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Chad: supervivencia frente a la adversidad

En julio de 2023, fui enviada al este de Chad para reunirme con personas que habían huido de Sudán a pie a causa de la violencia. Pasé dos semanas en un hospital que recibe ayuda del CICR con pacientes que se recuperaban de heridas de bala, escuchándolos. Sus historias hablan de lo cruel que puede ser la guerra con quienes no pueden protegerse, pero también de la inmensa fortaleza que poseen en su lucha por sobrevivir.

Eleonore Abena Kyeiwaa ASOMANI es encargada de Comunicación del Comité Internacional de la Cruz Roja. Aquí, rememora su misión al este de Chad en julio de 2023.

Eleonore Abena Kyeiwaa ASOMANI/CICR

It was ten days before Achta and her remaining daughter reached Abéché Hospital.

Achta, una madre tan abrumada por haber visto morir a su hija que no sintió el impacto de una bala en el brazo

Achta es una mujer sudanesa de 60 años que, como tantas otras, vio su vida derrumbarse cuando estalló la violencia en su país.

 No sentí el dolor de la bala cuando se me metió en el cuerpo. Estaba totalmente conmocionada por haber visto morir a mi hija de un balazo delante mí unos segundos antes. Recién cuando vi la sangre me di cuenta de que me habían herido.

Achta me relata su travesía en la seguridad de su habitación de hospital en Abéché, en el este de Chad, donde apenas unos días atrás se habían refugiado ella y otras personas civiles que huían del conflicto armado en Sudán.

La primera vez que entré al hospital, me impactaron los olores: sudor, heridas infectadas, orina...

Denis Sassou Gueipeur/AFP

Hospital de Abéché. Los pacientes y sus familiares esperan su turno para la consulta. Se acomodan como pueden en los bancos improvisados del hospital o en alfombrillas que traen previendo largas esperas. </h2>

El hospital se construyó en la década de 1970 y tiene capacidad para 289 personas. Mientras estuve allí, debía haber cinco veces ese número de pacientes. Las habitaciones estaban repletas. Fuera, sobre bancos de madera, se sentaban madres con sus bebés recién nacidos, una al lado de la otra, buscando una posición cómoda para descansar. También me impresionó la sala de partos: la oxidada silla rosada, llena de manchas, inspiraba cualquier cosa menos serenidad. Y, sin embargo, allí tomaban su primera bocanada de aire los bebés.

Un equipo médico del CICR, compuesto por dos enfermeros, un anestesista y un cirujano, había llegado una semana antes que yo para atender a los refugiados heridos que venían de Darfur, Sudán. El equipo traía consigo sus conocimientos y su dedicación para salvar vidas, pero las condiciones eran difíciles. A menudo había cortes en el suministro eléctrico, que los obligaban a operar a la luz de una lámpara, como lo harían en hospitales improvisados en medio de la nada. El agua potable y los medicamentos escaseaban, y, por la falta de personal, sus jornadas de trabajo eran muy extensas.

Las habitaciones donde convalecían sus pacientes luego de la cirugía tenían filas de camas idénticas: un armazón de metal y un delgado colchón de plástico negro. Las paredes amarillentas con azulejos antiguos daban la absurda impresión de que la habitación y el hospital entero eran fríos. El calor sofocante que removía el ventilador de techo me recordaba lo contrario. Por suerte, entre las camas, los familiares habían dispuesto esterillas coloridas para dormir y cuidar a los pacientes, lo que le daba a la escena un toque acogedor.

Eleonore Abena Kyeiwaa ASOMANI/CICR

Abdel, un joven que tuvo que hacerse el muerto para sobrevivir, hoy ve en sus pesadillas los cuerpos tirados en el suelo en las calles de El Geneina

Para muchos, llegar a Chad fue un respiro de alivio, pero más bien un alto en el camino que el final de su travesía. Todos los pacientes me contaron de algún ser querido desaparecido o fallecido. Nuestras conversaciones les recordaban la vida apacible que llevaban antes del conflicto: como agente bancario, como estudiante universitario, como comerciante... Esa era la vida completamente normal que llevaban las personas que conocí. Hoy, luchan por recuperarse de heridas infectadas, que puede llevar meses sanar.

Abdel me contó que, cuando lo hirieron, se refugió en una escuela, donde permaneció escondido durante dos meses con otros vecinos de su barrio. Muchos murieron por falta de atención médica y alimento. Él escapó del pueblo con otros sobrevivientes rumbo a la frontera con Chad. En el camino, un grupo armado atacó el auto en el que viajaba. Como estaba herido, se hizo el muerto. Eso lo salvó: todos los demás murieron. Después, incapaz de caminar, se arrastró a lo largo de casi cuatro kilómetros hasta que encontró una aldea que aceptó recibirlo.

Eleonore Abena Kyeiwaa ASOMANI/CICR

Idriss, un hombre que no creía que recordaríamos su nombre.

Idriss, un hombre que no creía que recordaríamos su nombre

Idriss trabajaba transportando arena en El Geneina, la misma ciudad donde se había ocultado Abdel Hakim. Un francotirador le disparó cuando intentaba escapar. Alguien lo levantó del suelo, pero luego volvió a dejarlo caer y se fue corriendo. El golpe fue duro, y el hueso que ya tenía parcialmente roto quedó gravemente fracturado. Pasaron tres días hasta que alguien lo rescató. Cuando anoté su nombre, me confesó que hacía meses no oía a nadie pronunciarlo completo. Fue muy importante para él verlo escrito: Idriss Yaya Anour Ahmed.

Eleonore Abena Kyeiwaa ASOMANI/CICR

Niemat escribía un libro sobre el estallido de violencia en su pueblo, pero su trabajo se perdió cuando le dispararon y huyó a Chad. Dice que empezará de nuevo.

Niemat, una madre que sabe que su hijo está muerto

Niemat era la primera paciente que se veía al entrar en la sala de mujeres y niños. La conexión fue inmediata, ya que las dos hablamos inglés. Cuando la conocí, llevaba ya 23 días en su cama de hospital, con la cadera fracturada por un disparo.

Su hijo intentó levantarla cuando cayó, pero ella le suplicó que se salvara él. Herida como estaba, prácticamente no tenía salvación, le dijo. Pero su hijo no la abandonó, y lograron ponerse a refugio. Una semana después, se separaron, y Niemat no ha vuelto a saber de él. Cuando le pregunté dónde creía que podría estar, su respuesta me heló la sangre: "está muerto", afirma con seguridad.

La mayoría de los pacientes tenían heridas en las piernas, que los condenaban a estar postrados en esa cama de hospital a la que ya se habían habituado. Pero Niemat me dijo que le partía el corazón ver a Sihame y sus dos hijas dormir en el suelo por falta de camas.

Eleonore Abena Kyeiwaa ASOMANI/CICR

Sihame, la madre de las niñas, dejó a sus otros cuatro hijos con su hermana en Adré, en la frontera entre Chad y Sudán.

Mientras Sihame visitaba a una vecina, unos hombres armados entraron a su casa y les dispararon a sus hijas Naima, de siete años, y Malak, de cinco. Los hombres se fueron recién cuando Sihame salió corriendo, gritando que había niñas dentro. Ella se llevó a sus hijas al otro lado de la frontera, resuelta a conseguir atención.

Finalmente, llegaron al hospital de Abéché, donde las atendió el equipo médico del CICR. Ambas fueron heridas en los brazos y no en las piernas, por lo que, al menos, podían ir y venir, recibir la atención de los recién llegados, como yo, jugar y meterse en las fotos de los demás a la primera oportunidad, como cualquier niño de su edad.

Eleonore Abena Kyeiwaa ASOMANI/CICR

Malak posa para la cámara.

Mansour y su hermano, Mounir, que murió en las espaldas de su madre

Mansour estaba recostado en la cama contigua a la de Malak, Naima y su madre. Era evidente que los niños se habían hecho amigos. Me senté con la madre de Mansour en el patio del hospital, y allí me contó lo que había pasado. Un proyectil cayó sobre su casa e hirió a Mansour en la pierna izquierda y a Mounir, su hermano de diez años, en el abdomen. Mientras ella cargaba a Mounir sobre la espalda, buscando atención médica desesperadamente, la vida del niño se apagó.

El aire se puso denso mientras se le caían las lágrimas.

Eleonore Abena Kyeiwaa ASOMANI/CICR

Mansour fue herido cuando estalló un proyectil. Su madre dice que cayeron casi 30 proyectiles en su barrio.

Los pacientes cuya historia se cuenta aquí permanecen en el hospital de Abéché, todavía luchando, pero recuperándose. Les pregunté cuál era su deseo más grande para cuando estuvieran repuestos. Todos dijeron que querían volver a casa.

Denis Sassou Gueipeur/AFP

Este campamento de refugiados se encuentra detrás del hospital de Abéché. Allí viven muchos pacientes.

Nota a los lectores: después de julio de 2023, los enfrentamientos se aplacaron en El Geneina, y no ingresaron nuevos pacientes heridos, lo que dio un respiro a nuestros equipos. Desde entonces, se han puesto a disposición de la población más servicios humanitarios en Adré, la ciudad fronteriza y paso entre Sudán y Chad.