Ucrania: Valentina, enfermera de la Cruz Roja, brinda cuidados y amistad

02 octubre 2015
Ucrania: Valentina, enfermera de la Cruz Roja, brinda cuidados y amistad
Una enfermera domiciliaria de la Cruz Roja de Ucrania ayuda a un hombre a tomar su medicación. Como Valentina, esta enfermera se asegura de que la población reciba el apoyo que necesita, dondequiera que esté. © Jean-Luc Martinage/Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja

Para encontrar la otra Ucrania, no hace falta alejarse mucho de la principal avenida de Kiev, con sus elegantes tiendas, su música a todo volumen y una multitud que pasea. Y no se trata, como se podría pensar, del mundo desesperado en el extremo oriental del país, donde un frágil cese de las hostilidades aguanta a duras penas, donde alrededor de 1,4 millones de personas han sido desplazadas y más de 6.000 más han muerto desde que hace poco más de un año estalló el conflicto. No, este es un mundo distinto también de ese: un lugar con edificios grises de apartamentos de la época soviética con calles sin brillo, puestos de mercado y pobreza.

Es verdad que hay árboles frutales y vegetación que adornan las plazas y zonas de juegos cercanas, pero el paso del tiempo ha dejado huella. A los edificios les falta color y vida. Las escaleras con eco huelen a cigarrillos rancios. Hay botellas vacías en las esquinas, y personas que hurgan en los cubos de basura.

Valentina Ivanova es una enfermera domiciliaria que trabaja en la filial regional de Holosievo de la Cruz Roja de Ucrania en Kiev. Valentina conoce bien este distrito. Va casi a diario. Con su uniforme blanco adornado con una pequeña cruz roja y su pelo rubio cuidadosamente peinado, es una figura familiar mientras hace su ronda de visitas. Por pasillos oscuros, detrás de puertas gruesas, hay personas que la esperan. Con formación en atención psicosocial además de ser paramédica, Valentina está bien preparada para hacer su trabajo. También tiene un corazón amable. Para las personas a las que atiende, enfermas y solas, abandonadas y afligidas, es más que un simple vínculo con el mundo exterior. Es una amiga. En algunos casos, la única que tienen.

Sentada al lado de Valentina en su salón sin espacio, con un icono pequeño colgado de un tapiz tras su cabeza, Tamara Pavlovna, de 88 años de edad, recuerda los días en que era profesora de literatura rusa e historia en otra parte de Kiev. "Pero me estafaron y me quitaron mi dinero", explica. "Así que vendí mi apartamento y me mudé a este. Llevo aquí 22 años."

Valentina bromea amablemente con ella. De vez en cuando, pone la mano en el hombro de Tamara. La anciana se relaja y empieza a reírse. El intercambio no dura mucho, tal vez quince minutos, pero es suficiente. Valentina ha disuelto el silencio que se adueña de todo cuando la antigua profesora está sola.

En un edificio cercano, Raisa Mikhailovna, de 76 años de edad, espera en la escalera, firmemente apoyada en su bastón. "Quiero bajar a recibirla", sonríe.

El esposo de Raisa, que murió hace diez años, era artista aficionado además de químico, y el apartamento está lleno de sus cuadros. Su hija, que vive en Estados Unidos, también pinta.

Pero de lo que quiere hablar Raisa es de su niñez, y sus pensamientos vuelven a las guerras de lo que era entonces la República Socialista Soviética de Ucrania.

"Mi madre, mi hermana y yo escapamos de nuestra región con los partisanos", recuerda Raisa, en referencia a la Segunda Guerra Mundial. "Estábamos cruzando un río congelado, pero yo me caí y me hice mucho daño en la espalda."

Al despedirse en la puerta, Valentina da un beso a la anciana y promete estar en contacto con ella al día siguiente.

"Si no puedo hacer una visita, siempre llamo", explica mientras bajamos por las escaleras sucias.

Hoy en día, se cuentan unos 3.200 enfermeros domiciliarios de la Cruz Roja en Ucrania. La labor es agotadora y, a menudo, triste. Ante la pregunta de cómo lo resiste, Valentina sonríe. "Llevo once años haciendo este trabajo. Mi esposo y mi familia son un gran apoyo, pero a veces es duro incluso hablar con ellos, porque estoy demasiado cansada."

En el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, algunos de nosotros trabajamos en zonas de guerra; otros, como Valentina, personifican de maneras distintas el sentido de humanidad que nos une a todos. Y tal vez sea importante recordar que no solo en los conflictos y después de ellos la Cruz Roja tiene mucho trabajo por hacer. El trabajo está dondequiera que haya personas solas, abandonadas, vulnerables y afligidas que necesiten nuestra atención.