Declaración

Igualdad de género y guerra: "No habrá humanidad, dignidad ni paz hasta que se respete el derecho internacional humanitario para todos los géneros"

En vísperas del Día Internacional de la Mujer, Mirjana Spoljaric, la primera mujer presidenta en los 160 años de historia del Comité Internacional de la Cruz Roja, habló en la Universidad de Columbia, en Nueva York, de las consecuencias humanitarias de los conflictos armados sobre las mujeres y las niñas y del papel que puede desempeñar el derecho internacional humanitario para evitar que se amplíe la brecha de género.

Discurso de Mirjana Spoljaric, presidenta del CICR. Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia – 3 de marzo de 2023

Señoras y señores, estimados colegas:

Hace cinco meses, asumí el cargo de presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja.

Conducir a la organización en esta coyuntura de la historia es tanto un privilegio como un desafío.

En estos momentos, el conflicto armado internacional entre Rusia y Ucrania domina la política.

También en estos momentos, la violencia armada continúa en más de 100 contextos en el mundo, causando niveles de destrucción y de sufrimiento graves y prolongados.

Somos testigos de una época en la que vuelven a aparecer las divisiones en todo el mundo.

Los conflictos traen consigo la negación de la humanidad, sea por motivos de raza, religión, clase social o género.

Revierten los avances que con tanto esfuerzo alcanzó el desarrollo humano, incluso en cuanto a la igualdad de género.

No es casualidad que, a medida que se debilitan los derechos de las mujeres y las niñas, crezca la violencia. Cuando los conflictos persisten, la igualdad de las mujeres y las niñas se ve socavada.

Como primera mujer presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja en sus 160 años de historia, se me solicita con frecuencia que exprese mis puntos de vista sobre estos temas.

Hoy, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones iniciales.

El Comité Internacional de la Cruz Roja es una organización independiente y neutral que trabaja en todo el mundo para aliviar los sufrimientos causados por los conflictos armados y otras situaciones de violencia. Los Estados y los Convenios de Ginebra le han conferido el cometido de promover el respeto del derecho internacional humanitario.

La finalidad de estas normas es garantizar un nivel mínimo de humanidad en los conflictos armados. En pocas palabras, esas normas dicen: no ataquen a las personas civiles ni a los trabajadores humanitarios; no violen, torturen ni ejecuten a personas; no ataquen hospitales ni escuelas; no usen armas ilegales; no discriminen a las personas que se hallan en su poder.

Estos son los preceptos básicos que las partes beligerantes están obligadas a respetar. Pero, en muchos conflictos armados, se violan incluso estas normas mínimas.

Durante los últimos meses, he visitado las operaciones del CICR en Ucrania, Siria, Etiopía y Malí para escuchar las voces de las comunidades que conviven a diario con las consecuencias de los conflictos.

Está claro que, cuando se quebrantan las normas del derecho internacional humanitario, quienes sufren son las personas civiles. Y las que más sufren son las personas civiles ya antes marginadas o carentes de poder en la sociedad.

En una visita reciente, fui testigo de los horrores acumulados que enfrentan las mujeres durante los conflictos.

En una clínica que a duras penas funcionaba, se encontraban varias mujeres jóvenes que habían sido reclutadas como soldados; estaban gravemente heridas y sus lesiones requerían amputaciones.

Pero no sólo eso: habían sido violadas, estaban embarazadas y se enfrentaban con la posibilidad de dar a luz en un lugar donde la asistencia médica era prácticamente inexistente. Debido a la estigmatización y a la vergüenza, habían sido repudiadas por sus familiares.

Esta situación de absoluta desesperanza es estremecedora.

Pero esta es la imagen de las mujeres en la guerra. Una imagen que, con demasiada frecuencia, es soslayada y escasamente difundida.

¿Por qué las fuerzas armadas suelen contar con datos sobre los militares muertos y heridos, pero no hay cifras fiables sobre los casos de violencia sexual que se cometen durante los conflictos?

El hecho de que no se pueda hablar abierta y objetivamente de estos problemas permite que esos crímenes continúen sin tregua.

Los impactos de género de los conflictos armados se reconocen cada vez más en los foros internacionales, incluso en varias reuniones que tendrán lugar la semana que viene aquí en Nueva York, entre ellas la de la Comisión de la ONU sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer y la del Programa de la Mujer, la Paz y la Seguridad del Consejo de Seguridad de la ONU.

El Comité Internacional de la Cruz Roja observa esos impactos en sus operaciones.

  • En entornos de conflicto, las mujeres mueren de parto.
  • Las niñas asisten a la escuela menos que los niños. Son vendidas o forzadas a casarse cuando las familias se ven obligadas a decidir cómo sobrevivir o incluso quiénes van a sobrevivir.
  • Con frecuencia, las mujeres cuentan con menos recursos económicos para hacer frente a las lesiones, los daños a la propiedad y la pérdida de ingresos. Tropiezan con obstáculos adicionales a la hora de acceder a la asistencia de salud.
  • Las mujeres están menos representadas en las funciones decisorias relacionadas con la provisión de ayuda humanitaria.
  • En los conflictos, la violencia sexual sigue siendo un problema endémico que afecta desproporcionadamente a las mujeres y a las niñas y que destruye su vida y su dignidad.

La desigualdad de género perjudica más a las mujeres y a las niñas, pero daña a todos: hay niños que son reclutados para ser combatientes y otros que son agredidos por su orientación sexual o su identidad de género.

¿Cómo podemos recuperar los valores universales de humanidad, dignidad e igualdad de derechos para todos los seres humanos?

Existen varias vías posibles para ello.

En primer lugar, el derecho internacional humanitario es la base jurídica que protege a todas las víctimas de los conflictos armados. Esto significa que las mujeres, los hombres, los niños y las niñas, en toda su diversidad, gozan de la misma protección.

No puedo dejar de hacer hincapié en lo siguiente: las partes beligerantes tienen el poder de causar impactos de género o aliviarlos. Los Estados y los portadores de armas son quienes ejercen la violencia, toman decisiones y asignan los recursos.

Por lo tanto, también tienen el poder de prevenir las desigualdades que surgen en las sociedades.

El respeto del derecho internacional humanitario mejorará la situación de todas las personas afectadas por conflictos armados, cualquiera sea su género. Evitará los enormes daños causados por las violaciones de sus normas y ayudará a restablecer la estabilidad y a reconciliar a las sociedades.

Es muy importante señalar que el derecho internacional humanitario consagra el principio de la no discriminación. En la aplicación de ese ordenamiento jurídico, se prohíbe toda discriminación por motivos de raza, color, género, religión, condición económica u otros criterios similares.

Sin embargo, la implementación efectiva de esta obligación exige que los encargados de tomar decisiones en la guerra cuenten con recursos específicos y conocimientos técnicos.

Esto requiere la voluntad política de los Estados partes en los Convenios de Ginebra para evaluar su propia conducta y analizar seriamente si sus fuerzas armadas están preparadas para tomar en cuenta la protección de toda la población civil, incluidas las personas que corren mayores riesgos, como las mujeres y las niñas.

El Comité Internacional de la Cruz Roja viene organizando reuniones con militares, trabajadores humanitarios y académicos sobre el tema del género y el derecho internacional humanitario, con el fin de examinar cuestiones como las siguientes:

  • ¿De qué manera el comportamiento de los militares puede exponer a las personas a riesgos de violencia sexual?
  • ¿Cómo puede su comportamiento profundizar las desigualdades en situaciones de ocupación?
  • ¿Cómo gestionan sus centros de detención para responder a las necesidades de las mujeres?

En primer lugar, las cosas empiezan a cambiar cuando los Estados se comprometen específicamente a incorporar la perspectiva de género en su aplicación e interpretación del DIH. Sin embargo, sólo unos pocos Estados han hecho explícito tal compromiso.
Las lagunas en los datos sobre género y el sesgo de género en la planificación y conducción de las operaciones militares también representan trabas en el camino hacia el progreso.

La presencia de la mujer en la mesa marca una diferencia en este sentido: su participación efectiva en la interpretación y aplicación del DIH amplía el alcance de la información. Otro factor clave es que los comandantes dispongan de asesores con experiencia en materia de género.

En segundo lugar, los crecientes niveles de desigualdad de género son una señal de alarma a la que debemos prestar atención. Cuanto mayor sea la desigualdad, tanto más aumentarán la inestabilidad y la probabilidad de que el conflicto estalle o se intensifique.

Las pruebas son claras: la paz se puede alcanzar cuando todos son respetados en igual medida, están libres de daños físicos y mentales y gozan de acceso pleno a las oportunidades económicas.

Esta misma lógica nos dice que la igualdad de género es un indicador de paz y seguridad.

El análisis de los efectos de la desigualdad de género y de las normas de género sirve para evaluar tanto la posibilidad de que se produzca un estallido de violencia civil o internacional, como la probabilidad de que los acuerdos de paz negociados tengan éxito; asimismo, es útil para comprender los vínculos con la violencia extrema.

A menudo, no hay mujeres entre los encargados de tomar decisiones que conducen la guerra, o son sólo una minoría.

Pese a las consecuencias mortíferas y desproporcionadas que los conflictos acarrean para las mujeres, el tema del género se relega a un segundo plano; se percibe como desagradable o irrelevante en los espacios donde se manejan las urgencias de la guerra.

Sin embargo, lo que sucede antes y después del conflicto afecta sus resultados.

Si las mujeres están ausentes del mercado laboral, si carecen de acceso a la asistencia de salud cuando están heridas o enfermas, si tienen que vivir con las cicatrices físicas y mentales de la violencia sexual, si se han empobrecido, ¿cómo se van a sentar a la mesa?

Por todo esto, es vital que las mujeres no se sienten a la mesa sólo para completarla, sino que tengan el poder de representar a sus comunidades.

Solamente quienes controlen los factores importantes podrán, en definitiva, influir en las decisiones importantes.

En tercer lugar, todos debemos hacer nuestra parte.

Las espinas de la desigualdad de género están clavadas en las estructuras, en las instituciones y en los individuos. Eso significa que están presentes en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo y en nuestros campos de batalla.

En este sentido, cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar: debemos cuestionar nuestras propias creencias acerca de dónde se encuentran las raíces de este problema.

Antes, hablé del poder de los Estados y de las partes en los conflictos como actores que pueden infligir sufrimientos o aliviarlos.

Si bien ellos tienen la responsabilidad de respetar el derecho internacional humanitario y de crear soluciones duraderas, las organizaciones humanitarias también tienen la responsabilidad y el poder de responder a los sufrimientos causados por los impactos y desigualdades de género.

El Comité Internacional de la Cruz Roja actúa conforme a principios humanitarios fundamentales que brindan un marco ético y operacional para la acción. El respeto de esos principios es lo que nos lleva a integrar la perspectiva de género en nuestra labor.

El principio de humanidad, que es la razón de ser de la acción humanitaria, exige que el CICR proteja la vida, garantice el respeto del ser humano y prevenga y alivie el sufrimiento humano en todas las circunstancias.

Lógicamente, sólo podemos respetar el principio de humanidad en forma efectiva si reafirmamos de manera constante los derechos y la dignidad de todos.

El principio de imparcialidad significa que nos esforzamos por aliviar el sufrimiento basándonos únicamente en las necesidades.

No podemos respetar la imparcialidad sin una perspectiva de género, dado que ese enfoque nos permite ver y comprender las vastas y diversas necesidades humanitarias de las personas con las cuales trabajamos. Este aspecto ha representado una brecha importante en nuestro trabajo, que todavía no hemos cerrado del todo.

El sector humanitario comenzó a centrarse en las necesidades y experiencias de las mujeres, diferenciándolas de las de los hombres, a fines de la década de 1980. Con anterioridad, el supuesto predominante era que la acción humanitaria se podía elaborar y desplegar "fuera" de las normas y dinámicas de género.

Hoy, sucede justo lo contrario. Ahora, está claro que las respuestas que no toman en cuenta la desigualdad de género probablemente refuercen la discriminación basada en el género y otros aspectos dañinos.

Los elementos centrales son el acceso significativo y digno y la participación de las personas afectadas por crisis. Estamos ajustando nuestro enfoque para que las mujeres, al igual que los hombres, sean reconocidas como agentes activos y como las principales expertas en lo que a su vida se refiere.

Las mujeres y las niñas deben ser vistas y escuchadas; asimismo, deben poder influir y contribuir en mayor medida a las decisiones y acciones que las afectan, empezando por nuestros programas humanitarios.

El tercer precepto importante que aplica el Comité Internacional de la Cruz Roja es el principio de neutralidad.

El compromiso y el cumplimiento del CICR con el principio de neutralidad significan que no tomamos partido en los conflictos armados y que mantenemos contactos con todas las partes beligerantes.

La neutralidad es una herramienta práctica que nos permite negociar el acceso a las poblaciones afectadas por conflictos hasta en los lugares más distantes. Nos permite ganarnos la confianza de la población y desenvolvernos en condiciones seguras en los territorios de ambas partes en el conflicto.

Como organización neutral, no adoptamos posiciones sobre cuestiones políticas, militares o ideológicas. Esta postura nunca nos ha impedido esforzarnos por aliviar los sufrimientos de las poblaciones afectadas por conflictos armados y los daños causados por las dinámicas políticas y del poder.

Ahora, el CICR comprende mejor las consecuencias extensas y nocivas provocadas por la desigualdad de género en situaciones de conflicto. Entendemos la importancia de elaborar programas que respondan a este problema.

Lo que no se debe perder de vista es que las respuestas que no toman en cuenta la desigualdad de género probablemente refuercen la discriminación basada en el género y otros daños.

Humanidad, imparcialidad y neutralidad Juntos, estos principios significan que tomamos partido únicamente por las víctimas de los conflictos armados y de las situaciones de violencia, sean hombres, mujeres, niños o niñas, y que nos esforzamos por responder a las consecuencias de género de los conflictos, en cumplimiento de nuestro compromiso con la humanidad.

Este proceso no es sencillo: traemos con nosotros normas de género en nuestra cultura institucional y en los miembros de nuestro personal.

La forma en que utilicemos nuestro propio poder influirá en las normas y dinámicas de género en las comunidades donde trabajamos. ¿A quién contratamos? ¿A quién consultamos en la comunidad para conocer sus necesidades más urgentes?

Nuestra responsabilidad es asegurarnos de no exacerbar, incluso inadvertidamente, las desventajas de las mujeres, las niñas y otras personas marginadas.

Eso es lo que significa para nosotros el principio de "no causar daño", y es la condición que debemos cumplir a fin de seguir siendo una organización humanitaria creíble y confiable para las personas a las que deseamos prestar servicio.

Señoras y señores, estimados estudiantes:

Concluiré con una reflexión acerca del punto en que nos encontramos hoy.

Si la trayectoria actual se mantiene, se estima que ahora llevará 132 años cerrar las brechas de género en todo el mundo.

Las brechas relacionadas con el empoderamiento económico y político, los logros académicos y la salud y la supervivencia son particularmente profundas en los conflictos en los que el CICR desarrolla su acción.

Las violaciones del derecho internacional humanitario agravan esas situaciones.

Es imprescindible que las partes beligerantes respeten el derecho internacional humanitario para evitar que la brecha de género se siga profundizando.

No habrá humanidad, dignidad ni paz hasta que puedan disfrutarlas las personas de todos los géneros. La seguridad internacional solo puede basarse en la seguridad humana, esto es, la seguridad de los hombres, mujeres, niños y niñas, en toda su diversidad.

Como presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja, siempre insistiré en que el respeto del derecho internacional humanitario es la única forma de preservar un mínimo de humanidad y, en última instancia, de allanar el camino hacia la recuperación de la paz y la prosperidad.

En este sentido, hay una ecuación sencilla: respetar el derecho internacional humanitario significa respetar la dignidad de mujeres y hombres por igual.

La protección de las personas que enfrentan los mayores niveles de discriminación y deshumanización, que muy a menudo son las mujeres y las niñas, es el elemento central del respeto del derecho como herramienta para la paz.

Muchas gracias.