Discurso del Presidente del CICR: el compromiso de abordar el desplazamiento forzado

23 mayo 2016

Discurso pronunciado por Peter Maurer, Presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, en la Cumbre Humanitaria Mundial en Estambul, Turquía.

Excelencias,
Señoras Señores,
Hemos escuchado las cifras, los dilemas, las preocupaciones y las promesas.

Permítanme referirme ahora a otros aspectos de los dilemas. Hace unas semanas, estaba yo en una zona rural del norte de Afganistán. Imaginen las montañas color verde oscuro y marrón, el aislamiento, esa sensación que uno tiene cuando conduce durante horas sin ver siquiera un alma. No hay cables eléctricos que atraviesen el campo, no hay ciudades y, ciertamente, no hay 4G.

En uno de los remotos poblados, conversé con algunos ancianos. Me expresaron sus temores: que los enfrentamientos llegaran una vez más a su aldea y causaran daños a sus familiares. Me contaron sus problemas: que no tienen trabajo, que no hay escuelas para sus hijos. Me explicaron cómo las familias ampliadas se reúnen para decidir quién se irá y adónde para ganar dinero en el extranjero para toda la familia. Las penurias económicas son uno de los muchos efectos indirectos de la guerra.

Un día antes, en Jalalabad, me había reunido con algunas personas que habían tenido que desplazarse en múltiples ocasiones, por más de veinte años, siempre dentro de Afganistán, a causa de los enfrentamientos y de la inseguridad. Veinte años, y sin embargo nunca renunciarán al lugar que llaman su hogar.

Lo cierto es que nadie, nadie, abandona su casa, su familia, su vida entera, por capricho. Cuando una persona huye, lo hace por una razón y, salvo que esa razón desaparezca, la persona seguirá huyendo.

Por ello, el CICR trabaja en medio de países en guerra: porque mientras estén disponibles los servicios más básicos para llevar una vida digna (hospitales, escuelas, trabajo, alimentos, agua, vivienda), la mayoría de las personas prefieren quedarse en el lugar que llaman su hogar.

Por ello, reducir la asistencia que se presta en los lugares donde se originan los desplazamientos para financiar los servicios de acogida de los refugiados en los países de destino no dará resultado. Cuanta menos ayuda se preste en zonas de conflicto, más personas se verán obligadas a desplazarse.

Por ello, la retórica agresiva no disuade a las personas de cruzar las fronteras, aunque los refugiados son una minoría entre todas las personas obligadas a desplazarse. Todos sabemos que la amplia mayoría de las personas busca seguridad en sus propios países.

Las vulnerabilidades y los derechos no deben enfrentarse unas con otros en la falsa creencia de que el estatuto significa algo cuando se trata de buscar una vida digna.

Apiñar a las personas en campamentos no es una solución. Debemos darles la capacidad y la oportunidad de llevar una vida normal lo más pronto posible. Los Estados deben cumplir sus obligaciones jurídicas y poner recursos a disposición que respondan a las dramáticas necesidades existentes. Los Gobiernos deben trabajar con las empresas para ofrecer educación, trabajo y seguridad, tanto a la población refugiada como a la población local. De esa forma, los retos se convierten en oportunidades para las personas, las sociedades y los Estados.

El desplazamiento forzado es una deshonra. Un mayor respeto del DIH y del derecho de los refugiados, los Convenios de Ginebra y la Convención de Kampala, en particular, aliviará en parte el peor sufrimiento.

El respeto del derecho internacional humanitario, la asistencia a las personas donde estén y conforme a sus necesidades, la protección de los que huyen y las soluciones pragmáticas para los que se asientan en nuevos lugares son algunas de las medidas que debemos adoptar para abordar el desplazamiento forzado.

Sin embargo, el verdadero éxito dependerá de la capacidad de resolver las dinámicas subyacentes de los conflictos y, en última instancia, alcanzar la paz.

Gracias.