La vida cotidiana en territorios disputados: cómo la población civil afronta la violencia, los riesgos y la incertidumbre
Una mujer pasa junto a un miembro del Batallón de Intervención Rápida (BIR) de élite camerunés en la ciudad de Buea, en la región anglófona del suroeste de Camerún.
Foto: Reuters
Al despuntar el día, en Camerún, un agricultor sale de su casa y se detiene a los pocos pasos. Aguza el oído, no para percibir el canto de los pájaros o voces humanas, sino un tipo especial de silencio. Ese que deja entrever que, al menos en ese instante, ya han pasado los grupos armados que sin previsibilidad alguna circulan por el pueblo. Ese silencio —o su ausencia— será el factor decisivo para seguir camino al campo o volver a su casa.
“Es que no queremos llamar la atención”, le dijo a nuestro equipo. Para ese agricultor y muchos como él, la rutina no es hábito: es protección.
A miles de kilómetros de allí, en Mosul, Sama todavía evita acercarse a la ventana de su casa. Años después de que el grupo Estado Islámico perdiera el control de su localidad, siente una pesadumbre que ella llama “la cicatriz de dentro”. Recuerda que las mujeres se casaban jóvenes para evitar el acoso, que los vecinos caminaban con la cabeza gacha, y aquel golpeteo en la puerta, señal de que la familia debía irse por la intensificación de los enfrentamientos.
“Siempre teníamos miedo de lo que pudiera pasar,” expresó.
En Mindanao, en el sur del archipiélago de las Filipinas, un residente describe una presión más sutil pero igual de implacable: “Ahora el combate está en las vísceras”. Incluso tras el proceso de paz que se llevó adelante en la Región Autónoma Bangsamoro, la violencia localizada, la rivalidad entre clanes y los grupos armados que no adhirieron al acuerdo de paz siguen alterando la cotidianidad. En muchos casos, ahora la inseguridad se entremezcla con las dificultades para acceder al alimento, los medios de subsistencia y los servicios básicos.
Estas voces —y decenas más— dan sustento al nuevo informe del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Navigating Violence: Learning from Civilian Experiences and Strengthening Humanitarian Action in Contested Territories. En el informe, se analiza la realidad de más de 204 millones de personas que habitan en zonas controladas o disputadas por grupos armados. Sus relatos visibilizan un mundo en el que la autoridad es errática, los servicios son endebles y la seguridad depende de las circunstancias.
Una delegada del CICR contempla una guardería abandonada, acribillada a balazos en Madia, municipio de Datu Saudi Ampatuan, provincia de Maguindánao del Sur
¿Qué entendemos por “territorio disputado”?
La expresión “territorio disputado” es un término descriptivo que el CICR utiliza para referirse a contextos en los que la autoridad estatal se ve desafiada por uno o más grupos armados no estatales dentro de las fronteras reconocidas internacionalmente.
Aunque esos contextos varían considerablemente, presentan características distintivas en común:
- autoridades superpuestas o que compiten entre sí;
- violencia cambiante e impredecible;
- servicios públicos interrumpidos o politizados;
- restricción de la circulación y reglas confusas;
- desconfianza generalizada y miedo a las identificaciones erróneas;
- trastornos en las economías locales;
- agravios políticos y sociales profundos que generan vulnerabilidad
En todo el mundo, existen 383 grupos armados que, desde el punto de vista del CICR, representan una preocupación humanitaria; el 63 % ejerce el control pleno de un territorio o lo disputa, y cerca del 85 % intenta ofrecer algún grado de gestión de gobierno, que puede ir desde servicios básicos hasta la función de seguridad.
No se trata de espacios menores, sino de lugares donde viven millones de familias que ahora deben sopesar las decisiones de todos los días con sumo cuidado, inventiva y muchas veces, en medio de una honda incertidumbre.
Vida cotidiana: vivencias en territorios disputados
Si bien la dinámica de la disputa es distinta en cada país, lo que se experimenta en Camerún, Irak y Filipinas presenta características en común. Las comunidades manifiestan que la vida se ve menos alterada por las noticias referentes al conflicto y más por las pequeñas decisiones cotidianas: por dónde caminar, a quién saludar, qué camino tomar o cuándo salir de casa.
A partir de la investigación del informe, surgen cuatro ejes:
1. La gestión de los asuntos públicos determina los riesgos.
Ya sea que se utilice un control estricto, que entre en juego una influencia disruptiva o que la autoridad esté fragmentada, la gestión de los asuntos públicos atraviesa casi todos los aspectos de la vida. En Irak, el grupo Estado Islámico estableció un sistema rígido que afectaba todo, desde los servicios públicos hasta la conducta personal. En Camerún, los grupos armados realizan actos de desobediencia civil e imponen toques de queda y cierres de escuelas. En Mindanao, la gestión está repartida entre las autoridades formales y los grupos que no adhirieron al proceso de paz.
Para la población civil, estos sistemas que compiten entre sí significan una sola cosa: incertidumbre.
2. La violencia es estratégica y cambia todo el tiempo.
Los integrantes de las comunidades que hablaron con nuestros equipos contaron que los pueblos se transforman en campos de batalla sin previo aviso, que los puestos de control se multiplican de un momento a otro o que la violencia dirigida a ciertos grupos aumenta incluso mucho después de finalizados los enfrentamientos principales. El miedo a ser identificado erróneamente como informante, simpatizante o enemigo puede ser tan duro de sobrellevar como la violencia en sí.
3. Se politizan los servicios.
La educación, la salud, la emisión de documentos y los medios de subsistencia quedan ligados al conflicto. Cuando las escuelas públicas cierran, las familias deben costear educación privada para sus hijos o interrumpir su escolarización. Los trabajadores de la salud sufren amenazas de varios frentes. Sin documentación civil, las personas no pueden circular en forma segura ni acceder a servicios. Se contraen los mercados, aumentan los precios y se precariza el acceso a la tierra o a un ingreso.
A medida que transcurre el tiempo, estos obstáculos se van acumulando, y dejan cicatrices sociales y económicas muy persistentes.
4. La identidad repercute en el peligro.
La identidad étnica, religiosa o de pertenencia a un clan influye en os riesgos que afrontan las personas, en quiénes depositan su confianza y en si dan la impresión de estar alineadas con un actor u otro. En estos contextos, la cohesión social —una fuente vital de protección— se erosiona o fragmenta.
Afrontamiento: estrategias surgidas de la necesidad
Pese a las dificultades, las personas no tienen una actitud pasiva. En el informe se documentan cuatro estrategias habituales de autoprotección:
- consolidación de rutinas: tener horarios predecibles y evitar los cambios innecesarios;
- manifestación de no alineamiento: mantenerse deliberadamente neutrales para no dar lugar a sospechas;
- desplazamiento parcial: las familias se separan, algunos integrantes se van en busca de seguridad u oportunidades, otros se quedan a proteger las tierras o los medios de subsistencia;
- acción colectiva: las comunidades hacen un fondo común de recursos, negocian con grupos armados o crean sistemas informales de alerta temprana.
Estas estrategias ponen de manifiesto no solo la resiliencia de las personas sino también los límites de lo que pueden lograr por su cuenta.
Complejidades de la labor humanitaria: por qué se dificulta tanto acceder a la población
Las organizaciones humanitarias hacen frente a obstáculos considerables en los territorios disputados:
- inseguridad y líneas del frente cambiantes;
- restricciones de acceso impuestas por el Estado;
- legislación antiterrorista que dificulta el contacto con grupos armados;
- sanciones que obstaculizan los servicios bancarios, las adquisiciones y la logística;
- desconfianza que pone en riesgo a la población civil y al personal;
- actores del ámbito del desarrollo a largo plazo que no pueden o no quieren desempeñarse en zonas de alto riesgo.
En consecuencia, el CICR puede llegar tan solo a alrededor de la mitad de las zonas del mundo que están bajo el control de grupos armados.
De cara al futuro
En el informe, se presentan a grandes rasgos tres cambios imprescindibles para mejorar tanto la acción humanitaria como la protección de las personas en territorios disputados.
1. Posibilitar una presencia humanitaria sostenible
Entre otros aspectos, comprende el diálogo confidencial con todos los actores armados, una mayor protección jurídica para la labor humanitaria basada en principios e inversión en el fortalecimiento de la confianza a largo plazo con las comunidades.
2. Priorizar a quienes estén más expuestos al riesgo
La asistencia debe llegar a las personas que padecen los mayores niveles de violencia, discriminación o exclusión en las zonas de más difícil acceso.
3. Apoyar la protección conducida por la comunidad
Los actores humanitarios deben fortalecer, no reemplazar, las estrategias que las comunidades ya tienen implementadas, desde la negociación y los sistemas de alerta temprana hasta la preservación de los medios de subsistencia y el acceso a sus documentos personales.
Priorizar a los habitantes
En el mapa, los territorios disputados se ven como regiones sombreadas o con fronteras difusas. Para quienes viven allí, representan su hogar: lugares de rutina y de riesgo, de miedo y de inventiva, de profunda incertidumbre y de discreta determinación.
Son las mujeres de Bamenda que realizaron una colecta para liberar al dirigente de su comunidad; las familias de Mosul que siguen padeciendo los efectos psicológicos de haber vivido en una ciudad sitiada; los agricultores de Mindanao que se debaten entre la tierra, los medios de subsistencia y la inseguridad; y las comunidades que se organizan, negocian y perduran a pesar de las enormes dificultades.
Su valentía es a veces más sencilla, a veces más ingeniosa, pero siempre es producto de la necesidad.
Como se destaca al final del informe: “Las personas atrapadas entre actores armados muestran una resiliencia encomiable […] Nuestra tarea es aportar una creatividad que esté a la altura de su valentía, recursos proporcionales a su capacidad de acción y medidas sostenidas acordes con su determinación”.
Los territorios disputados no están en la periferia del conflicto armado, sino en el centro. Una respuesta eficaz requiere humildad, participación sostenida y, por sobre todo, la decisión de comenzar ayudando a las personas que los habitan.
Una muñeca, con la cabeza y el rostro parcialmente quemados, enganchada en un alambre de púas, en las inmediaciones de una planta industrial. Quizás la haya perdido alguna criatura cuando huía. La imagen es un testimonio muy revelador de las consecuencias de la guerra en la infancia.