“Durante cuatro años, no tuve respuesta cuando mis hijos me preguntaban: “¿Qué vamos a comer hoy?”. Todos los días despertaba sin saber si íbamos a poder permitirnos comprar comida”, señala Lina, una retornada libanesa que fue madre a los 18 años, desplazada a los 19 y viuda a los 20. Lina, que ahora vive con sus padres y hermanos en un hogar improvisado en la árida zona de Ras Baalbek, asumió rápidamente una función clave en la pequeña granja que puso en marcha su familia. “Cuando empezó el programa de generación de ingresos, para nosotros fue difícil adaptarnos. Estábamos tan acostumbrados a la miseria que nos llevó un tiempo cambiar nuestra actitud. Pero luego establecí una rutina para toda la familia, y todos nosotros nos acoplamos a nuestras funciones”.
“Cuando huimos a Líbano, era invierno y caminamos desde la ciudad donde vivíamos en Siria hasta la ciudad libanesa de Machariee El Qaa”. La madre de Lina todavía tiembla al recordar el viaje de la familia a Líbano. “Había tanta nieve que realmente pensé que nunca lo lograríamos, aunque solo está a unos 20 kilómetros de distancia. Hacía un tiempo horrible. Pero fuimos de los más afortunados, porque habíamos conseguido llevarnos nuestros documentos y algunas de nuestras pertenencias. Muchos otros salieron en pijama”.
“La primera vez que vendimos nuestros productos, nuestra vida cambió por completo”, explica Lina. “No solo a nivel económico, sino sobre todo en el aspecto psicológico. Sentimos una poderosa sensación de alivio y una tranquilidad interior que no habíamos tenido durante casi cuatro años. Al día siguiente de vender nuestro primer lote de productos lácteos, parecíamos abejas que revoloteaban de un lado a otro. Habíamos recuperado la motivación para tomar el control de nuestras vidas”, concluye, mientras se sienta con su madre y su hermana para preparar kishik, un plato tradicional libanés hecho de trigo fermentado con yogur de leche de cabra que venden en el mercado.
El proyecto de las cabras se ha convertido en un negocio familiar. Las tareas se distribuyen equitativamente entre los miembros de la familia. Lina y su hermana se ocupan de vender los productos en el mercado local, mientras que Um Mohammad elabora productos lácteos como queso, kishik y cualquier otra cosa que se pueda vender.
“Sufrimos durante tres años. Pasamos hambre, mucha hambre. No podíamos encontrar un trabajo que nos permitiera dar de comer a nuestros hijos. No había nada que me hiciera esperar con ilusión el día siguiente. En un momento tuvimos que utilizar aceite para motores para hacer una hoguera, simplemente para calentarnos”. Todavía se ve el dolor en los ojos de Abu Khaled. “Dependíamos totalmente de la generosidad de nuestros vecinos y de lo poco que nos daba Dios. No querría que nadie pase por lo que pasé yo”. “Este proyecto de generación de ingresos nos ha cambiado radicalmente la vida. Hoy tengo mi propio hogar. Puede que sea solo una tienda de campaña, pero por lo menos es mía y puedo satisfacer las necesidades de mi familia".
“Ahora que tenemos un hogar, nuestro plan es ampliar la granja. Queremos invertir en este proyecto y hacer que crezca. Esto es lo que mantiene a mi familia ahora mismo”, afirma Um Khaled, de 40 años. Como la familia de Lina, se han repartido las tareas equitativamente. Um Khaled se ocupa de cuidar a las cabras y de ordeñarlas, mientras que Abu Khaled las saca a pastar a diario.
“Lo que me hace muy feliz como veterinario es la limpieza de los establos. Esto es algo en lo que nos hemos propuesto centrarnos y nos asombra ver que las familias se toman la higiene tan en serio”, señala Imad Sawwan, un veterinario de Jihad Al-Bina’a, la ONG que colaboró con el CICR en este programa.
“Si las familias venden leche obtienen una cierta cantidad de dinero, pero si venden sus derivados, como el kishik y el queso, y utilizan el estiércol como abono, su margen de beneficio será mucho mayor”, explica Jihad Nabhan, el especialista del CICR que está a cargo del proyecto. “Según nuestras estimaciones, las familias podrían obtener al menos 200 dólares al mes. En 24 meses, esperamos que algunas familias tengan 31 cabras y generen un mínimo de 1.500 dólares al mes”.
“Ni siquiera sabemos si nuestras casas siguen en pie o ya solo son ruinas, pero todavía queremos volver cuando pare la violencia”, afirma Um Khaled. “Allí es donde habíamos hecho nuestras vidas y tenemos muy buenos recuerdos de la vida en paz en ese lugar. Lo perdimos todo y aquí tuvimos durante años una vida dura. Ahora estamos recuperando lentamente la esperanza y la dignidad”.
Son libaneses. Hace décadas, sus antepasados se establecieron en Siria, a solo unos kilómetros de la frontera oriental de Líbano. En 2011, cuando empezó la guerra, huyeron de Siria a su país de origen y dejaron atrás sus hogares y sus pertenencias: toda su vida. Como ciudadanos libaneses, no pueden recibir la ayuda que se brinda a los refugiados, pero muchos de ellos padecen los mismos problemas y necesitan ayuda con urgencia.
A finales de 2014, el CICR comenzó a dar a los libaneses retornados ayuda en efectivo por un período de seis meses. Además, para ayudar a unas veinte familias retornadas especialmente vulnerables a empezar a generar ingresos, el CICR colabora con la ONG local Jihad Al-Bina'a para distribuir cabras y brindar capacitación, a fin de que la población pueda producir y vender leche de cabra y otros productos lácteos.
El CICR también ha coordinado acciones con la Alta Comisión de Ayuda (una agencia estatal libanesa), la Organización Internacional para las Migraciones y ACNUR, para ayudar a los libaneses retornados en situación vulnerable que no reciben ayuda de otro tipo.
El CICR espera poder ayudarlos a recuperar cierta independencia económica, mejorar su confianza en sí mismos y restablecer su dignidad.