Página archivada:puede contener información desactualizada

Víctimas del conflicto armado en Colombia: "¡Hablen por nosotros!"

23-06-2009 Reportaje

La campaña "Nuestro mundo. Tu acción" celebra el 150 aniversario del Movimiento de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, el 90 aniversario de la fundación de la Federación Internacional y el 60 aniversario de los Convenios de Ginebra de 1949. En el marco de esta campaña, el CICR ha encargado un estudio sobre las experiencias y opiniones de los civiles que viven en situaciones de conflicto armado y violencia en ocho países. Eros Bosisio, del CICR, coordina la investigación y describe a continuación sus experiencias en uno de esos ocho países: Colombia.

     

©CICR 
   
Eros Bosisio entrevista a una persona desplazada en la oficina del CICR en Florencia. 
         

El CICR publicará los resultados de este estudio en fechas señaladas de la campaña, entre junio y agosto. Este estudio aporta una información muy valiosa sobre cómo vive la gente el conflicto armado y sus consecuencias. Se han efectuado estudios similares en Afganistán, Líbano, Haití, Georgia, la República Democrática del Congo, Filipinas y Liberia.

El estudio es tanto cuantitativo (estadístico) como cualitativo (entrevistas personales y a grupos representativos). Este artículo ofrece una visión general del trabajo cualitativo ll evado a cabo en Colombia.

 

    Nota: Como medida de protección, se han cambiado los nombres de algunas de las personas entrevistadas en este artículo..

       

       
©CICR 
   
Myriam Ortiz entrevista a una enfermera en el hospital principal de Puerto Asís, Putumayo. 
         

Hace poco, pasé tres semanas en Colombia, recabando testimonios de primera mano de los civiles afectados directamente por la violencia y el conflicto en ese país, en el marco de una campaña organizada con motivo del 150 aniversario de la Cruz Roja y del 60 aniversario de los Convenios de Ginebra. Para ello he contado con la colaboración de Myriam Ortiz, una consultora privada de Bogotá.

Para realizar el estudio, seleccionamos y entrevistamos a personas afectadas directamente por el conflicto armado, bien en grupos representativos, o mediante entrevistas individuales en profundidad. Nos centramos fundamentalmente en los desplazados internos, las familias separadas, las víctimas de las minas antipersonal y el personal de socorro (entre otros, el personal sanitario). Las entrevistas hacían referencia a sus necesidades y preocupaciones, sus expectativas, el significado que tenía para ellos la labor humanitaria, las leyes de la guerra (cómo se deben comportar los combatientes durante un conflicto armado, la eficacia de los Convenios de Ginebra, etc.), la percepción general de las organizaciones humanitarias y el respeto al personal y los servicios sanitarios.

El objetivo de este proyecto de investigación es hacer oír la voz de los más vulnerables y poner de manifiesto la difícil situación de los civiles que viven en situaciones de conflicto armado y violencia.

      Las largas secuelas del conflicto
 

El conflicto de Colombia data de hace más de 45 años.

“Para entender esta situación hay que vivirla. Es cruel y absurda, un calvario irracional que causa un sufrimiento indecible” afirma Laura, una desplazada de Florencia.

La mayoría de las personas con las que hemos hablado han vivido experiencias difíciles, incluso traumáticas. Están marcadas por el conflicto, como quedó patente durante las entrevistas. El daño sufrido no sólo era físico (algunos de los entrevistados eran víctimas de las minas), sino también psicológico. “Aún me cuesta dormir y, en ocasiones, siento que me estoy volviendo loco”, declara Sergio, que se tuvo que desplazar con todos los miembros de su numerosa familia a la capital, donde lleva viviendo más de cinco años. Apoya la cabeza entre las manos y respira profundamente entre las frases. “Es algo que no puedo superar solo porque no le veo solución. Por culpa del conflicto, me parece prácticamente imposible regresar a mi lugar de origen” afirma, y señala que el apoyo psicológico es tan importante como el apoyo médico o de otro tipo.

Lo mismo opina Alan, un niño de 15 años de Villavicencio, cuyo padre estuvo cautivo más de siete años. Sólo tenía ocho años cuando se lo llevaron. “Cuando más lo necesitaba” dice Alan. “Este conflicto es traumático. Te cambia la forma de ser. Durante esos largos años, recibí apoyo psicológico y moral. Eso me ayudó mucho”.

      La dura realidad de las personas desplazadas  

Algunos de los desplazados más recientes que entrevistamos apenas podían contener las lágrimas. Lo mismo les ocurría a los que llevaban más tiempo desplazados cuando reflexionaban sobre su situación actual. La mayoría llevan años viviendo en los barrios más pobres de diversas ciudades, donde las condiciones de vida son muy duras. “La zona en la que vivimos ahora es muy insegura” explica María, que se ha tenido que desplazar en tres ocasiones, y cuyo esposo murió asesinado. “Tengo miedo y me preocupa que mis hijos crezcan en este entorno”. Es importante inculcarles valores básicos, como la tolerancia, la solidaridad y el respeto hacia los demás, ya que existe un gran antagonismo racial e indiferencia social”.

     
 
   
A José se le saltan las lágrimas cuando piensa que sus dos hijos viven “a pan y agua”. “Antes de venir aquí llevábamos una vida sencilla. Cultivábamos bananas, mandioca y maíz. Nunca faltaba comida”.

    Según un estudio llevado a cabo a finales de 2007 por el CICR y el Programa Mundial de Alimentos, los millones de desplazados por el conflicto armado están entre los más pobres de Colombia. El estudio revela que, entre el 25 y el 52% de los niños que viven en familias desplazadas hacen menos de tres comidas al día porque sus familias no tienen suficiente dinero para comprar comida, y añade que muchas familias viven en la extrema pobreza y la mayoría sufren un mayor grado de pobreza estructural que las demás familias. 
           
 

Algunos de los desplazados más recientes que entrevistamos apenas podían contener las lágrimas. Lo mismo les ocurría a los que llevaba n más tiempo desplazados cuando reflexionaban sobre su situación actual. La mayoría llevan años viviendo en los barrios más pobres de diversas ciudades, donde las condiciones de vida son muy duras. “La zona en la que vivimos ahora es muy insegura” explica María, que se ha tenido que desplazar en tres ocasiones, y cuyo esposo murió asesinado. “Tengo miedo y me preocupa que mis hijos crezcan en este entorno”. Es importante inculcarles valores básicos, como la tolerancia, la solidaridad y el respeto hacia los demás, ya que existe un gran antagonismo racial e indiferencia social”.

“Yo sólo aspiraba a cultivar mi trocito de tierra y vivir de sus frutos. Sin embargo, hoy se me tilda de “desplazado”. Este calificativo constituye un estigma y una humillación continua”, explica Jorge, un campesino recientemente desplazado. Tomó la decisión de mudarse a Medellín cuando mataron a su hermano, por miedo a que le ocurriese lo mismo. “Nunca me podré adaptar a la ciudad después de haber vivido en el campo. La ciudad es muy dura, no es mi mundo. Perdí todo lo que mi familia y yo tardamos años en construir. Aquí en la ciudad no tengo nada. Es algo que nunca pensé que me sucedería”.

Para la población civil, los desplazamientos forzosos son una de las consecuencias más graves del conflicto. Millones de colombianos han tenido que cambiar sus hogares, sus tierras, sus cultivos, su ganado y su forma de vida tradicional por la frialdad y la hostilidad de las grandes ciudades en las que acaban viviendo, donde la solidaridad a la que están acostumbrados suele brillar por su ausencia.

Cuando los desplazados llegan a “la ciudad” suelen sentirse completamente perdidos. Según nos han contado, necesitarían más información del Gobierno y las organizaciones humanitarias que les ayudan, ya que algunos ni siquiera saben que pueden acudir a ellas en busca de apoyo.

Alejandro piensa en la vida tan dura que ha tenido y dice “como n o tengo formación, no tengo ninguna posibilidad de encontrar trabajo. Es una tragedia. Mi familia está sufriendo y nuestra situación me llena de tristeza”. Muchos de los cabezas de familia desplazados a los que entrevistamos tienen sólo una formación elemental, lo que dificulta que estas familias obtengan suficientes ingresos en un entorno urbano cada vez más exigente.

 
   
        Víctimas de las minas
   

  El conflicto ha cambiado radicalmente la vida de muchos de los entrevistados, desplazados y víctimas de las minas. “He tenido que reconducir mi vida” declara Felipe, víctima de una mina. “Antes me gustaba mucho leer y quería estudiar, pero el accidente lo cambió todo”. El padre de Felipe murió recientemente por el sentimiento de culpa, ya que fue él quien le había mandado a buscar leña a unos cientos de metros de su aldea cuando pisó una mina. Ahora Felipe vive con su mujer y su hijo pequeño en una habitación minúscula sin ventanas, en un alojamiento temporal de Bogotá.    
 
   
Varias décadas de conflicto armado en Colombia han tenido graves consecuencias humanitarias desde el punto de vista de la contaminación por armas. Miles de personas, sus familias y sus comunidades, han sufrido y siguen sufriendo física, psicológica y socioeconómicamente como consecuencia del empleo indiscriminado de minas terrestres antipersonal. La presencia de estos artefactos explosivos también provoca desplazamientos, impide el regreso de los desplazados e inutiliza las tierras cultivables. 
               
     

Distinción: una norma básica

Todos los entrevistados se pronunciaron muy claramente sobre la cuestión de la participación de los civiles en el conflicto. Nos pidieron que transmitiéramos el siguiente mensaje en su nombre: los civiles como ellos deben ser respetados y no se les debe involucrar en el conflicto. “Ustedes, como organización, tienen una mayor repercusión” explicaron. “Hablen por nosotros”. También coincidieron en que los civiles merecen más seguridad y una protección mejor en época de conflicto armado.

“Nosotros somos quienes más sufrimos” afirma Vicencio, que se tuvo que desplazar a Bogotá con toda su familia. “Hay normas y leyes que protegen a los civiles, el problema es que no se respetan. Los conflictos deberían ser sólo para quienes tienen armas. Nosotros no las tenemos y no deberíamos estar involucrados. Muchos de nosotros ya ni sabemos el porqué del conflicto. No tenemos nada que ver con él”.

Hemos hablado con personas que tienen miedo a ser identificadas con uno u otro bando del conflicto. Han recibido amenazas y están sometidos a una enorme presión para que se involucren en el conflicto. Por eso, muchos de ellos decidieron abandonar sus hogares y sufrir el estigma del desplazamiento. Este miedo a ser identificados con uno de los bandos es palpable en gran parte del país.

Cuando se les pidió que dieran algún ejemplo de obra humanitaria de algún ciudadano de a pie, muchos esgrimieron el miedo como uno de los principales obstáculos. Naira, una enfermera de Puerto Asís, en Putumayo, lo explicaba así: ”Si alguien ayuda a una persona necesitada, automáticamente se da por hecho que simpatiza con uno u otro bando y se le asocia a un grupo determinado. Por este motivo mucha gente prefiere no hace r obras humanitarias”.

   

Personal y servicios sanitarios

Todos los entrevistados coincidieron en que el personal y los servicios sanitarios (como las ambulancias) deben ser respetados, y que, en un conflicto, todos los heridos y enfermos merecen atención, tanto “amigos como enemigos”, ya que todos ellos son “seres humanos”.

     
©CICR 
   
Eros Bosisio con John Alex, un voluntario de la Cruz Roja Colombiana, en la oficina de la delegación regional de la CRC en Caquetá, Florencia. 
         

Para conocer la opinión de aquellos que ayudan a las víctimas del conflicto armado, hemos realizado algunas entrevistas entre el personal sanitario y los voluntarios de la Cruz Roja Colombiana. “El emblema de la Cruz Roja nos permite trabajar” sostiene un voluntario. “Ganarnos la confianza de las diferentes partes implicadas nos llevó mucho tiempo. Esta confianza es fundamental porque nos garantiza el acceso a las víctimas y nos da la oportunidad de ayudarlas. Y esto no se consigue de la noche a la mañana”, explica John Alex, un abnegad o voluntario de la sección regional de la Cruz Roja Colombiana de Caquetá, en Florencia.

Cuando se le pidió que transmitiera un mensaje a los civiles que viven en una zona de conflicto, el voluntario citado en primer lugar destacó: “Que sepan que hay alguien dispuesto a ayudarles”. Fernando, que hace poco resultó herido por una mina antipersonal mientras trabajaba en el campo cerca de su granja, coincide con él. “El personal médico debería estar ahí para ayudar” sostiene. “Es fundamental que se les respete para que puedan salvar vidas. A mí me salvaron”. La historia de Fernando es especialmente dramática: sus dos hermanos también fueron víctimas de las minas. Uno de ellos resultó herido cuando acudía en ayuda de otro hermano que acababa de pisar una mina.

Everet es un abnegado voluntario de 34 años de la Cruz Roja Colombiana. Entró en la Sociedad Nacional con 18 años y, desde hace muchos años, trabaja en una de las zonas de mayor intensidad del conflicto, cerca de la ciudad de Villavicencio. “Cuando llegamos en ambulancia para rescatar a un herido, sólo el ver al personal sanitario parece que les calma el dolor. Se sienten aliviados. Yo diría que el emblema de la Cruz Roja es la primera ayuda psicológica que prestamos, la primera inyección de esperanza. Lo vemos reflejado en el rostro de la persona, vemos cómo se transforma y recupera su expresión habitual”.

El CICR en Colombia ayuda a las personas desplazadas por el conflicto armado y las víctimas de las minas antipersonal, visita a las personas recluidas en relación con el conflicto armado en centros de detención estatales, actúa como intermediario neutral en la liberación de rehenes y ayuda a esclarecer la suerte que han corrido las personas desaparecidas.