En Sudán del Sur, una clínica remota trabaja para salvar vidas
Nyakosti parece aterrorizada. La joven, de 15 años, sabe que el equipo quirúrgico puede amputarle la pierna.
Silvana, una enfermera de pediatría procedente de Italia, abraza a la adolescente y le susurra algo al oído. Nyakosti mira a los ojos de Silvana mientras mantienen una conversación en dos idiomas que no comparten. Silvana está tan en sintonía con Nyakosti que casi se percibe como una plegaria. Sus cejas casi se tocan. Asoman lágrimas en los ojos de Silvana.
El día anterior, un helicóptero de evacuación médica trasladó a Nyakosti a Maiwut, Sudán del Sur, donde presta servicio un equipo quirúrgico del CICR. Diez días antes, una bala que había atravesado el muslo derecho de Nyakosti, le dejó una herida inflamada y gangrenosa. La adolescente, cálida y amigable, narró su historia cuando llegó a Maiwut.
"Mis padres me enviaron a buscar cereales. En medio de las aldeas, el enemigo nos vio", dijo. "Me dispararon primero. Después, los atacantes persiguieron a los demás, dispararon y mataron a mi hermano. Cuando regresaron, mi madre gritó: "¡Mataron a mi hijo!" Nos dejaron ir. Fuimos a la aldea vecina para tratar de conseguir medicamentos, pero no había. Las personas que antes vendían diferentes cosas [como medicamentos], se fueron durante la guerra debido a la violencia."
Nyakosti es la última víctima de la violencia en Sudán del Sur, que entró en conflicto a fin de diciembre de 2013. Desde entonces, millones de personas se vieron forzadas a huir de sus hogares en busca de seguridad. Tantas personas han tenido tanta escasez de alimentos que en febrero la ONU declaró una situación de hambruna en el país.
Con cuidado, trasladan a la mesa del quirófano a la adolescente atemorizada. Alexander, un apacible anestesista ruso, sostiene a la joven mientras Naomi, una anestesista japonesa, administra la anestesia. El equipo quirúrgico limpia la herida abierta de Nyakosti con jabón y yodo; la conversación del equipo deja en claro que todavía no saben si la joven podrá conservar la pierna.
Violencia en aumento – y casos en aumento
El poblado de Maiwut está enclavado en el extremo sudeste de Sudán del Sur, a 20 kilómetros de la frontera con Etiopía. El sencillo hospital atrae a residentes de toda la región. El CICR cuenta con 13 colaboradores internacionales, incluidos médicos, enfermeras, cirujanos, un pediatra y dos parteras. El número de cirugías que se practican diariamente fluctúa, de un promedio de siete hasta 20 hace un par de semanas. En enero, 46 pacientes heridos de batalla fueron trasladados en nueve viajes en helicóptero durante tres días.
Michael, un cirujano de Tanzania, se detiene junto a una cama y pregunta qué problema aqueja a la paciente. La respuesta: "herida de bala". Casi todos los pacientes en Maiwut fueron víctimas de disparos. Los residentes locales también son asiduos concurrentes. En una ciudad sin electricidad y con un mercado poco abastecido, el hospital funciona como un punto de actividad social y charla ociosa, impulsado por una mujer que vende café junto al letrero "No se permiten las armas" en la entrada. La gente viene a charlar, cargar sus teléfonos (para disgusto del personal del hospital) y quejarse de los salarios.
Se ve de todo: un hombre con la cabeza vendada como una momia, con la lengua hinchada al triple de su tamaño normal – el desafortunado resultado de haberse embriagado a un nivel extremo y caerse de un puente. Waali, un niño adorable de 8 años, con la pierna amputada; estaba durmiendo, dijo, cuando una vaca se acercó y le aplastó la pierna izquierda. Cuando regrese a casa, dijo con picardía, quiere que su padre se case con una segunda esposa, para que pueda regalar esa vaca como dote. Otro muchacho tiene una laceración que abarca el ancho de su frente. Su historia médica en el hospital dice que fue "golpeado por alguien con un palo".
Pero la mayor parte de las personas llegaron en aviones del CICR desde Lankien, desde Kodok y desde Waat, todos con heridas de bala en el cuerpo. Esto se debe en parte a que es la estación seca: si alguien quiere conseguir algo en Sudán del Sur, tiene que hacerlo ahora, incluida la guerra. La estación lluviosa trae enfermedades y accidentes. La estación seca trae helicópteros con heridos de bala en forma masiva.
Todo lo que está muerto y roto
Nyakosti está en la mesa del quirófano, inconsciente del esfuerzo mayúsculo que hicieron los médicos para salvarle la pierna. Daniel, un cirujano de Suiza, le está colocando un largo perno en el hueso. ¿Podrá la adolescente conservar la pierna? "Parece que sí... por ahora. Tenemos que ver cómo va sanando". Buenas noticias.
Se corta el suministro de electricidad; en el momento oportuno, una enfermera toma su teléfono móvil para usarlo como linterna. Durante tres minutos, el equipo trabaja silenciosamente en la oscuridad, el único sonido audible el chasquido del metal que golpea a través del hueso.
La electricidad se restablece, y el perno ya está firme en su lugar. El equipo observa la herida. La carne rosada del tamaño de una palma sobresale del muslo. Daniel la abre, quitando varios pedazos de tejido graso. "El riesgo está en la arteria femoral", dice. "Si tiene lesiones, se producirá un sangrado tremendo. Mientras hace incisiones, Michael murmura, "son más de diez días". Daniel asiente sin levantar la vista. Uno tras otro, eliminan los fragmentos de hueso roto. "La idea es limpiar ambos extremos", dice. "La naturaleza cicatrizará el hueso, pero necesitamos dar a la naturaleza las mejores oportunidades. Con infección y huesos muertos, no puede cicatrizar. Es esencial evaluar lo que está muerto y lo que no".
Eliminan más hueso. Un fémur suele tardar tres meses en cicatrizar. Nyakosti es joven y saludable. Si el equipo quirúrgico elimina todo lo que está muerto y quebrado, hay una buena oportunidad – en tres meses a partir de ahora – de que vuelva a caminar.