Crisis en Ucrania: imágenes de la desesperación en Sviatogorsk
El conflicto en el este de Ucrania se ha cobrado más de 5.000 vidas y ha destruido muchas más. Según cifras de la ONU, los enfrentamientos ya han dejado más de un millón de personas desplazadas. La ciudad de Debaltseve, en la que se han centrado algunos de los combates más feroces de las últimas semanas, ha visto cómo gran parte de su población se evaporaba en el frío invierno. Muchos se han desperdigado por las ciudades y pueblos de los alrededores, como Sviatogorsk, unos 100 kilómetros al noroeste.
En el marco del alto el fuego que se acordó en Minsk el 12 de febrero de 2015, el CICR trabaja a ambos lados del frente para llevar ayuda a quienes han huido de sus hogares. Dmytryo Marchenko es un miembro de los equipos humanitarios que tiene su base en la oficina del CICR en Járkov. Envió este informe tras una visita a Sviatogorsk, donde junto con su equipo distribuyeron ayuda de primera necesidad a personas desplazadas.
6 de febrero de 2015, 9 de la mañana Todavía está oscuro, pero, a pesar del viento helado y la copiosa nevada, se ha reunido una pequeña multitud frente al almacén, situado en lo que supo ser el barrio recreativo de Sviatogorsk, donde solían congregarse los turistas para visitar los populares "sanatorios" de esta ciudad balnearia de moda. Hoy, distribuimos alimentos y artículos de higiene a personas que se han visto recientemente obligadas a abandonar sus hogares. Desde que volvieron a recrudecer los enfrentamientos a principios de enero, varios miles de civiles han huido de lo que, por la forma en que el frente serpentea a su alrededor, se denomina la "bolsa de Debaltseve".
Un grupo de voluntarios de una ONG local está ayudando a nuestro pequeño equipo. Todos ellos son también desplazados, pero llevan en Sviatogorsk desde el verano pasado y quieren ayudar a los recién llegados. Las ráfagas de viento hacen que la nieve remolinee alrededor de las personas que esperan de pie, envueltas en sus abrigos y bufandas. El frío es intenso, pero nadie está dispuesto a irse sin averiguar si es apto para recibir ayuda: 60 kilos de alimentos y una caja de artículos de higiene por hogar.
Rápidamente, montamos nuestra mesa de inscripción. Las personas desplazadas se organizan silenciosamente en una fila. Cuando avanzan para inscribirse uno por uno en la mesa, converso con ellos. Todos parecen estar cansados y tener frío, y todos tienen grandes sombras oscuras bajo los ojos.
Una anciana se aleja de la fila y se sienta en una piedra cubierta de nieve. "Llevo cinco días de pie y mis piernas ya no pueden conmigo", señala. "Tuve que viajar de pie en el autobús que nos sacó de Debaltseve, luego tuve que caminar durante un día y medio para encontrar habitación en Sviatogorsk, luego tuve que hacer fila para inscribirme en el Consejo Municipal como persona internamente desplazada. Hice fila durante todo un día pero no llegué a la mesa. La fila era demasiado larga. Tuve que volver al día siguiente y volver a hacer fila. Ayer me inscribí pasadas las tres de la tarde. Era el segundo día que había tenido que estar de pie desde primera hora de la mañana sin nada que comer. Ahora estoy cansada y tengo mucho frío, y ya no tengo fuerzas para hacer fila". Otras personas asienten a su alrededor. "A mí me pasa lo mismo", dice una mujer. "¡Y hemos tenido que traer a nuestros hijos con nosotros también!"
A la mujer que acaba de hablar la acompaña una niña de nueve o diez años de edad, aproximadamente. La niña se aferra con una mano al bolsillo del abrigo de su madre. Con la otra, cerrada en un pequeño puño apretado, se golpea rítmicamente la boca. "¿Tiene derecho a recibir ayuda especial para su hija?", pregunto con suavidad. La madre entiende inmediatamente mi verdadera pregunta. "No", responde amargamente. "Mi hija no tiene una discapacidad del aprendizaje. Acaba de pasar tres semanas en un refugio subterráneo en Debaltseve, mientras las bombas destruían nuestro barrio."
Una mujer más joven se suma a la conversación. Tiene un bebé en brazos y una herida reciente en una mano. "Yo también estuve en un refugio subterráneo en Debaltseve", afirma. "Pero mi bebé lloraba todo el tiempo por los bombardeos y la oscuridad, y los demás ya no podían soportar sus gritos. Pasé mucha vergüenza. En todo caso, en el refugio no había luz y no podía alimentar a mi hijo ni mantenerlo limpio, así que decidí volver a mi apartamento. Hace cinco días, salí a la calle a buscar agua. Hubo una explosión y algo me dio en la mano. No sé lo que fue, pero cuando vi la sangre supe que era hora de que me fuera."
La gente empieza a conversar. El tema principal son los familiares y amigos que se han quedado atrás. Varios de ellos, en su mayoría mujeres, insisten en darnos los nombres y direcciones de familiares que se quedaron. "Por favor, no se olviden de ellos", dicen. "No tienen nada y quieren que los evacuen. Por favor, ayúdenlos." "Necesitan medicamentos, alimentos, mantas...". "Sacan nieve sucia de la calle para derretirla y beberla, no tienen agua." "Lo que puedan darles será una bendición."
La distribución se interrumpe abruptamente. Una de las voluntarias que nos está ayudando ese día acaba de recibir una llamada de un vecino. La voluntaria huyó de Donetsk a finales del pasado verano, cuando un cohete causó daños en su casa. La casa ha vuelto a ser bombardeada, y los bomberos no han podido llegar hasta ella por los bombardeos. Se ha quemado por completo.
La encuentro sollozando tras la pila de paquetes de higiene. Trato de consolarla, pero los meses de vida en el exilio y la precariedad están haciendo mella y llora desconsolada durante varios minutos. "Tal vez ya no tenga pasado, ni un lugar al que volver, pero todavía puedo ayudar a los demás, y eso es lo que voy a hacer." Con valentía, pañuelo en mano, regresa a la mesa de inscripción.