La militarización de la ayuda y sus peligros

22-02-2011 Artículo, por Pierre Krähenbühl

Los ataques contra los trabajadores humanitarios son cada vez más frecuentes, al tiempo que la ayuda humanitaria está cada vez más politizada y militarizada. En este artículo, el director de Actividades Operacionales del CICR, Pierre Krähenbühl, examina las consecuencias que ello tendría tanto para las organizaciones humanitarias como para las víctimas de los conflictos.

El incremento, registrado el año pasado, en el número de colaboradores humanitarios que fueron muertos pone de relieve interrogantes fundamentales que se plantean a las organizaciones de ayuda. Habida cuenta del aumento de los ataques contra el personal humanitario y de la mayor politización y militarización de la ayuda, considero que estamos ante un conjunto de cambios paradigmáticos que afectarán profundamente la manera en que las organizaciones prestan ayuda vital en la guerra. Esto afecta, en sumo grado, al interés de las organizaciones humanitarias y las víctimas de conflictos armados.

Durante la década pasada, se hicieron corrientes los ataques deliberados contra el personal humanitario. Son claramente ilegales e inaceptables y deben condenarse de la manera más rotunda. Sin embargo, el rechazo manifiesto a los colaboradores humanitarios es también un resultado adyacente de las políticas que integran la ayuda humanitaria a las estrategias políticas y militares. Desde hace algún tiempo, esto se conocía como el debate de los " límites difuminados " : ¿es apropiado que las fuerzas armadas participen en actividades humanitarias?

Para el Comité Internacional de la Cruz Roja, no se trata de saber si los militares pueden contribuir a la labor humanitaria, ya que, por ejemplo, éstos tienen la obligación, dimanante del derecho internacional humanitario, de evacuar a los heridos civiles. No obstante, la ayuda que llega a incluirse en las estrategias de contrainsurgencia es mucho más problemática. Nunca olvidaré una declaración de prensa de las fuerzas internacionales en Afganistán, hecha hace unos años, en la cual se ponía de relieve que la a sistencia humanitaria les estaba ayudando, a ellos y a las fuerzas afganas, a ganar en la " lucha contra el terrorismo " .

Ese talante induce a las partes en los conflictos y a la población afectada a asociar a todos los colaboradores humanitarios con las metas específicamente políticas y militares en Afganistán y más allá de ese país. Cuando la acción humanitaria llega a ser parte de estrategias cuya finalidad es derrotar a un enemigo, los riesgos para las organizaciones de ayuda crecen exponencialmente. Ese es el momento para trazar un límite inequívoco. 

Un alto grado de preocupación por las cuestiones de seguridad significa, para las organizaciones humanitarias, un acceso reducido a lugares donde la población sufre una acuciante necesidad de ayuda estrictamente humanitaria. Considerando los países donde el CICR despliega sus operaciones de mayor envergadura —Afganistán, Colombia, Irak, Somalia o Yemen—, me llama la atención las pocas organizaciones que realmente pueden obtener un acceso regular a la población y que pueden efectuar operaciones independientes. Algunos pueden poner en tela de juicio el valor de la labor humanitaria independiente, neutral e imparcial en las guerras de hoy. Pero, como Institución que presta ayuda a las víctimas de los conflictos desde hace casi 150 años, incluidos los conflictos librados por insurgentes, sabemos que, gracias a la observancia de esos principios, tenemos acceso, podemos prestar asistencia y desplegar esfuerzos para proteger a quienes están atrapados en un conflicto armado.

Un aspecto poco conocido de nuestras actividades en Colombia ilustra el valor de la acción humanitaria independiente, neutral e imparcial. Desde hace más de doce años, mediante negociaciones con los grupos armados y el ejército colombiano, y gozando de la confianza que se ha granjeado ante todos los lados, el CICR puede organizar el paso seguro de profesionales de la salud que administran clínica s móviles de salud en zonas rurales afectadas por el conflicto armado. Además, nuestra Institución hace gestiones, con regularidad, para el traslado de heridos y enfermos y para operaciones de entrega de personas liberadas por las FARC-EP y otros grupos armados.

El CICR también ha prestado, a menudo, servicios de intermediario neutral en Oriente Próximo. Con regularidad, Israel y Hezbolá nos han solicitado que facilitemos la entrega de detenidos y de restos mortales de personas que fueron muertas durante conflictos, las últimas décadas. Las operaciones de esta índole son posibles únicamente porque todas las partes beligerantes saben que nuestra Institución no toma partido, y porque saben que emprendemos nuestra acción sólo por razones estrictamente humanitarias.

Dicho arraigado modo de trabajar del CICR no es propio de todos los actores humanitarios. La comunidad de ayuda es muy diversa en sus enfoques y se requiere hacer, con honradez, un examen de las diversas prácticas y sus efectos. Observo un pesimismo, cada vez mayor, en la comunidad de ayuda y una añoranza por lo que suele denominarse un " espacio humanitario " que se está reduciendo. De hecho, por nuestra experiencia sabemos que, sencillamente, no existe algo que sea un " espacio humanitario " previamente establecido y protegido. 

Los conflictos armados de hoy son de larga duración y están fragmentados. En el este de República Democrática del Congo, el CICR tiene que tratar con 40 diferentes grupos o facciones armados. En tales situaciones, el espacio requerido para la acción se forja diariamente y a lo largo del tiempo: entablando relaciones, no dando por sentado que gozamos de aceptación, haciendo lo que decimos, adoptando un modo de trabajo basado en principios y ciñéndonos a éste con gran disciplina. El CICR, por su parte, considera que la coherencia en la neutralidad y la independencia es una manera de granjearse la confianza.

No es esta la única manera para efectuar la acción humanitaria, pero las organizaciones de ayuda no pueden actuar con doblez: la solución no estriba en pedir, un día, escoltas armadas para llegar a la población necesitada y, al día siguiente, criticar a esas mismas fuerzas militares por difuminar los límites. De hecho, esta misma incoherencia da lugar a más problemas por lo que atañe a la percepción y a la confianza. Las organizaciones humanitarias no pueden sencillamente acusar y excluir del cuestionamiento sus propias opciones y acciones.

Habida cuenta de lo que se arriesga, creo que es esencial que quienes toman decisiones a nivel político y militar tengan en cuenta las consecuencias considerables que cabe prever del hecho de hacer de la ayuda humanitaria parte integrante de las operaciones de contrainsurgencia. Por su parte, las organizaciones humanitarias deben debatir, de manera más crítica consigo mismas y con honradez, sobre las consecuencias de sus elecciones. Asimismo, deben decidir con autenticidad cómo desean realizar sus actividades. Si no lo hacen, la seguridad de los colaboradores humanitarios seguirá socavándose y, con creces, las víctimas de los conflictos armados estarán más aisladas y expuestas a peligros.