Nigeria: “La vida ya nunca será como antes”
Los únicos negocios que funcionan en la aldea de Gulak son una peluquería y una sastrería. Afuera, sobre el terreno, dos hombres revisan una pila de cacahuates, y dos niñas caminan entre puestos de control a cargo del "Vigilante Group of Nigeria", una milicia local que ofrece apoyo a los soldados del Gobierno.
La calma, sin embargo, no significa que haya paz. Muy por el contrario.
"Durante el último mes, se produjeron cinco ataques", dice Usman Ali, jefe del "Vigilante Group of Nigeria".
Gulak está ubicada en el nordeste del estado de Adamawa, una zona devastada por las luchas y los conflictos entre el Gobierno y grupos insurgentes que están fuertemente armados. Tomaron el control de la aldea en septiembre de 2014, pero los soldados del Gobierno y las milicias locales los expulsaron en marzo del año pasado.
Desde entonces, la oposición armada cambió de tácticas. Al no poder establecer un Estado Islámico en la región, invaden aldeas, atacan puestos militares y realizan ataques suicidas con bombas en toda la región del Lago Chad. Uno de los combatientes de Ali murió en un ataque perpetrado hace tres semanas, a escasos kilómetros de la aldea. Los miembros de la oposición armada llegaron a la aldea de Bakidutse en bicicleta y de madrugada.
"Quemaron algunas casas y el hospital", cuenta Ali. "Saquearon el dispensario y robaron todos los medicamentos."
Más de dos millones de personas se vieron forzadas a abandonar sus casas en la región del Lago Chad durante el punto álgido del conflicto que afecta esta región desde 2009. En los estados de Borno y de Adamawa (Nigeria), la mayoría de las personas se dirigieron al sur, a campamentos para desplazados, mientras que otras cruzaron la frontera con Camerún.
Como la oposición armada perdió terreno, las personas pudieron regresar a sus casas, aunque muchas de ellas no encontraron más que ruinas.
A unos kilómetros al sur de Gulak, se encuentra Michika, un pueblo que cuenta con un mercado pujante, tiendas de DVD y hasta algunos carteles que publicitan el próximo partido de fútbol de la Liga de Campeones, algo impensado durante el período en que el sitio estuvo bajo control de la oposición armada. Detrás de las rutas principales, sin embargo, las secuelas de los combates están plasmadas por doquier: casas en ruina, agujeros de bala en las paredes que permanecen en pie y pozos enormes del tamaño de automóviles que cubren el suelo.
"Cuando regresé, no encontré nada, ninguna de mis pertenencias estaba aquí: mi casa estaba destruida", sostiene Ladi Abdul, una mujer de cuarenta y cuatro años de edad que vivió en un campamento por un lapso de tres años. "Hace ya unos tres meses que regresé al pueblo, después de que se restableció la paz en mi comunidad."
"Durante toda la crisis, hemos sufrido mucho", afirma. "Todavía estoy sin trabajo, sin nada que hacer. Tengo hijos y soy madre soltera."
El CICR es una de las pocas organizaciones de ayuda humanitaria que trabaja en la zona. Reconstruyó la casa de Adbul, junto con otras setecientas propiedades. "No esperaba verme aquí y tener un techo", expresa. "Gracias a la Cruz Roja, tengo casa propia."
Además, el CICR distribuyó miles de kilos de semillas y fertilizantes para ayudar a los granjeros a recuperarse tras no haber podido sembrar por varias temporadas. La inseguridad alimentaria ha sido uno de los principales desafíos en la región.
A dos horas al sur de Michika se encuentra Mubi, un pueblo en el que se sitúa un campamento de tránsito para desplazados que alberga a cincuenta y siete personas, la mayoría de las cuales escaparon hace poco de la oposición armada.
Sin embargo, en los últimos años, miles de personas pasaron por el campamento, y se espera que lleguen más.
"Creemos que unas cincuenta mil personas cruzarán la frontera para llegar a Camerún", informa Abubakar Fudamu, director de la Cruz Roja Nigeriana en Mubi.
Y todas esas personas necesitarán la asistencia de organizaciones de ayuda humanitaria. "La comunidad anfitriona no da abasto con los desplazados internos", afirma Fudamu. "No tendrá la capacidad de ayudar a todas esas personas."
El CICR hace el seguimiento de todos los desplazados que llegan al campamento de tránsito. "Hace poco, recibimos a una persona que llegó con seis niños, que estaban malnutridos", relata el doctor Kennedy Yakubu, colaborador del CICR en Mubi. "Los llevamos al centro de atención primaria de la salud que recibe ayuda del CICR, donde se les brindó asistencia de salud gratuita."
Se cree que el Gobierno del estado de Adamawa podría cerrar los campamentos para desplazados a fin de año, pero muchas personas dicen no tener adónde ir, ni recursos con qué vivir cuando lleguen allí.
El campamento de Malkohi, a las afueras del pueblo de Yola, alberga a mil nigerianos, quienes, en su mayoría, viven en carpas. Algunas personas, sin embargo, pasaron la crisis en un viejo edificio donde solía funcionar una escuela, y en el que las literas estaban muy pegadas entre sí y dejaban poco margen para la privacidad.
Naomi Dauda duerme en la litera inferior con Habu —su hijo de catorce meses de edad— y su esposo. En la litera superior, hay una pila de tejidos: ella ha estado intentando iniciar un pequeño emprendimiento de venta de gorros de lana para niños.
"Tomaron el control de nuestra aldea, así que tuvimos que huir", afirma. "No quedó nada en pie: incendiaron todo." Naomi cuenta que su aldea sigue recibiendo ataques y que hay mucha inseguridad como para regresar. Además, tampoco tiene ningún lugar adonde regresar, dado que destruyeron su casa. "Estoy preocupada porque hemos oído que para diciembre cerrarán el campamento, de modo que no sé qué pasará."
"La vida ya nunca será como antes", sostiene.