Nigeria: en el noroeste del país, las comunidades resurgen de las cenizas
A fines de 2014, miles de personas huyeron de las hostilidades entre el ejército nigeriano y la oposición armada en el estado de Adamawa, al noreste de Nigeria. Hace pocos meses, los pobladores regresaron a sus poblados y aldeas, decididos a reconstruir sus casas y sus vidas.
La historia de Adana
Betso es un pueblo rural en el estado de Adamawa. Los pobladores recuerdan cómo el atardecer del 6 de octubre de 2014 les cambió la vida para siempre. Tras un largo día en el campo, muchos campesinos regresaron a sus hogares sin saber que las hostilidades habían llegado a su poblado. Al llegar, se encontraron con fuego cruzado y vieron que sus casas estaban en llamas. Más de 320 casas fueron incendiadas y 40.000 personas, en su mayoría campesinos, huyeron a los pueblos vecinos, mientras miles cruzaron la frontera hacia Camerún.
Adana Dilya, campesino de 75 años de edad, vio cómo mataron a sus dos sobrinos e incendiaron su ginin tabo, casa nigeriana tradicional hecha de barro, madera, piedra, hojas de palma y pasto.
"Me desperté con los disparos. Me perdonaron la vida porque soy un anciano. Como no pude encontrar ni a mi esposa ni a mis hijos, monté mi bicicleta y escapé", cuenta Adana, sentado en el patio de su casa quemada.
Adana pedaleó a lo largo de 46 kilómetros hasta que alguien lo encontró en el camino y lo hizo subir al camión que se dirigía a Hong.
"Me quedé en Hong por unos días con mi yerno, pero luego Hong también sufrió un ataque y todos tuvimos que huir", relata Adana.
Cuando Adana regresó a Betso el 26 de diciembre de 2014, encontró a su esposa y a sus doce hijos parados en medio de las cenizas de lo que había sido su casa. Se habían quedado en Camerún hasta que pasara el peligro y pudieran regresar.
"Estaba contento de que estuviésemos aún con vida, pero no teníamos alimento, ropa ni dinero para rehacer nuestra casa. Y yo ya estoy demasiado viejo para reconstruirla por mi cuenta", explica Adana.
La historia de William
William Chagwa es un maestro jubilado residente en Kwa, un pueblito cercano a Mubi, una de las zonas más afectadas por el conflicto.
El jueves 17 de diciembre de 2014, mientras William y su familia estaban afuera en el campo cosechando, recibió un llamado telefónico de un vecino que le advirtió que su casa había sido incendiada.
"Escondí a mi familia entre los matorrales y me dirigí a casa. La cosecha, nuestra casa y los ahorros para mi jubilación, todo había sido consumido por el fuego. Kwa se había convertido en un pueblo fantasma.", recuerda William.
En medio de la noche, William decidió llevar a su esposa, a sus ocho hijos y a cuatro personas más que dependían de él, a Hong. Con escaso alimento y agua, caminaron por más de 50 kilómetros, escalando montañas. Unos días después, la familia Chagwa siguió hasta Yola, donde se quedaron con unos amigos.
"Tras cuatro días en Yola, se comenzó a temer otro ataque, así que decidimos ir a Gombi. Pero al llegar allí, nos dimos cuenta de que tampoco era un lugar seguro, así que seguimos caminando por más de 100 kilómetros hacia el estado de Taraba," agrega William.
A fines de febrero de 2015, William se enteró de que la situación en Kwa se había calmado. Tanto él como su familia deseaban regresar a casa y tratar de reconstruir sus vidas. Así fue que William pagó 50.000 naira (equivalente a 250 dólares estadounidenses) para llevar a su familia y a las otras personas que dependían de él, de regreso hasta Hong.
"Al llegar a Hong, el chofer no se atrevió a entrar en nuestra zona pues se había enterado de los terribles ataques cometidos allí. De manera que desde Hong, nos trasladamos los últimos 50 kilómetros a pie. Estábamos exhaustos y durante el trayecto no habíamos comido más que alubias crudas y cacahuetes que encontramos en el suelo", recuerda William.
"Cuando finalmente llegamos, apenas podía creer que ese lugar era nuestro hogar. No había nada en pie. Habían incendiado todas las casas y la mayoría de los habitantes de mi comunidad habían muerto. Mis familiares y uno de mis amigos ya no estaban. Yo era el único hombre que había quedado con vida en Kwa", informa.
El CICR respondió distribuyendo alimentos, semillas y fertilizantes a Adana, a William y a otros campesinos que habían regresado a la zona, para que recomenzaran las tareas en sus granjas. El CICR también ayudó a 250 familias de los hogares más vulnerables a reparar o reconstruir sus casas, mediante el suministro de materiales para el techado, herramientas y otros materiales de construcción, como puertas y ventanas.
"Nadie pasa hambre ya, gracias al alimento y a las semillas que recibimos del CICR. La última cosecha fue la mejor que tuvimos", dice William.
"El CICR también me ayudó a reconstruir nuestra casa. Hubiera sido imposible sin su ayuda. Todos mis ahorros y el dinero que invertí en la casa durante los 35 años que trabajé de maestro, se perdieron cuando incendiaron la casa durante el ataque. Me quedé sin nada. Tuvimos que rehacer nuestras vidas desde cero", explica William, quien se jubiló como maestro en 2013.
La situación está mejorando también para Adana y su familia. "Llevábamos una vida lamentable hasta que el CICR vino a ayudarnos a reconstruir nuestro hogar. Era difícil conseguir agua y alimento y dormíamos a la intemperie", agrega Adana.
No hay forma de recuperar a quienes perdieron la vida y pasarán años hasta que cierren las heridas psicológicas en Betso y Kwa, pero con ayuda, las personas como William y Adana reconstruyen sus vidas a partir de las cenizas.