Ibrahim, de 10 años, camina entre los escombros de un edificio destruido por los ataques aéreos en Saná.
Ibrahim, de 10 años, camina entre los escombros de un edificio destruido por los ataques aéreos en Saná.
Este terreno amplio se convirtió en campo de fútbol para estos niños que evaden la guerra y su destrucción y encuentran la manera de seguir practicando su deporte favorito.
Hisham, de 14 años, y Yazan, de 8, estudian en una habitación de su casa. Al igual que todos los yemeníes, se ven afectados por los cortes de energía reiterados en Saná. Con la ayuda de la tenue luz de una linterna, se esfuerzan para no atrasarse en sus estudios. Hoy en día, cerca de 90% de los yemeníes tiene escaso acceso a la electricidad en sus hogares.
Mohammed contempla el impacto de la destrucción debido al conflicto: esto es todo lo que quedó de su casa.
Este joven yemení eligió el nombre de “El café de la esperanza” para su comercio, ubicado entre los escombros de un edificio en Saná.
Ali, de 13 años, observa los edificios destruidos en su vecindario.
Enfrentamientos violentos, ataques aéreos continuos, epidemias de cólera y de otras enfermedades prevenibles, reducción del tratamiento para los pacientes con insuficiencia renal, sistema de asistencia de salud diezmado.
Con más de 20 millones de personas que necesitan asistencia, Yemen es el país que sufre la mayor crisis humanitaria del mundo. El tiempo apremia para los civiles atrapados en medio del conflicto en curso.
Sin embargo, hasta no hace tanto tiempo, los encantadores zocos y las estrechas callecitas de la antigua ciudad de Saná bullían con la actividad de comerciantes y de turistas. Al cabo de tres años del conflicto brutal que devasta Yemen, casi todos los aspectos de la vida se vieron afectados en su ciudad capital.
Entre los reiterados cortes de energía casi cotidianos y su denuedo por conseguir el sustento en medio de escombros y edificios destruidos, la población de Saná no pierde la esperanza.
El CICR trabaja día y noche para prestar asistencia a la población de todas las formas posibles. En 2017, ayudamos a 338.000 personas a acceder al agua potable y a un mejor saneamiento – servicios esenciales en un entorno de tantas dificultades. Además, prestamos diversas formas de asistencia para cerca de 879.000 personas desplazadas.