Patrick Youssef, director regional entrante para África del CICR, visita un hospital in Maiduguri, Nigeria. Foto: CICR

“Estamos en una carrera contra el tiempo para frenar la propagación de la COVID-19”

Patrick Youssef, director regional entrante para África del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), explica los desafíos que plantea la pandemia de COVID-19, que sigue propagándose a escala mundial. En África, la amenaza invisible pesa sobre la población en numerosos contextos de conflicto en los que el CICR despliega actividades.

África es, quizás, la región menos afectada por la pandemia hasta el momento, pero si no se toman medidas para contener el virus en lo inmediato, podría haber consecuencias devastadoras para la población y los sistemas de salud. Muchos países africanos cerraron sus fronteras e impusieron a la población medidas de confinamiento y toques de queda. Toda la humanidad se encuentra inmersa en una compleja situación que conducirá a una crisis económica y social de proporciones imprevisibles. Estamos en una carrera contra el tiempo para frenar la propagación del COVID-19. Y, sin embargo, las guerras continúan, los combates no han cesado, en especial en Lago Chad.

Las necesidades humanitarias se multiplican

En Burkina Faso, vemos que, a medida que pasan los días, la epidemia se propaga tanto en las zonas rurales como en las urbanas. Tememos que siga avanzando aún más, hacia el norte, a las regiones afectadas por el conflicto. En la ciudad de Djibo, cuya población se duplicó en razón de los desplazamientos internos de los últimos meses, sería imposible imponer que los habitantes vivan manteniendo distancia entre sí, cuando incluso el acceso al agua y el jabón es limitado.

En las zonas de conflictos armados, los hospitales, las ambulancias y el personal médico suelen ser objeto de ataques. En el norte de Malí, el 93 % de las instalaciones de salud fueron íntegramente destruidas a causa del conflicto. ¿Cómo podrían, entonces, hacer frente a esta amenaza? Debido a la falta de inversión, las instalaciones de salud locales a duras penas pueden atender patologías comunes como el paludismo o la rubeola. No tendrán la capacidad para hacer las pruebas y tratar a los pacientes con COVID-19. Otros sistemas de salud del continente corren el riesgo de derrumbarse.

La historia muestra que cada epidemia —fiebre del Ébola, SARS, MERS— intensifica el peligro de padecer diferentes formas de desnutrición para las comunidades que viven en condiciones de inseguridad alimentaria. En los países en desarrollo, numerosas familias destinan, actualmente, más de la mitad de sus ingresos a la alimentación. Los países que tienen una fuerte dependencia de la importación para responder a la demanda se enfrentan a un riesgo desmedido de alteración de la cadena de suministro, lo cual es particularmente inquietante para el acceso a los alimentos. Durante la epidemia de fiebre del Ébola en África Occidental, los precios de algunos alimentos básicos aumentaron más de un 100 %. Las personas que no fueron afectadas por el virus tuvieron que padecer este aspecto de la crisis.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) también está multiplicando las advertencias. Existen muchas teorías, principalmente sobre un tratamiento a base de cloroquina, pero todavía faltan certezas científicas. Todos navegamos en aguas desconocidas. Como muchas otras organizaciones, nuestra institución experimenta un desafío mayor en términos de logística y suministro.

La vigilancia sigue siendo esencial

Hemos aplicado protocolos de salud para proteger a nuestros equipos con el objeto de permitirles continuar sus misiones humanitarias. Hemos suspendido todos los viajes que no fueran imprescindibles. Algunos colegas, confinados en sus casas, siguen trabajando sin descanso para asegurar que se mantengan los socorros. Otros, procedentes de países altamente afectados por el virus, fueron puestos en cuarentena por precaución, para su propio bien y el de sus vecinos. Este virus nos ataca a todos, sin distinción de color, etnia o clase social. Si no se respetan ciertas precauciones, nadie quedará exento.

No podemos resignarnos a perder la batalla para contener esta epidemia. Las personas a las que asistimos día a día necesitan, hoy más que nunca, toda la ayuda posible, ahora y después del fin de la pandemia. No se trata solo de una crisis sanitaria, sino de una crisis que afecta a todos los sectores de la sociedad.

La distribución de socorros puesta a prueba

Los entornos en los que desplegamos nuestra labor ya eran muy imprevisibles e inestables y las restricciones de viaje que aplican muchos gobiernos ponen a prueba la movilidad del personal humanitario y nuestra capacidad de despachar material en la región.

Es innegable que todos nuestros programas se verán afectados de una u otra manera por la COVID-19. En estos momentos, nuestros equipos demuestran agilidad y flexibilidad y han reorientado sus planes para enfrentar los desafíos venideros. Seguimos llevando los mensajes hasta las líneas de frente, asegurando la protección del personal médico, prestando apoyo a los centros de salud de las zonas más recónditas, distribuyendo víveres y artículos de higiene a los más vulnerables y fortaleciendo las medidas de control de la infección en los lugares de confinamiento natural, es decir, en los lugares de detención y los campamentos de personas desplazadas.

No podremos estar en todos los frentes, por ello también queremos crear una plataforma de intercambio con los gobiernos, los actores nacionales y los institutos de investigación presentes en el terreno, para mejorar la transferencia de conocimientos en el continente africano. De ese modo, tendremos un enfoque "glocal", es decir, adaptar la estrategia global a las condiciones locales.

Para hacer frente a la crisis en las zonas de conflictos, se impone más que nunca preservar un espacio humanitario neutral e imparcial, un espacio de diálogo y, sobre todo, un espacio de prevención para que esta epidemia no llegue a las zonas en las que el acceso a la asistencia básica es restringido.