La guerra aérea, la guerra naval y el DIH
Las normas y los principios básicos del DIH contemplan toda clase de conflicto armado, sea cual sea el teatro de operaciones: tierra, mar o aire. No obstante, algunos tratados, así como el derecho consuetudinario, se refieren específicamente a ciertos aspectos de la guerra naval y de la guerra aérea.
Hasta la Primera Guerra Mundial, la guerra naval se regía principalmente por los tratados de La Haya y por el derecho consuetudinario. Sin embargo, los medios y métodos de guerra utilizados durante ese conflicto —en particular, el uso de submarinos y los ataques a buques neutrales— plantearon dudas sobre cómo estaba aplicándose el DIH. Durante la Segunda Guerra Mundial, los ataques arbitrarios contra buques hospitales y barcos de la Cruz Roja que transportaban artículos de socorro volvieron a plantear la cuestión de si el derecho naval consuetudinario contemplaba el respeto del equilibrio entre las necesidades militares y las necesidades humanitarias.
Durante las operaciones navales en el marco de la guerra de Malvinas/Falkland, la guerra entre Irán e Irak y la guerra del Golfo, siguieron planteándose cuestiones relativas a la seguridad civil, el uso de bloqueos y las zonas de exclusión en el mar. Sin embargo, la comunidad internacional no consideró formular ningún nuevo tratado importante que regulara la guerra naval. Por su parte, varios funcionarios gubernamentales, el CICR, algunas Sociedades Nacionales de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, junto con otros expertos, elaboraron directrices no vinculantes reunidas en el Manual de San Remo de 1994.
El manual, básicamente, reafirma y actualiza la interpretación del DIH aplicado a la guerra naval.
Esclarece cómo se aplica el principio de distinción en el mar a partir del Protocolo adicional I a los Convenios de Ginebra de 1977, definiendo, por ejemplo, qué es un objetivo militar. Los buques de guerra son objetivos militares, al igual que los buques auxiliares y los barcos mercantes que colaboran de manera directa con la acción militar del enemigo.
Incluye una lista de actividades por las cuales un buque no militar pasaría a ser considerado un objetivo militar legítimo. Algunos ejemplos que se incluyen en la lista son las siguientes acciones: sembrar minas, transportar tropas, recabar información, navegar en convoy militar, resistirse a la detención y el registro, y transportar armamento importante.
Asimismo, el manual enumera los buques que no pueden recibir ataques, a saber: buques hospitales, embarcaciones costeras de salvamento, buques que trasladan prisioneros de guerra, buques de pasaje que transportan únicamente a personas civiles, embarcaciones costeras de pesca y botes salvavidas.
El manual se circunscribe, principalmente, a la aplicación del DIH en el mar durante los conflictos armados. Las cuestiones jurídicas más generales del derecho internacional público están cubiertas por la Convención sobre el Derecho del Mar, de 1982. No obstante, el manual reafirma que no puede dejarse de lado el DIH en circunstancias contempladas por ese derecho, como sucede con las zonas de exclusión.
Por su parte, la guerra aérea es relativamente moderna, en comparación con la guerra naval. Los globos existían antes que los aviones, y su uso bélico se reguló en 1899. Sin embargo, los aviones como tales no se utilizaron en la guerra, sino hasta los primeros años del siglo XX.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se lo utilizó ampliamente. La Batalla de Inglaterra fue un combate aéreo; la guerra que se libró en el Pacífico dependía de una estrecha integración de los poderes naval y aéreo. Las campañas de bombardeo lanzadas durante la Segunda Guerra Mundial se cobraron muchas vidas entre la población civil y contribuyeron a las demandas de regulación que dieron como resultado el IV Convenio de Ginebra y los posteriores Protocolos adicionales.
A pesar de que los Estados aún no adoptaron una regulación específica para la guerra aérea moderna, es evidente que se aplican los principios y normas generales del DIH. A modo ilustrativo, los bombardeos aéreos deben llevarse a cabo conforme a los principios del DIH, es decir, distinguiendo entre objetivos militares y civiles, y aplicando el principio de proporcionalidad.
Además, las convenciones internacionales que prohíben el uso de diversas armas (por ejemplo, químicas y bacteriológicas) se aplican directamente a la guerra aérea.
Durante las operaciones navales y aéreas, las partes tienen la obligación de no causar daños ambientales innecesarios —a la tierra o al mar— ni privar innecesariamente a la población civil de sus medios de supervivencia. El DIH también protege los bienes culturales de ataques aéreos o navales.