosovo, la comunidad política internacional y la alianza militar occidental parecían tener la intención de actuar más decidida y rápidamente para frenar los excesos de la violencia étnica. Por otra parte, como, a los pocos días del lanzamiento de la campaña aérea de la NATO, comenzaron a llegar en masa a Albania y a la ex RY de Macedonia decenas y decenas de miles de refugiados, los Estados miembros de la OTAN declararon su intención de contrarrestar el impacto de la depuración étnica y garantizar un pronto retorno a sus hogares de los albaneses de Kosovo.
 

Pero, entre tanto, la prioridad era brindar asistencia a los refugiados que huían. La solidaridad demostrada por la población en Albania y en la ex RY de Macedonia fue en muchos aspectos ejemplar. A pesar de todo, la amplitud de los desplazamientos exigía extender más allá de sus límites la capacidad de los respectivos gobiernos. Ninguno de los actores participantes - políticos, militares o humanitarios- había previsto que el efecto más visible del conflicto de Kosovo - los movimientos masivos de población- alcanzaría tales proporciones. La respuesta a estos inmensos movimientos resultaría ser una de las cuestiones más críticas en la fase inicial de la crisis y traería consigo otra nueva tendencia. La militarización de la asistencia humanitaria en el caso de Yugoslavia fue más allá de cualquiera de las experiencias previas de la UNPROFOR en Bosnia. Los contingentes de la OTAN desplegados en Albania y estacionados en la ex RY de Macedonia establecían campamentos para refugiados, los entregaban posterio rmente a organizaciones no gubernamentales y a veces continuaban garantizando la seguridad en su perímetro. El personal militar participó en los intentos de reunir familias separadas y en diversas modalidades de suministro de asistencia. Asimismo, la OTAN puso a disposición de los organismos humanitarios algunos de sus vastos recursos logísticos para que éstos transportaran más rápidamente a la región su propio material.
 

Este nuevo hecho dio lugar a numerosos debates. Por una parte, había quienes sostenían que sin la movilización muchos de los necesitados habrían soportado penurias extremas o cosas peores; por otra parte, otros manifestaban su preocupación por la falta de distinción entre la intervención humanitaria y la política. El CICR pertenece a esta segunda categoría y, en varias ocasiones, su Presidente dio a conocer la postura de la organización sobre el principio de que las dos cuestiones deberían permanecer separadas en toda circunstancia. Para quienes, como nosotros, tuvimos que ver con la coordinación operacional de las actividades de terreno, las operaciones de la OTAN Allied Harbor -Refugio Aliado- o Shining Hope -Esperanza Reluciente- tuvieron algunas implicaciones que expondremos a continuación.
 

Ante todo, hay que poner de relieve que desde el puro comienzo del conflicto armado internacional, el comando central de la OTAN estuvo de acuerdo en establecer líneas de comunicación directas y separadas con el CICR. Esta positiva novedad fue considerada como un reconocimiento de la interacción previa en Bosnia-Herzegovina. En términos concretos, brindó al CICR un canal para examinar las preocupaciones de seguridad, intervenir ante la OTAN sobre la conducción de las hostilidades y las consecuencias humanitarias de sus bombardeos y debatir abiertamente algunas de las cuestiones más controvertidas que debieron enfrentarse en el transcurso de la guerra.
 

Hubo, no obstante una importante diferencia entre el tipo de relaciones mantenidas antes con IFOR/SFOR y las que mantuvo con las unidades de la OTAN participantes en la Operación Allied Force -Fuerza Aliada-, debido a la índole distinta de las operaciones realizadas. En Bosnia-Herzegovina, el despliegue de la OTAN fue el resultado de un acuerdo negociado, firmado en Dayton y París por las partes ex beligerantes y confirmado por una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Independientemente de que las respectivas autoridades en Bosnia-Herzegovina estuvieran o no satisfechas con todas las disposiciones del acuerdo, se habían comprometido a ponerlas en práctica. En virtud del acuerdo de Dayton, se había dado al CICR sus propias tareas [4 ]  que proporcionaban un gran margen de interacción con los contingentes de la OTAN que formaban parte de la operación de consolidación de la paz.
 

En el conflicto de Kosovo, las circunstancias fueron muy diferentes desde la perspectiva del CICR. Era fácil comprender por qué muchos gobiernos occidentales, participantes en la campaña militar contra Yugoslavia y conscientes del impacto que tenían en la opinión pública las desgarradoras escenas de Kosovo, se sintieron obligados a movilizar algunos de sus recursos para aliviar la atroz situación de las decenas de miles de refugiados. Pero ya las unidades de la OTAN no estaban en modo de implementación de la paz; habían pasado a ser partes en el conflicto, algo que inevitablemente habría de tener un impacto en el tipo de interacción que podría prever el CICR. La decisión de ser operacional dentro y fuera de Yugoslavia, significaba que el CICR tendría que confiar en su propia instalación logística, que debía funcionar aparte. Desde la perspectiva de Belgrado, no era obvio que las operaciones militares de la OTAN eran disti ntas a las actividades humanitarias que llevaba a cabo el CICR en el norte de Albania. Dado que la comunidad de Estados había confiado al CICR la responsabilidad de responder a todas las necesidades que resulten de un conflicto y de emprender gestiones humanitarias ante ambos bandos, debía ser percibido como independiente de las diferentes formas de intervención humanitaria realizada por los Estados.
 

A veces, se percibe que esta posición otorga demasiadas concesiones a la parte considerada responsable de innumerables violaciones del derecho internacional humanitario en Kosovo. Y esto es así porque, con demasiada frecuencia, en su mente, la gente reduce la acción humanitaria al mero - aunque importante- acto de entregar asistencia. En esto el CICR es fundamentalmente diferente, porque, aparte de la distribución de socorros, sus delegados en el terreno llevan a cabo una amplia gama de actividades denominadas de protección: procuran obtener acceso a los prisioneros de guerra; cuando ocurren violaciones, contactan a las autoridades con el propósito de modificar patrones de comportamiento de las fuerzas de seguridad y de otras fuerzas; y tratan de reunir familias separadas y de encontrar personas desaparecidas. El hecho de que no se mantuviera un marco que permitiera al CICR la realización de sus actividades en Kosovo fue algo muy negativo. Por otra parte, en abril de 1999, el Presidente del CICR fue el primero en confrontar a la más alta dirigencia yugoslava con datos - incluso con relatos de primera mano- sobre el comportamiento de sus fuerzas armadas y de seguridad en Kosovo, justo en el momento en que estaban cometiéndose estas violaciones.
 

Durante ese dramático período entre marzo y junio del año pasado no había protección alguna para los civiles en Kosovo. Ni en tierra ni desde el aire. Regresar a Kosovo para contribuir - así fuera modestamente- a la mejora de la situación era una prioridad máxima para el CICR. Esto implicaba negociar un retorno, y negociarlo en Belgrado. En varias ocasiones se preguntó al CICR si no era ingenuo creer que se le permitiría regresar, considerando las desastrosas circunstancias en el terreno. En el calor del momento se consideró esta pregunta como completamente teórica. Miles de hombres, mujeres y niños se encontraban al descampado, sin refugio y en extremo peligro de muerte. Todos los delegados del CICR se sintieron impelidos a hacer un decidido intento de llegar hasta ellos. Existe la fuerte convicción de que el éxito final de los acercamientos y negociaciones en Belgrado -y la posibilidad de retornar a Prístina cuando la guerra todavía estaba en su furor- se debió, en una parte nada despreciable, a la independencia de la operación del CICR.
 

  Retos para la acción humanitaria independiente  

 
Por muchas otras razones, tras el conflicto de Kosovo de 1999, nada volverá a ser lo mismo en el ámbito de la acción humanitaria en el terreno. La manera en que se desarrolló el conflicto, la magnitud de la crisis y el hecho de que cada una de sus facetas estuvo bajo el escrutinio público o político generaron un debate amplio y crítico sobre las lecciones que han de aprenderse. Varios aspectos merecen un examen atento y abierto.
 

Para comenzar, tras apenas algunos días del desencadenamiento del conflicto, a fines de marzo, se hicieron fuertes críticas a los organismos humanitarios por su aparente falta de preparación y su lenta respuesta a la creciente crisis de refugiados en Albania y la ex RY de Macedonia. Varios comentaristas han señalado que de no haber sido por la amplia movilización de recursos por parte de la OTAN, la situación habría sido ciertamente muy crítica. Otros observadores han planteado la cuestión de si la crisis no señala en efecto el fin de las formas independientes de acción humanitaria.
 

Desde el punto de vista del CICR, no hay di ficultad en reconocer que tanto ésta como la mayoría de las demás organizaciones humanitarias se vieron sobrepasadas por la velocidad y la magnitud de los eventos. Al CICR le tomó varios días conformar una capacidad operativa tanto en Albania -en donde el equipo de terreno pasó de dos a más de 70 expatriados y el personal local, de media docena a más de 200- como en la ex RY de Macedonia, en donde el incremento proporcional fue apenas un poco menor. La sensación que se tiene es que no fue que hubiera faltado preparación, pues el CICR tenía un fuerte montaje en todo el territorio yugoslavo con una probada capacidad operacional, sino, más bien, que el proceso de planificación se centró en una hipótesis equivocada. A posteriori , queda claro que las expectativas respecto del resultado exitoso en Rambouillet habían sido demasiado optimistas. Es quizás justo afirmar que en esto el CICR no era el único. Por otra parte, incluso si se hubieran tenido más en cuenta las perspectivas de que tras Rambouillet el conflicto creciera en espiral, habría sido imposible llevar al sitio adecuado reservas de contingencia para, digamos, medio millón de refugiados, sin que en muchos círculos se suscitara la alarma o el asombro.
 

La velocidad es también una noción muy relativa. Por lo que atañe a los Balcanes, un entorno considerado por Occidente como cercano y estratégico, es abrumadora la presión para estar presente y ser percibido como operacional en el más corto lapso de tiempo posible. Existen muchos otros contextos en los que, por diversas razones, algunas políticas, otras logísticas, se demoran en su elaboración las respuestas humanitarias. Surgidas en lo que, en contraste, se percibe como lugares recónditos del planeta, tales situaciones atraen menos atención y dan lugar a menos presión para una acción rápida.
 

De mayor importancia es la cuestión de la pertinencia, eficacia y eficiencia de las diversas respuestas a la cris is. El enfoque integrado y regional adoptado por el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja está siendo actualmente evaluado por un equipo de expertos independientes. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha llevado a cabo un examen independiente de su propia operación. Esta confianza cada vez mayor en la evaluación detallada de la gestión y el impacto de las operaciones humanitarias debe contribuir a conseguir una mayor transparencia y es una tendencia que debe explorarse aún más. Hasta donde yo sé, a la fecha, las actividades de socorro llevadas a cabo por la OTAN no han sido objeto de un escrutinio independiente. Esto sería igualmente un importante aporte al debate global.
 

El conflicto de Kosovo ha colocado otro hito en el actual debate entre los promotores del “derecho de intervención” y los que defienden los principios de la acción humanitaria independiente. Los primeros ven tal derecho como una nueva forma de solidaridad de algunos pueblos hacia otros, oprimidos por su Estado o sus autoridades. Esta solidaridad puede engendrar una acción política y/o humanitaria, en la que los principios morales pesan más que las nociones clásicas de soberanía del Estado. El conflicto de Kosovo, con su subsiguiente despliegue de una fuerza de seguridad internacional y la conformación -en virtud de lo estipulado en la resolución 1244 (del 10 de junio de 1999) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas- de una administración civil internacional en la provincia, se considera actualmente como el más reciente y claro ejemplo de esta nueva tendencia.
 

Se estima particularmente significativo el que esta línea de pensamiento, trasladada a la acción, haya permitido el retorno casi completo de cientos de miles de refugiados, algo en lo que la comunidad internacional había fracasado en gran medida en el caso de Croacia y Bosnia-Herzegovina. Este masivo y rápido retorno de tanta gente desposeída y tr aumatizada fue inesperado y positivo. Desafortunadamente, incluso esta forma de intervención política no ha encontrado aún una respuesta a la verdadera maldición de los conflictos en los Balcanes, que ha causado tanto dolor irreparable y tanto odio perdurable: la política de depuración étnica. En efecto, la victoria de la alianza occidental ha permitido a los albaneses de Kosovo regresar a sus hogares, pero, pese al despliegue de 40.000 miembros del personal militar de la KFOR y de entre 10.000 y 12.000 civiles en el marco de la Misión de las Naciones Unidas en Kosovo (UNMIK), no ha encontrado la clave para restaurar el diálogo y la coexistencia entre etnias. Muchos serbios de Kosovo y miembros de la comunidad roma, así como de otras comunidades, han enfrentado a su vez la expulsión y el asesinato o han desaparecido sin dejar rastro.
 

De ninguna manera deben verse estas observaciones como una crítica superficial. No se puede subestimar la complejidad de responder a los diversos tipos de atrocidades presenciadas en los Balcanes en la última década. Tampoco puede serlo el importante intento que lleva actualmente a cabo la comunidad internacional en Bosnia-Herzegovina y en Kosovo para llevar mayor estabilidad a la región. Nuestra intención es sencillamente subrayar el hecho de que las muchas y diversas formas de manejo de crisis adoptadas en la región en los diez últimos años han fracasado en erradicar la lógica misma de la separación étnica. A este respecto, es poco lo que, en mi opinión, ha modificado el “derecho a intervenir”.
 

Es interesante señalar que uno de los resultados de esta crisis ha sido la necesidad confirmada de respuestas humanitarias independientes y neutrales. Por no dar más que un ejemplo, vale la pena analizar la situación de los detenidos en Serbia como resultado del conflicto interno. A diferencia del acuerdo de paz de Dayton y del documento de Rambouillet, ni en el Acuerdo Técnico Militar (ATM), firmado por la OTAN y el Ejército Yu goslavo el 9 de junio de 1999, ni en la resolución 1244 del Consejo de Seguridad se incluyeron disposiciones sobre la liberación de prisioneros o sobre la búsqueda de personas desaparecidas. A consecuencia de esto, los detenidos albaneses de Kosovo trasladados fuera de Kosovo al final de las hostilidades han quedado desde entonces en una especie de vacío político y jurídico. En julio de 1999, el CICR negoció con el Ministerio de Justicia serbio a fin de obtener el acceso a ellos. Éste otorgó su consentimiento, gracias a lo cual el CICR ha visitado a unos 2.000 detenidos y restaurado el contacto entre ellos y sus familiares en Kosovo; los parientes cercanos de unos 1.000 de entre ellos habían informado que los daban por desaparecidos. Entre tanto, con los auspicios del CICR, del total de detenidos, más de 350 han sido liberados y trasladados de regreso a Kosovo. Asimismo, en la búsqueda de los desaparecidos [5 ] , la UNMIK consideró una gran ventaja el hecho de que el CICR esté en contacto formal con las autoridades en Prístina y en Belgrado, y reconoció el liderazgo del CICR tanto en la cuestión de los prisioneros como en la de los desaparecidos.
 

En últimas, la situación de los prisioneros sólo puede resolverse a nivel político. Es ésta una clara indicación de que la dimensión humanitaria tiene sus propios límites. No obstante, ésta tiene mucho que ofrecer al confiar en sus propios atributos particulares.
 

Otra característica de la filosofía operacional del CICR es también pertinente a la discusión sobre la acción humanitaria coherente y eficaz: se trata del principio de universalidad que rige la labor de la Cruz Roja. Mientras que la acción política y militar puede ser selectiva, las actividades del CICR, según lo estipulado en su cometido, deben realizarse en lo posible en todos los frentes, en los que la organización debe procurar estar presente. Sobra aclarar que existen países en los que el CICR ha e stado tratando en vano, hasta ahora, de llegar a ser operacional, enfrentado a la renuencia de las autoridades o a problemas de percepción. A pesar de todo, sus delegados está trabajando hoy en más de 40 partes del mundo, en donde ocurren conflictos, lejos de las cámaras de televisión occidentales o de otras regiones. Se incluyen en ellas contextos complejos tales como los de Colombia, Afganistán, Sierra Leona y Argelia. Se trata de lugares que no han experimentado -y probablemente no lo harán- intervenciones militares tan masivas como fue el caso en Kosovo. Y sin embargo, las personas afectadas allí tienen igualmente necesidad de apoyo y protección.
 

Kosovo absorbió una cantidad desproporcionada de recursos, en comparación con tantas otras situaciones en que el sufrimiento era igual si no más agudo. Para el CICR, así como para muchas otras organizaciones, existía el reto de mantener un equilibrio en términos de movilización. Es bastante significativo el hecho de que ningún miembro del personal del CICR que debió ser movilizado para el conflicto de los Balcanes fue retirado de ninguna de las demás operaciones del CICR en África, Asia o Latinoamérica. Puede pues afirmarse que aunque a veces se dedique una considerable atención a un evento o lugar en particular, muchas otras tragedias seguirán necesitando una respuesta humanitaria.
 

  ¿Un gesto humanitario legítimo?  

 
Así pues, el reto para las formas independientes de acción humanitaria durante la crisis de Kosovo fue real, y es difícil anticipar en su integridad sus consecuencias finales. Todo individuo que participe en ella debe dar una importancia capital a su capacidad de cuestionar su propio desempeño y a la capacidad de su equipo y organización para lograr el objetivo de proteger y asistir a quienes más lo necesiten. Ninguno de los actores en el terreno tenía una visión global, todos, incluido el CICR, ten ían sus fortalezas y debilidades.
 

En mi opinión, existe una cuestión más de fondo en la esencia de esta capacidad para cuestionar: ¿qué es lo que nos lleva a creer que la acción humanitaria es legítima por definición? Puede parecer extraño cuestionar el principio - reconocido como establecido a través de tantas divisorias culturales- según el cual ayudar a alguien necesitado es algo noble, más allá de la más ínfima duda. Si el derecho a recibir asistencia y protección en la guerra es la esencia misma de las disposiciones de los Convenios de Ginebra, y éstos han sido ratificados casi universalmente, entonces ¿por qué reabrir ese debate?
 

Obviamente, no tenemos aquí la intención de proponer que deban cuestionarse las bases morales y filosóficas sobre las que se cimienta la acción humanitaria. Pero lo que sí merece un examen crítico es la manera cómo se lleva a cabo la labor humanitaria en muchos países. La legitimidad del gesto humanitario está íntimamente relacionada con la capacidad de considerar como ser humano al “otro”, a la persona necesitada, algo que tiende a ser más difícil por el empleo repetido de la expresión “víctima”. De esta manera se despoja de toda dignidad humana al hombre, la mujer o el niño que se pretende definir. Mucho más preocupante es la aparentemente generalizada incapacidad para reconocer que a fin de ser verdaderamente legítimo, el gesto humanitario debe verse y sentirse como un proceso de doble vía. En otras palabras, es crucial hacer un intento sincero de colocarse a sí mismo en el lugar de la otra persona, tratando de entender qué tan profundo, desestabilizador o humillante puede ser en determinadas circunstancias un acto humanitario de asistencia, y de aceptar cuán doloroso puede ser tener que depender de un extraño. En esencia, esto equivale a concebir que algún día uno mismo pueda req uerir asistencia o protección de una u otra forma y a imaginar cómo quisiera uno que lo trataran en tal caso.
 

Hoy, la acción humanitaria a escala mundial sigue siendo el dominio exclusivo de un número limitado de organismos occidentales de ayuda. Esto ha fomentado la percepción de que Occidente está casi naturalmente en el extremo de la provisión de la ayuda, de que la acción humanitaria se lleva a cabo desde el Norte hacia el Sur y de que es una vía de un solo sentido. Es aquí, y no en algunas de las más visibles implicaciones de la crisis de Kosovo, donde reside el peligro del futuro para la acción humanitaria en general y para la acción humanitaria independiente en particular. Es un riesgo que, ciertamente, la militarización de las respuestas humanitarias no ayudarán a evitar. Como tampoco lo hará una confianza creciente en un presunto “derecho a intervenir”. Muy rara vez se piensa con alguna seriedad en el hecho de que un día la situación pueda invertirse por obra de otros que decidan actuar basados ellos mismos en ese “derecho ”.
 

Hay que reconocer que, a este respecto, no tiene por qué ufanarse. También él es percibido en numerosos contextos como una organización rica, occidental y cristiana, que trabaja desde una sede basada en Ginebra, características que le han dado una identidad ajena a tantos contextos culturales alrededor del mundo. Como los demás, el CICR debe aceptar la carga de probar lo contrario. Sin embargo, es posible que tenga una oportunidad única de resolver este reto de larga data. En primer lugar, convirtiéndose en una institución verdaderamente nómada, menos apegada a su lugar de origen,   no necesariamente asentada en un punto en particular, sino más bien en cualquier sitio en el que opere. En segundo lugar, participando más genuinamente en el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. Esta extraordinaria red mundial de Sociedades Nacionales presentes e n 177 países tiene el potencial sin paralelo de convertir el gesto humanitario en un proceso que brinda a las comunidades concernidas un sentido de participación en dicho proceso, de pertenecer a él en calidad de asociados. No hay que idealizar a estas Sociedades Nacionales, que tienen sus propias debilidades y contradicciones; pero en los Balcanes, como en muchas otras zonas de conflicto, las cosas sería muy distintas para el CICR de no ser por las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja de los países directamente interesados.
 

A menudo se pregunta cómo podría el CICR preservar su identidad en un proceso de este tipo. Contrario a lo que algunos esperaban, las asociaciones con las muchas Sociedades Nacionales de terceros países, así como con las de Albania, la ex RY de Macedonia y Yugoslavia, fueron de hecho un aspecto vital de la identidad del CICR en los Balcanes. Ellas contribuyeron a dar una imagen de la Cruz Roja en acción y ampliaron significativamente la respuesta global. La gestión eficaz de este proceso de asociación aporta un verdadero valor agregado a las operaciones del CICR.
 

De las muchas lecciones que dejó la crisis de Kosovo - la más europea de las guerras- encontrar la clave para fortalecer la legitimidad de la labor humanitaria en los conflictos alrededor del mundo puede muy bien ser aquélla cuyas consecuencias tienen mayor alcance. Redescubrir que “lo que es bueno para el otro es bueno para mí” podría hacer mucho para la renovación de la acción humanitaria independiente.
 

  Pierre Krähenbühl , graduado en ciencias políticas y relaciones internacionales, es delegado del CICR. Durante la crisis de Kosovo dirigió en la sede del CICR el Grupo Especial de Trabajo para los Balcanes.
 
  Notas :

 
1. Para una descripción de las conversaciones de paz de Dayton y las referencias hechas allí a Kosovo, v., inter alia , Richard Hobrooke , To End a War , Random House, Nueva York, 1998.

2. El 15 de septiembre de 1998, el CICR publicó un documento que había preparado sobre su posición oficial. V. “Declaración pública del CICR acerca de la situación en Kosovo”, RICR , no 148, diciembre 1998, p. 781-784.

3. Para mayor ilustración acerca de las actividades específicas llevadas a cabo por el CICR, por la Federación Internacional y por las muchas Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja participantes, v. la página Web del CICR: www.cicr.org.

4. Las disposiciones del acuerdo de paz de Dayton relativas al CICR se publicaron en la RICR , no 134, marzo-abril de 1996, pp. 261-263.

5. Al momento de la redacción de este artículo, el número de personas de paradero desconocido registradas por el CICR ascendía a 2.900, discriminadas así: 2.400 albaneses de Kosovo, 400 serbios, y el resto repartidos entre diversas etnias, entre ellas montenegrina y roma.