Aún quedan esperanzas en un mundo tan imprevisible

08 marzo 2017
Aún quedan esperanzas en un mundo tan imprevisible
CC BY-NC-ND / CICR / A. Quilty

A raíz de uno de los peores ataques en la historia del Comité Internacional de la Cruz Roja, su director de Actividades Operacionales, Dominik Stillhart, describe un mundo cada vez más imprevisible y peligroso para los trabajadores humanitarios, pero también ve algunos destellos de esperanza.

Editorial publicado originalmente por Al Jazeera

Nombres que nunca ha oído. Lugares que jamás ha visitado. Crímenes que, seguramente, nunca llamaron su atención. Seis cuerpos acribillados, amontonados en una camioneta, abandonados en un valle desértico del norte de Afganistán.

Eran colaboradores del CICR que habían ido a distribuir alimentos de invierno para las cabras y las ovejas de la población local. Sucedió hace cuatro semanas. No sabemos quiénes lo hicieron ni por qué. Otros dos colaboradores fueron secuestrados.

Un hecho atroz en sí mismo, pero no aislado. En los últimos meses, desde Afganistán hasta Sudán del Sur, desde Yemen hasta Siria, se han perpetrado ataques contra trabajadores humanitarios y de salud, hospitales, clínicas y convoyes de asistencia de varias organizaciones.

Pero ¿por qué sucede esto? ¿Ha cambiado algo? En ese caso, ¿qué se puede hacer al respecto?

Es fundamental que recordemos lo que nos une, no lo que nos divide. Es fundamental que reconozcamos lo bueno en los demás. Y que lo valoremos por lo que es.

Hace unos días, viajé hasta Mazar-i-Sharif, en el norte de Afganistán, a pocas horas de distancia por tierra del lugar donde se produjeron los asesinatos, para visitar a los familiares de las víctimas. Nos recibieron con té verde y una hospitalidad digna de admiración y reflejo de su generosidad. Ese día conocí a veinticuatro hijos que ya no tenían padre.

El padre de una de las víctimas había pasado dos días sin dormir. "No está bien", expresó. "Mi único deseo en la vida era morir antes que mi hijo."

Nos dimos un abrazo largo e intenso. Sentí que podía palpar el dolor que lo invadía. ¿Qué podía decirle yo?

En cada hogar que visitábamos, surgía la misma pregunta: "¿Por qué?". Estaban haciendo su trabajo: intentar brindar ayuda a personas que la necesitaban con desesperación.

Como director de Actividades Operacionales del CICR, parte de mi trabajo, y el de mis colegas, consiste en tomar decisiones difíciles a diario. Tenemos que equilibrar los riesgos a los que se enfrentan nuestros colaboradores con el impacto vital de nuestra labor humanitaria.

Estamos tomando estas decisiones en un entorno internacional cada vez más imprevisible. La dinámica en la que operamos está cambiando, aparentemente.

En primer lugar, pareciera cobrar cada vez más fuerza para los grupos armados y para algunos Estados la idea de que los trabajadores humanitarios y de salud ya no son tan sacrosantos como solían serlo. No caben dudas de que el derecho internacional humanitario (DIH), que protege a esas personas, tiene la misma importancia de siempre.

Pero no podemos hacer de cuenta que el DIH no es cuestionado. No es que estemos más informados sobre las violaciones del DIH gracias a la rapidez de las comunicaciones, sino que hay una alarmante inclinación hacia la ambivalencia en materia de derecho humanitario.

En segundo lugar, los conflictos en todo el mundo están volviéndose cada vez más interconectados y complejos. Vemos cómo se superponen las intenciones y las ambiciones. Ejércitos oficiales, ejércitos subsidiarios, grupos armados, drones y guerra cibernética: todos participan en algún u otro conflicto.

¿Quién mueve los hilos de quién? Han surgido grandes áreas grises y, con ellas, una "dispersión de la responsabilidad". ¿Quién es responsable de qué? Se ha vuelto más fácil ocultarse en los márgenes de la responsabilidad, con todo lo que eso conlleva.

Hoy en día, quizá sea más difícil identificar a los "perpetradores".

En tercer lugar, se intenta simplificar algo que es complejo por naturaleza, una posible consecuencia inevitable de lo anterior. Pensar en términos de blanco o negro, de buenos y malos, como si se tratara de un teatro mundial de lo macabro. Y esto no es teatro.

Ante la creciente complejidad de los problemas y conflictos, hay quienes se dejan llevar por una simplificación extrema. Hay una idea de "nosotros" y de "ellos". El resultado: más división y más polarización.

Pero, como todos sabemos, la vida no es tan simple. Entre el bien y el mal, hay muchos grises. Si no vemos esos matices, quizá se nos escape la esencia.

¿Qué hacer, entonces, en un entorno de creciente desconfianza y suspicacia como este? En momentos así, es fundamental que recordemos lo que nos une, no lo que nos divide. Es fundamental que reconozcamos lo bueno en los demás. Y que lo valoremos por lo que es.

Esto es lo que presencié en el norte de Afganistán en medio de las más trágicas circunstancias. Las seis personas que murieron, Murtaza, Shah Agha, Maqsoud, Khalid Jan, Rasoul y Najibullah, habían pasado años de su vida trabajando al borde del riesgo en uno de los lugares más inhóspitos y peligrosos del planeta. Tratando de ayudar a los demás.

Al igual que un voluntario de la Cruz Roja que ayuda a víctimas de un tifón en Filipinas, un voluntario de la Media Luna Roja Siria que distribuye alimentos en una zona sitiada, un colaborador afgano del CICR que transporta alimentos para ganado a una aldea: a todos los motiva su generosidad, su entrega desinteresada y su condición de humanos, cualidades maravillosas que, en un mundo tan cruel como este, hay que celebrar y alimentar.

No perdamos los ideales que mis seis colegas representaron tan palpablemente. No perdamos el espíritu que exhibieron con tanta claridad.

Por eso pedimos a quienes atacan a personas que intentan ayudar a otras: dejen de hacerlo. A quienes tienden a simplificar: tengan cuidado. A quienes intentan crear divisiones: sepan cuáles son las consecuencias.

No perdamos los ideales que mis seis colegas representaron tan palpablemente. No perdamos el espíritu que exhibieron con tanta claridad. Más allá de toda provocación.

¿Por qué deben importarnos estas muertes? Porque, en última instancia, nos hablan de nuestra propia humanidad.