Las caras de la violencia armada en Nigeria: Natisa Mohammed
Natisa Mohammed, de 29 años, no puede olvidar el 5 de septiembre de 2014, día en que Gulak, su pueblo en el estado de Adamawa, fue atacado. Su marido, como la mayoría de los hombres en la zona, había huido por temor a que lo mataran. Natisa se quedó porque tenía cuatro hijos que cuidar y estaba embarazada de un quinto.
"Vi mucha violencia y gente huyendo durante el ataque", recuerda Natisa. "Sobreviví porque estaba embarazada. Todavía tengo miedo cuando me acuerdo de esos momentos". Natisa permaneció en Gulak durante seis meses sin poder ponerse en contacto con su marido.
Pasados unos meses, nuevos episodios de violencia tuvieron lugar en Gulak. Mientras los hombres se encontraban fuera luchando, Natisa consiguió escapar con sus cuatro hijos. Huyeron sin nada. No había tiempo para coger el teléfono, las pertenencias personales, documentos o ropa.
Mientras caminaba con sus hijos por la selva, Natisa rompió aguas y dio a luz prematuramente a su quinto hijo. Afortunadamente, no estaban lejos de la carretera y un hombre pudo asistirla durante el nacimiento de su bebé.
"Había disparos por todas partes y caían bombas el día en que di a luz", dice Natisa. "Un hombre me rescató y me ayudó durante el parto. Me prestó también primeros auxilios y me montó en un camión para que me llevaran a Yola con mis hijos. En ese momento decidí llamar a mi bebé Auwel, como el hombre que salvó la vida de mi bebé y la mía".
Usando el teléfono de Auwel, Natisa pudo ponerse en contacto con su hermana, que ya se encontraba en un campo de desplazados en Yola, donde más de 400 personas viven actualmente. Allí se reunió con su hermana mayor, su cuñado y su padre, quienes también han sido desplazados por el conflicto entre la oposición armada en el noreste de Nigeria y el ejército de ese país.
La gente llega al campo sin nada y la mayoría de ellos se sustentan únicamente del apoyo de organizaciones internacionales. Natisa y su familia lo están pasando mal porque el sueldo de su cuñado, funcionario en Gulak, no es suficiente para sostener las necesidades básicas de todos ellos. Para conseguir algo más de dinero, los niños venden por las calles bolsas de agua para poder comprar jabón y medicamentos.
"Necesito una alimentación mejor para recuperarme del parto y para alimentar al bebé", dice Natisa. "No tenemos suficiente agua y Auwel la necesita realmente para mantenerse hidratado. También necesito medicamentos para el recién nacido y para mí. No tengo jabón para lavar la ropa de mis hijos ni dinero para visitar a un médico. También necesitamos mosquiteras para evitar la malaria".
Pese a todos estos problemas, Natisa se siente segura en el campo. "Vivimos como hermanos y hermanas, ayudándonos los unos a los otros porque nos encontramos en la misma situación. Estamos unidos y nos organizamos aquí en el campo".
El pueblo de Natisa fue destruido pero, si fuera por ella, volvería a casa y seguiría vendiendo cosméticos, accesorios y ropa como solía hacer, antes de que la violencia cambiara sus vidas.
"Sólo quiero tener la vida de antes y trabajar para poder mandar a mis hijos a la escuela. Va a ser muy difícil reconstruir nuestras vidas porque hemos perdido todo y no tenemos dinero para empezar de cero", dice Natisa.
Natisa preferiría estar junto a su marido, del que no tiene noticias desde que huyó de Gulak, pero cree que se encuentra en Maiduguri.
"Me gustaría llevar a mi familia a Maiduguri y permanecer juntos con mi marido, pero no tenemos dinero para emprender el viaje", añade Natisa. "Quiero que conozca a su nuevo hijo".
Artículo publicado originalmente por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España, como parte de una serie de doce historias sobre el conflicto armado y la situación humanitaria en el nordeste de Nigeria y los países de la cuenca del lago Chad.