Honduras: sueños en la ausencia
Cada mes cinco hondureños desaparecen en promedio en la ruta migratoria, de acuerdo con cifras de la Dirección de Protección al Hondureño Migrante. Aunque es difícil conocer datos exactos, se estima que son miles los casos de migrantes hondureños desaparecidos en los últimos años.
Para el CICR, una persona desaparecida es alguien cuyos familiares no han recibido noticias suyas, o cuya desaparición se ha denunciado sobre la base de información fiable.
No saber si un ser querido está vivo o muerto es una experiencia angustiante, capaz de paralizar la vida de las madres y familias de las personas migrantes desaparecidas. Lidiar con este tipo de situaciones las hace vulnerables a diversos problemas de salud mental y psicosociales.
Por eso, las actividades psicosociales son fundamentales para encontrar un significado en las experiencias de las madres quienes afrontan la pérdida ambigua, es decir, esa situación de pérdida confusa como consecuencia de no saber si un ser querido está vivo o muerto, ausente o presente.
Para cientos de madres y familiares hondureños que integran los comités de búsqueda de migrantes desaparecidos, esta situación se refleja comúnmente a través de los sueños.
Estas son dos historias que hablan sobre este sufrimiento:
Un ataúd en la sala
Tras incontables noches insomnes, agobiada por la desaparición de su hijo Jorge, Clementina Fúnez de 74 años ha podido dormir. Mientras soñaba, ha sentido el frío de la grama del campo de fútbol donde "Quiro", sobrenombre de Jorge en el barrio, jugaba desde pequeño.
En su sueño, Clementina viste solamente un camisón y flota descalza. Todo mundo duerme y todo está oscuro. Camina por la calle que conduce a su casa en Chamelecón.
En el sueño Clementina se pregunta: -¿Qué hago aquí? -. Mientras ve una luz que ilumina la puerta de su casa.
-Hay gente despierta- se dice a sí misma.
Al cruzar la puerta de la vivienda hay un ataúd ubicado en la sala. Un señor alto y de rostro borroso invita a Clementina a pasar. Clementina da un par de pasos y avanza hacia el féretro. Coloca ambas manos sobre la vitrina del ataúd y observa que el rostro y cuerpo dentro del ataúd pertenecen a Jorge.
-¡No puede ser mi hijo, yo lo quiero vivo!- grita Clementina en medio de su sueño.
- Mírelo bien, Clementina, éste es su hijo Jorge- le menciona el hombre extraño parado al lado del ataúd.
Clementina llora y despierta. Sin embargo este sueño triste es un medio para aceptar su pérdida.
Su hijo, Jorge Flores Murcia, desapareció hace 30 años al intentar llegar a Estados Unidos. Nunca hubo comunicación telefónica. En aquel tiempo su familia no poseía teléfono fijo ni celular.
La última noticia que Clementina recibió de Jorge fue desde Guadalajara, dos años después de haberse ido. Una vecina del barrio, a quien la "migra" retornó desde México le informó a Clementina que un joven hondureño perdió la vida en un cruce de seis líneas ferroviarias, arrollado por uno de los trenes.
Hace un par de años Clementina participó en una caravana de búsqueda junto a otras madres hondureñas. En México, otros migrantes le mencionaron que la persona fallecida se llamaba Jorge y que le apodaban "El Quiro", como a Jorge. Se dice que las autoridades recogieron las partes de su cuerpo en una caja de cartón. Hasta hoy día Clementina no ha podido verificar el hallazgo de los restos de Jorge.
-Ya me acostumbré a vivir con la angustia y el dolor-, exclama Clementina con resignación. Su búsqueda tenaz y resuelta continúa.
Un retorno diario a casa
La última llamada que Ruber le realizó a su madre María Villalta fue para pedirle permiso de continuar hacia Estados Unidos. Su intención era reunirse a otro hermano que había cruzado la frontera.
-Mamá, ¿Me tiro? ¿Me voy al otro lado?-, le preguntó por teléfono.
Durante seis meses se hizo costumbre comunicarse por teléfono todos los sábados desde Nuevo Laredo, Tamaulipas, ya fuera por la tarde o a primera hora de la mañana. El sábado anterior a su última llamada Ruber le contó que un 'coyote' le había ofrecido retomar el camino y cruzarle la frontera. En la llamada también le mencionó que necesitaba dinero para continuar el viaje.
-No hijo, yo no tengo dinero para ayudarte a pagar el coyote. Espérate un tiempo, por favor, hasta que tu hermano te ayude a conseguir el dinero-, le suplicó doña María. Esa fue la última vez que hablaron.
Hoy ya son 12 años desde que Ruber Villalta está desaparecido. Para María Villalta de 53 años, residente de Puerto Cortés, su vida ha sufrido cambios. Sus días ya no son como antes. De vez en cuando conversa con otras personas. Ríe, pero no siente alegría. Se pasa los días pensando pero sobre todo sueña. Sueña que su hijo Ruber regresa y entra por la puerta de casa. María ve desde una ventana de su humilde vivienda entrar a su hijo Ruber cargando un maletín:
-Hace poco soñé con él. No recuerdo que platicamos pero si soñé con él y lo vi.
Hace un par de días María le estaba hablando a uno de sus nietos. Por error le llamó Ruber, como a su hijo.
- ¡Ay, qué lindo, Dios mío! ¡Ojalá que venga mi hijo!-, expresa.
María Villalta mantiene la habitación de Ruber intacta. La misma cama con el mismo cubrecama, idénticas sábanas, la misma almohada. Para María, es el orden de las cosas en esta habitación lo que mantiene vivo ese sueño recurrente de que su hijo algún día retorne a casa.