Cuando el tifón Haiyan arrasó la parte central de Filipinas en 2013, dañó innumerables cultivos y destruyó otros. Entre los más afectados estuvieron los cultivadores de cocos, que dependen del comercio de copra (la pulpa de coco seca que se utiliza para hacer aceite) como fuente de ingresos. Como replantar las palmeras y esperar hasta que den fruto lleva por lo menos cinco años, la recuperación de este sector va a tardar más que la de la mayoría.
Un subsidio en efectivo del CICR permitió a Baldisco Ogale comprar un motor para su barco de pesca. Baldisco depende de sus ingresos procedentes de la pesca para alimentar a su familia de cuatro personas.
Para Prescila Padrilan, tener un “sari-sari” (una tienda de artículos variados) ayuda a incrementar los ingresos familiares. Recibieron del CICR un refugio básico, que han instalado frente a su pequeña empresa.
Como alimento básico, el arroz es una prioridad en la mayoría de los hogares de Filipinas. En Sámar, muchas familias siguen tratando de recuperar las fuentes de ingresos que perdieron en el tifón y se esfuerzan para poner comida en la mesa a diario.
Para contribuir a acelerar la recuperación en las comunidades afectadas, se distribuyeron subsidios condicionales en efectivo para ayudar a pescadores, agricultores, pequeños productores ganaderos y propietarios de pequeñas empresas a restablecer sus fuentes de ingresos.
Tras el tifón Haiyan, muchas organizaciones humanitarias se apresuraron a ayudar a recuperarse a las comunidades afectadas. Se distribuyó un gran número de botes, incluso a personas que previamente no pescaban. Al aumentar la competencia, muchos pescadores han notado una reducción significativa del volumen de la pesca.
Mientras pone sus redes a secar, el pescador Jovencio Gaditano se toma un descanso en su pequeño jardín con vista a la bahía de San Pablo, donde todos los días trata de ganarse la vida en las primeras horas de la mañana.
Ha pasado un año y medio desde que Filipinas fuera azotado por el ciclón más violento de su historia, que devastó la región de Bisayas. El fenómeno afectó a más de 16 millones de personas y causó la pérdida de vidas, hogares y fuentes de ingresos. Muchas personas han restablecido las actividades de generación de ingresos que tenían antes del tifón o han puesto en marcha nuevos emprendimientos, pero algunas todavía siguen luchando por subsistir.
El CICR, junto con la Cruz Roja de Filipinas, ha centrado su respuesta en Sámar, una isla parcialmente afectada por los conflictos armados y la violencia. Para ayudar a los sobrevivientes a rehacer sus vidas, se proporcionaron refugios resistentes a los ciclones a 4.461 familias y subsidios en efectivo a más de 71.000 personas, para ayudarlas a restablecer sus medios de subsistencia.