'La violencia sexual no tiene que ser invisible'
Perfil humanitario de una administradora de empresas con dos décadas de experiencia de trabajo con sobrevivientes.
En el trabajo humanitario es frecuente encontrarse con el contraste entre la belleza escondida en montañas y ríos de Colombia y el miedo constante de algunas comunidades a que un día la violencia los golpee con más fuerza. Así es como ha visto el país Patricia Martínez, una administradora de empresas con estudios políticos y en desarrollo, quien desde hace 20 años trabaja con el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Hoy es la encargada de Protección y Género en Bogotá y asegura que uno de los principales problemas con la violencia sexual es que los abusos suelen quedar invisibles.
"Muchas veces la sociedad culpa a la víctima por los hechos, lo que lleva a que esta persona sienta vergüenza y se no se atreva a contar lo sucedido", dice.
Patricia agrega que el Estado colombiano aún debe mejorar la atención a las víctimas, pues "en ocasiones la confidencialidad no se maneja de manera adecuada, o no se trata a las víctimas con enfoque diferencial y con dignidad: no es lo mismo atender a una mujer indígena que a una afrocolombiana, a un hombre o a una persona de orientación sexual e identidad de género diversa".
Tiempos difíciles
Cuando Patricia entró a la organización, Colombia pasaba por una época difícil de recrudecimiento de violencia. Patricia trabajó en lugares como El Salado, El Chengue y Macayepo, municipios en los que las acciones armadas se llevaron la vida de muchos de sus habitantes. Ella conoció a muchas de esas víctimas ya que el CICR visitaba esas regiones con frecuencia para llevar ayuda humanitaria.
Durante esas épocas, el peligro fue una constante, como en 2003, cuando estaban almorzando en Carmen de Bolívar y no tan lejos se escuchaban las detonaciones de un enfrentamiento. Tuvieron que resguardarse debajo de la mesa.
Mientras recorría las imponentes montañas del Sur de Bolívar pensaba que era una pena que más personas no pudieran ver esos lugares hermosos pero vedados por la dinámica del conflicto armado. "Hace poco me enteré que ahora están haciendo turismo por los Montes de María, por el Nudo de Paramillo. Antes eso era impensable", dice.
Trabajar con las comunidades afectadas por el conflicto armado también trae historias que se convierten en ejemplos de vida. Durante una salida a un pueblo cercano a Cartagena (norte de Colombia) Patricia encontró a un anciano que vivía solo y era una de las pocas personas que no se había desplazado a pesar de la presencia de actores armados.
"Estábamos en un lugar donde se juntaban todas las necesidades básicas insatisfechas: alimentación, servicios públicos, todo. Pero cuando le preguntamos cuál era su necesidad principal el anciano respondió que le faltaba compañía. Eso me impactó mucho. Por eso, es tan importante la presencia del CICR al lado de las personas afectadas por la violencia armada y el acompañamiento constante que podamos brindarles", asegura.