Perú: la incansable búsqueda de un familiar desaparecido

27-08-2010 Reportaje

Los veinte años de violencia que sufrió Perú entre los años 1980 y 2000 trajeron como consecuencia el fallecimiento de miles de personas y, según los equipos forenses nacionales, la desaparición de más de 15.000 personas, registradas con nombre y apellido. A pesar de que han pasado muchos años, miles de familias peruanas continúan aún sufriendo por la incertidumbre que les genera no saber dónde están sus seres queridos.

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©CICR / M. García-Burgos 
   
Lidia Flores (de 58 años) sostiene una fotografía de ella con su esposo desaparecido, Felipe. 
               
©CICR / M. García-Burgos 
   
A pesar de su angustia, Lidia ha encontrado la fortaleza para seguir y darles un buen ejemplo para sus hijos. 
               
©CICR / M. García-Burgos 
   
Tejer una chalina es una de las maneras que las familias han encontrado para expresar su dolor y su afecto por los familiares desaparecidos. 
               
©CICR / M. García-Burgos 
   
Estas mujeres, cuyos familiares están desaparecidos, terminaron de tejer su parte de la chalina. 
           

Vestida de negro, con un luto riguroso, Lidia Flores nos recibe en su humilde casa ubicada en las afueras de la ciudad de Ayacucho. Lleva años sufriendo, con un duelo permanente por no poder enterrar de manera digna a su esposo, quien desapareció en 1984.

 

Lidia está recientemente operada, débil y sin poder moverse mucho. Se encuentra tejiendo y bordando el nombre de su esposo, formando una pieza de lo que conformará la “Chalina de la esperanza”, proyecto de la sociedad civil en el que participan muchas madres, esposas, hijas y familiares en general, que tejen en diversas localidades (Huamanga, Cayara, Hualla, Lima) partes de una chalina que se estima medirá un kilómetro.

 

La “Chalina de la esperanza” busca sensibilizar a la población sobre una problemática que aqueja a muchas familias, especialmente de Ayacucho, el departamento con mayor número de víctimas de la violencia en los años 80 y 90.

 

Lidia siente que tejiendo recuerda a su esposo, desenreda la lana y va hilando una pastilla de la chalina y, mientras le da forma, ordena sus pensamientos.

 

“Mi esposo llegó de viaje porque era comerciante y dejó su documento de identidad en la casa, era julio de 1984; salió un ratito a la calle y una patrulla se lo llevó, lo busqué por diversos lugares y nadie me dio datos sobre su paradero”.

 

Lidia fue a todas las dependencias de la zona e incluso viajó a Lima con sus cinco hijos pequeños, pensando que tal vez lo encontraría detenido en algún penal.  Sin conocer bien la ciudad, que era agresiva para ella, sufrió la angustia de no encontrar a su esposo y de retornar a Ayacucho con más pena y desilusión .

 

En su incansable búsqueda, Lidia fue conociendo a más personas que estaban en igual situación que ella.  Algunas personas comentaron que en distintos lugares, especialmente en las quebradas, había cuerpos de personas regados por todas partes.

 

Esa macabra información la remeció. En sus sueños, afirma ella, su esposo le indicó dónde buscarlo. Al día siguiente se dirigió a una zona a varios kilómetros en las afueras de la ciudad y encontró una imagen terrible. Los perros devoraban los restos humanos de varias personas. Reconoció las ropas de su esposo, un pantalón al que ella misma había subido la basta. Recogió lo único que quedaba, el cráneo, y se lo llevó para enterrarlo.

 

Aunque en su corazón ella siente que ese único resto pertenece a su esposo, no existe ninguna constancia legal que certifique su identidad.

 

“Desenterré su calaverita y la llevé a la Fiscalía. Me dijeron que a veces cambiaban las ropas a las personas, que tal vez no era él, eso me entristeció mucho. Ahora tienen el cráneo para hacer análisis de ADN. Todavía no hay resultados, a pesar de que ya pasaron 5 años”.

 

La problemática de personas desaparecidas parece un laberinto que no tiene final. Los familiares tienen diversas necesidades, saber qué pasó, dónde están, cerrar un duelo que se hace cada vez más perenne, una reparación simbólica y económica, además de justicia; pero principalmente recuperar los restos y dar un entierro digno a sus parientes.

 

En Perú, el proceso de la búsqueda de personas desaparecidas va progresando lentamente. El Instituto de Medicina Legal afirma que, entre los años 2002 y 2009, se han recuperado 1.247 cuerpos, de los cuales 652 han sido identificados.

 

El reto es muy grande, y los familiares de las personas desaparecidas siguen esperando. Algunos lo hacen tejiendo, expr esándose a través de sus manos; muchas lo hacen en silencio, llorando, algunas reclaman celeridad en el proceso y otras sacan fuerzas para salir adelante.

 

Los ojos de Lidia se humedecen cuando le preguntamos qué es lo que espera de esta situación, por qué no pasar la página y olvidar las tristezas. Ella nos replica con firmeza: “No se puede olvidar. Han pasado 26 años desde que mi esposo desapareció y me he quedado sola con mis hijos, he sufrido mucho, todo nuestros proyectos han fracasado. He sido padre y madre todos estos años y tenía la ilusión de que regresara. Me lo imaginaba cómo sería de viejito, aunque sea enfermo lo recibiría, me hubiese gustado que estuviera cerca de mis hijos. Como esposo, hablaría con él y compartiría la crianza… me siento muy sola”.

  CICR y la problemática de personas desaparecidas en el Perú  

     

Como parte de su labor humanitaria, el CICR despliega esfuerzos por que las familias obtengan respuestas sobre el paradero de las personas desaparecidas durante la época de la violencia (1980 - 2000)

 
  • El CICR brinda apoyo técnico a las instituciones forenses del Estado y de la sociedad civil, principalmente a través de capacitaciones y poniendo a disposición una base de datos para el cruce de información forense.
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  • Contribuye con los servicios de salud del Estado, fortaleciendo su capacidad de cobertura, con el fin de que se de atención psicosocial a los familiares de las personas desaparecidas.
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  • Apoya a las asociaciones de familiares de desaparecidos y a los familiares no asociados a través de asistencia material, para que el proceso tenga más dignidad y puedan participar y legitimar las intervenciones forenses.