Srebrenica: no olvidar a las personas desparecidas

05-07-2005por Béatrice Mégevand-Roggo

Béatrice Mégevand-Roggo, delegada general del CICR para Europa y América, era jefa de la delegación de la Institución en Sarajevo, el año 1995. En el artículo a continuación, hace especial hincapié en el derecho que tienen las personas a saber lo que ha ocurrido a sus familiares dados por desaparecidos e insta a la comunidad internacional a que reafirme su compromiso de dar respuesta a esta cuestión.

 

Desaparecidos 
   
   
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En julio, se cumple el décimo aniversario de la caída de Srebrenica en poder de las fuerzas serbias de Bosnia, tras la que se dio muerte a unos 8.000 musulmanes bosnios, el crimen de guerra más grave que se ha cometido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Diez años después de los trágicos hechos de Srebrenica y casi diez años después de que, por los Acuerdos de Dayton, se puso término a la guerra, las heridas causadas por ese baño de sangre aún no han cicatrizado. En particular, los familiares de numerosas personas cuya desaparición se notificó al CICR, más de 14.500 en toda Bosnia-Herzegovina, 5.500 de ellas en Srebrenica, aún esperan saber qué ha sucedido a sus seres queridos.

El hecho de que las personas dadas por desaparecidas posiblemente estén muertas no mitiga el sufrimiento diario de sus familiares. Desconocer lo que ha sucedido a un marido, un padre o un hermano (prácticamente todos los desparecidos son hombres), no poder darles digna sepultura y llorarlos en su tumba, causan gran angustia a sus familiares. Éstos necesitan poder hacer el duelo, dar vuelta la página de las tragedias del pasado y seguir adelante con su vida. Además, para un país como Bosnia-Herzegovina, que trata de superar las divisiones del pasado, el hecho de elucidar paulatinamente la suerte que han corrido las personas desparecidas contribuirá a mejorar y a estabilizar las relaciones entre las diferentes comunidades.

El aniversario de la masacre de Srebrenica obliga a la comunidad internacional, en particular las organizaciones humanitarias, a reexaminar críticamente el papel que desempeñaron en esa época. Ese ejercicio es particularmente doloroso para el CICR, pues nueve de sus colaboradores, nueve colegas, desaparecieron en los hechos de Srebrenica. Se identificaron los cuerpos de tres de ellos, pero seis siguen dados por desaparecidos.

Como muchos otros, el CICR no pudo impedir los crímenes que se cometieron en Srebrenica y sus alrededores. Debemos reconocer que, a pesar de los esfuerzos realizados para ayudar a los miles de civiles expulsados de la ciudad por la fuerza y a pesar de la dedicación de los colaboradores sobre el terreno, el CICR sólo pudo tener una influencia sumamente limitada en el desenvolvimiento de los trágicos hechos. Ello se explica, en parte, por su incapacidad para comprender inmediatamente la magnitud del horror de lo que estaba pasando en Srebrenica. En esa época, era difícil creer que pudiera cometerse un crimen de tal envergadura ante los ojos de la comunidad internacional. Tras haber realizado denodados esfuerzos e interminables gestiones, día y noche, para tener acceso a Srebrenica y las zonas aledañas, todo lo que el CICR obtuvo fue la posibilidad de visitar a unas 200 personas arrestadas en la ciudad.

Los acontecimientos de Srebreni ca también nos recuerdan brutalmente otra realidad: la acción humanitaria por sí sola no puede impedir que se cometan crímenes de guerra graves. Sólo se podrán impedir atrocidades de esa naturaleza si todas las partes en conflicto respetan las obligaciones que tienen en virtud del derecho internacional humanitario. La comunidad de los Estados debe ejercer presión para que respeten las normas de ese derecho y debe estar lista para usar la fuerza si no lo hacen.

Ayudar a los familiares de las personas desaparecidas no es sólo un imperativo humanitario, sino también una obligación jurídica. El derecho internacional humanitario estipula que las personas deben poder conocer la suerte que ha corrido un pariente dado por desaparecido, y que ese derecho debe respetarse y defenderse. La responsabilidad principal incumbe, en este caso, a las autoridades de Bosnia-Herzegovina, que deben hacer lo que esté a su alcance para dar información a todas las personas que esperan noticias de sus familiares desaparecidos.

La comunidad internacional debe seguir actuando para lograr que ese proceso avance, por ejemplo apoyando los esfuerzos que permitirán localizar e identificar los restos de las víctimas del conflicto. Se deben efectuar exámenes post mortem y análisis de ADN en los cadáveres que han estado enterrados durante años, así como reunir datos ante mortem que también contribuirán a la identificación. El proceso es largo y doloroso, pero es más indispensable que nunca, si queremos ayudar a los familiares de los desaparecidos a hacer el duelo.

Sin duda, la humanidad puede aprender de sus errores, pero no podremos deshacer lo que se hizo en Srebrenica hace diez años. En cambio, podemos aliviar, en cierta medida, el sufrimiento de quienes aún no saben con exactitud lo que ha ocurrido a sus seres queridos, asesinados en esa ciudad o en otras partes de Bosnia-Herzegovina. A ellos más que a nadie deben dedicarse las conmemoraciones previstas para el mes de julio.