La política de separar la política de lo humanitario

31-03-1999 Artículo, Revista Internacional de la Cruz Roja, por Daniel Warner

  Resumen: El autor constata que los actores políticos en la escena internacional prestan cada vez más interés a "lo humanitario" y, en particular, a lo que se ha convenido en llamar "el espacio humanitario", un espacio que, aparentemente, está claramente separado de "la política". ¿Se justifica esta distinción entre lo humanitario (que es "bueno") y la política (que es "mala")? Por una parte, es prácticamente imposible llevar a cabo una actividad humanitaria sin enfrentar problemas eminentemente políticos. Por otra, a la vez que pone de relieve el papel de las organizaciones humanitarias - prestar protección y asistencia a las víctimas de conflictos -, el autor recuerda los límites de sus actividades. Deplora que la atención del público y de los medios políticos por la acción humanitaria debilite la voluntad de ocuparse de las causas del conflicto. En consecuencia, hay que revisar el postulado de la separación rígida entre lo humanitario y la política.  

 
 

  "Para vivir éticamente, tenemos que pensar y actuar políticamente." [1]
 

  "Lo humanitario y la política deben conservar la dinámica propia de cada uno para no comprometer la neutralidad y la imparcialidad de la acción ..." [2]
 

  "Pese a llevarse a cabo en circunstancias muy politizadas, la acción humanitaria no debe ser política." [3]  

 
 
En los últimos tiempos se ha presentado un auge de los " asuntos humanitarios " . Sea en los presupuestos de las organizaciones especializadas en cuestiones humanitarias [4 ] , en la denominación de conflictos como crisis humanitarias, en el interés por la acción humanitaria, o incluso en la creación del cargo de subsecretario general de las Naciones Unidas en la nueva Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios, no cabe duda de que la palabra " humanitario " aparece claramente hoy como término descriptivo para ciertos acontecimientos y actividades. A primera vista, esto parece ser una novedad favorable. El interés por los " asuntos humanitarios " - al igual que el interés por los derechos humanos- parece indicar un movimiento progresista hacia una mayor atención por los individuos y su seguridad personal. Como en lo relativo a la maternidad y al pastel de manzana, la mayor atención por los " asuntos humanitarios " es algo a lo cual nadie debe oponerse.
 

En efecto, la palabra " humanitario "  ha pasado a asociarse con todo lo que es humano y positivo. Como los derechos humanos [5 ] , implica la ayuda a los necesitados. En el caso específico del humanitarismo, para distinguirlo de los derechos humanos, esta necesidad se refiere a la de las víctimas. La acción humanitaria puede implicar, por ejemplo, ayudar a víctimas de desastres naturales, como en las recientes operaciones en Centroamérica. Pero nuestro interés aquí es más específicamente la ayuda a las víctimas en situación de conflicto armado. Es importante recordar que el derecho internacional humanitario abarca las leyes de la guerra. Así pues, el humanitarismo en el que nos centramos aquí está específicamente relacionado con la violencia. Sin la guerra no habría derecho humanitario; sin la guerra no habría un espacio humanitario.
 

¿Cuál es la relación entre este espacio humanitario y la guerra? Si aceptamos que la guerra y la violencia son extensiones de la política, entendemos entonces la descripción tradicional del espacio humanitario como un terreno separado de la política y vemos que esta separación es un concepto ideológico crítico, fundamental para organizaciones como el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). La imparcialidad, la neutralidad y la independencia dependen de que exista la separación entre lo humanitario y la política. Se actúa en el espacio humanitario en medio de la política, pero separado de ella. En este sentido, el derecho humanitario constituye un faro de esperanza, de orden y de civilidad en medio de la barbarie de la violencia y del caos. El hecho mismo de que pueda haber derecho humanitario en una situación como la guerra es considerado como uno de los logros máximos de la historia reciente. Contar con reglas en medio de la suspensión de las normas aceptadas cristaliza los esfuerzos del hombre para superar sus instintos primarios.
 

Un mayor interés por los asuntos humanitarios constituye, al parecer, una apertura importante de espacio para los valores humanos y, a la vez, un cierre o una limitación de espacio para otras actividades menos benignas. La ampliación del espacio humanitario tiene implicaciones inherentes para el ámbito político y para la relación entre estas dos esferas. Parece evidente que el existente espacio no puede expandirse eternamente. Así pues, si se aumenta el espacio de lo humanitario, o por lo menos se concretiza, habrá menos espacio para la política y la violencia. La separación entre lo humanitario y la política tiene implicaciones para la ocupación de un área limitada. Una vez más, ¿quién podría oponerse a la expansión del espacio humanitario y a la limitación del espacio para la política y la violencia?

A fin de reexaminar esta posición y de demostrar por qué cabría oponerse a la extensión del espacio humanitario, es necesario volver a la premisa fundamental sobre la que se basan los argumentos anteriores. La separación de lo humanitario de la política tiene una larga tradición en el pensamiento político occidental y se basa en supuestos fundamentales sobre quiénes somos y cómo vivimos [6 ] . De Tucídides a Hobbes, de Maquiavelo a Weber, Niebuhr, Morgenthau y Kissinger, ha existido una tradición política realista con profundos tonos religiosos subyacentes e importantes ramificaciones políticas [7 ] . La base de esta tradición, presentada quizás de la mejor manera en la teología de San Agustín, es la noción del mundo caído y la separación entre ese mundo caído y la Ciudad de Dios [8 ] . Según la tradición, con la caída del mundo, el hombre ha quedado limitado en lo que puede conseguir sin la asistencia divina. Por consiguiente, cualquier acción humana sin intervención divina estará limitada en su alcance y absorbida por las necesariamente " sucias " cuestiones de lo que inherentemente está mancillado y es malévolo [9 ] .
 

En otras palabras, según la tradición realista, la política tiene que ser sucia. Decisiones como el bombardeo de Dresde con bombas incendiarias y las bombas atómicas lanzada sobre Nagasaki e Hiroshima son ejemplos típicos de lo que deben hacer los políticos. Los estudiosos de la ética analizan estos casos bajo el título de " el problema de las manos sucias " [10 ] . Cualquier acción política en este mundo, afirma el realismo, estará irremediablemente manchada ya que el mismo escenario en que se toma la acción está mancillado.

Y, según esta visión del mundo, en este mundo decadente, el humanitarismo pasa a ser una minúscula apertura posible que debe mantenerse separada de la política, ya que en el humanitarismo, a diferencia de en la política, no están implicados el poder o intereses nacionales. El humanitarismo es un espacio que, aunque no sea divino, está separado de los asuntos " sucios " del mundo caído. Por otra parte, mientra s mayor sea el interés en los asuntos humanitarios y mayor sea el espacio que éste ocupa, menor será el espacio para la política, dado el juego de suma nula que mencionamos antes. Como señalaba Adam Roberts en otro contexto pero reflejando esta línea de razonamiento: " El aumento de los esfuerzos humanitarios en el decenio de 1990 contenía muchos elementos de idealismo, especialmente la esperanza de que ello fuera parte de un proceso más amplio en el que la soberanía de los Estados sería secundaria respecto de los derechos humanos de los ciudadanos " [11 ] .
 

Todo esto parece bastante obvio y está comprendido en las suposiciones de la mayoría de los escritos sobre la separación entre la política y lo humanitario. Basta con leer libros como Humanitarianism under siege: A critical review of Operation Lifeline Sudan de Larry Minear y varios colegas o Humanitarian politics de Larry Minear y Thomas Weiss, para sentir la vehemente determinación de los autores de erradicar la ola de incursión de la política en el espacio humanitario [12 ] . La separación entre lo humanitario y la política es sacrosanta; la tradición realista subyace en casi todos los escritos sobre la división entre lo humanitario y la política. E, incluso si uno se escuda en nociones simplistas que estereotipan los organismos de ayuda como no políticos, le presentan argumentos rudimentarios sobre cómo y por qué lo humanitario participa en la política, como los siguientes:
 

En la realidad, los actores humanitarios participan mucho en la esfera política. Para realizar su labor, el personal de asistencia y de verificación del respeto por los derechos humanos requiere la autorización de las autoridades políticas, lo cual incluye visas de ingreso al país, así como visas y permisos de residencia. Los programas de socorros necesitan exenciones de aduanas para sus suministros, permisos para cambiar divisa s extranjeras y autorizaciones para comunicarse regular y libremente con sus respectivas sedes. Y algo que es particularmente esencial - aunque a la vez especialmente delicado- en tiempos de conflicto armado para los organismos de ayuda: necesitan acceso a las poblaciones afectadas [13 ] .
 

Pero, ¿qué pasaría si comenzáramos a partir de suposiciones no realistas? Es decir, ¿qué pasaría si comenzáramos a partir de la suposición de que este mundo no está mancillado y que la política no existe en un entorno manchado? En otras palabras, ¿qué tal si comenzáramos a partir de la suposición de que la política no es inherentemente perversa y de que lo humanitario no debe (no puede) separarse de la política? O, más concretamente, ¿qué pasaría si examináramos la noción de que separar la política de lo humanitario es una maniobra muy política y que el realismo tiene su propia política?

Es este un argumento que ha sido esgrimido por cada vez más académicos, en primer lugar, en términos filosóficos y, luego, en términos prácticos. Gran parte de la investigación postestructuralista actual en relaciones internacionales ha atacado el realismo, poniendo de relieve que es una manera muy particular de mirar el mundo que se formó en un momento determinado para un propósito particular [14 ] . Las relecturas de muchos de los cánones en las relaciones internacionales, tales como los trabajos de Hobbes [15 ] y Maquiavelo [16 ] han abierto nuevas posibilidades en muchas áreas, pero la separación entre lo humanitario y la política no ha sido aún adecuadamente problematizada [17 ] .

A fin de contribuir a un replanteamiento de esa separación, quisiera proponer algunas de las razones por las que ha habido un incremento del interés por los asuntos humanitarios. En vez de la lectura positiva que presenté al comienzo de este artículo en términos de aumento del interés por la seguridad personal, quisiera proponer que el reciente aumento del interés por los asuntos humanitarios es una renuncia a la responsabilidad por parte de quienes están en el poder. Es decir, que en lugar de admitir que las guerras civiles o las irrupciones de violencia como las situaciones en la región africana de los Grandes Lagos, en Sudán, en Afganistán y en Chechenia son actividades muy políticas, estos levantamientos son catalogados como crisis humanitarias para evitar tomar decisiones difíciles sobre la acción que ha de emprenderse. Se envía a esos sitios a organizaciones como el CICR o la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) para que manejen las crisis en operaciones paliativas, cual vendita adhesiva, que eluden las causas profundas del problema y, a menudo, dan lugar a situaciones en que hay que ser inflexibles, como cuando se trata con guerrilleros en campos de refugiados. 
 

Las organizaciones humanitarias no están equipadas para manejar crisis políticas como las guerras civiles o el colapso de gobiernos. Dada la falta de voluntad o de capacidad de órganos " políticos " como la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para enfrentar estas situaciones, la jugada política ha sido denominar estas situaciones " humanitarias " y hacer participar a las organizaciones de socorros en las crisis políticas [18 ] . En efecto, como señala Roberts, " Muchas resoluciones del Consejo de Seguridad desde 1989 han tratado asuntos humanitarios resultantes de conflictos armados [... ] Una de las razones que explican la sorprendente atención dada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a las cuestiones humanitarias es que, en un organismo de 15 miembros, es más fácil ponerse de acuerdo sobre el mínimo común denominador de lo humanitario que sobre políticas más proselitistas o arriesgadas [19 ] .
 

En este vacío de políticas, el espacio humanitario otorgado a esas organizaciones es inherentemente limitado, ya que, gracias a la renuncia de responsabilidad, puede n emprenderse al mismo tiempo varias actividades combinadas. Las innumerables discusiones sobre las diferencias entre consolidar la paz, establecer la paz y tomar medidas coercitivas para que se mantenga la paz ponen de relieve la desafortunada situación en que se encuentran hoy organizaciones como el CICR cuando no se define claramente su espacio humanitario. Las emergencias complejas requieren respuestas igualmente complejas, en las que el papel de la comunidad humanitaria es limitado. Tradicionalmente, el espacio humanitario ha sido un espacio limitado al interior de parámetros definidos. Si esos parámetros desaparecen o no están muy claros, el espacio humanitario no se expande automáticamente. De hecho, sin los parámetros, ese espacio se hace más difuso y puede incluso desaparecer. Parte del reexamen de la separación entre lo humanitario y la política consiste en reexaminar la suposición de suma nula planteada en la teoría del juego según la cual el crecimiento del espacio humanitario limita el espacio de la política / la violencia.

Por ejemplo, si se examina mucha parte de la literatura actual sobre emergencias complejas, como sostiene Jenny Edkins [20 ] , se entra en análisis sistémicos sobre las relaciones entre violaciones a los derechos humanos y violencia. Es decir, se entra en argumentos monocausales que llevan a ciertos teóricos de las emergencias complejas a dar a entender que la ayuda puede, de hecho, permitir el surgimiento de la hambruna, si no es que la provoca. Sin entrar en los detalles del planteamiento, lo que queremos enfatizar aquí es que los intentos de sistematizar las causas del conflicto conducen a menudo a dicotomías similares a las del paradigma del realismo que señalamos arriba. Y una organización como el CICR, que parte de una serie de principios basados en muchas de esas dicotomías, puede encontrarse en situaciones en las que sus esfuerzos son contraproducentes para quienes está tratando de ayudar. En este sentido, defender los principios humanitarios es una acción política que puede menoscabar las bases éticas de las actividades de la organización.
 

Es decir, al aceptar la separación entre lo humanitario y la política y al aceptar mandatos para la realización de operaciones denominadas " humanitarias " , organizaciones como el CICR pueden, de hecho, estar trabajando en contra de sus propios objetivos. Paradójicamente, una conclusión práctica de la situación que hemos descrito es que puede ser necesario limitar el espacio humanitario y reducir las actividades humanitarias. Nuestro argumento es que si se atacan adecuadamente las causas profundas de los conflictos y se desarrolla la " capacidad de respuesta " [21 ] , cuando surjan los conflictos las funciones de las organizaciones humanitarias serán limitadas [22 ] .
 

Por ejemplo, para una organización como el ACNUR, participar en el alivio de las causas profundas implica ir más allá de su principal función protectora. El hecho de que las causas profundas políticas y económicas no estén siendo atacadas por los órganos adecuados no justifica la expansión del espacio humanitario. Como hemos sostenido, extender el espacio humanitario puede hacer que éste desaparezca, no que se expanda. En efecto, en el caso del ACNUR, por ejemplo, aumentar el espacio humanitario suscita ilusiones irrealizables a causa de las considerables diferencias entre las expectativas y las capacidades y puede resultar contraproducente para la ayuda a las víctimas. De hecho, tras un período importante de expansión, el ACNUR ha comenzado a reducir su espacio y a volver a su objetivo primario, es decir, la protección, quizá reconociendo indirectamente que, a través de su extralimitación burocrática, se había vuelto una víctima de su propio éxito.
 

La expansión del espacio humanitario, sostendríamos nosotros, no ha sido de ayuda. Aunque esto contradiga la intuición, hemos intentado demostrar por qué ocurre. La acción política de centrar la atenci ón en lo humanitario ha hecho que se retire la atención de la política existente en el centro de los conflictos y que las organizaciones apropiadas hayan esquivado su responsabilidad en la toma de algún tipo de resolución. Para una organización siempre es difícil negarse a cumplir un mandato o afirmar que un problema particular no es de su incumbencia. El CICR ha tratado valientemente de mantenerse dentro de sus principios fundamentales y de mantenerse fiel a sus limitaciones. No obstante, el aumento general de la actividad humanitaria ha llevado al CICR a situaciones en que su limitado y específico mandato ha sido puesto en tela de juicio. Ese limitado papel no es el tema de esta reflexión. Lo que nos interesa aquí es más bien el problema original de cuándo y dónde se retiran las organizaciones humanitarias. Esperamos la llegada del día en que los directores de las organizaciones humanitarias devuelvan la pelota al campo de los órganos políticos apropiados en un gesto político de abnegación que, en nuestra opinión, será de ayuda a las víctimas de los abusos.
 

Son esas las " decisiones políticas preoriginales " que constituyen una firme negación de la tradición del realismo. Porque si este mundo no ha " caído " , entonces la ética puede existir, aunque las decisiones no necesariamente estarán basadas en algunos principios petulantes y tradiciones grabadas en piedra. Reconocer que lo ético y lo político no pueden separarse es reconocer las dificultades inherentes a la vida en este mundo [23 ] . Gran parte de lo que se ha escrito sobre humanitarismo está impregnado de un peligroso idealismo de dimensiones ultramundanas. Aunque gente como Robert McNamara puede ser criticada por ordenar bombardeos de lunes a sábado y luego ir pacíficamente a la iglesia el domingo, los idealistas pueden trabajar en el mismo mundo " caído " de lunes a sábado e ir a la misma iglesia el domingo, pues ellos viven en un mundo realista similar. El idealismo y el realismo son dos caras dife rentes de la misma moneda. Si queremos alejarnos de los bombardeos, tenemos igualmente que alejarnos del idealismo. La separación entre lo humanitario y la política es parte de un mundo en que ambos tienen su lugar específico a través de una relación muy particular. Reducir la separación entre ambos abre toda una multitud de nuevas posibilidades.

Una vez más, y para ser perfectamente claros, este razonamiento no pretende negar el interés por las víctimas o la dificultad de las decisiones éticas / políticas inherentes al intento de ayudar. Su finalidad es, más bien, iniciar un nuevo debate sobre las adecuadas relaciones entre las personas categorizadas como víctimas y la gente o las organizaciones que tratan de ayudarlas. La categorización de ciertas actividades como humanitarias y de otras como políticas y la radical separación entre ellas no ha sido muy benéfica para la resolución de los conflictos ni para la ayuda eventual focalizada en las víctimas. Entender la índole ontológica de esas categorías y las acciones políticas emprendidas para separar las dos esferas constituiría un pequeño paso para repensar esa categorización.
 

Por ejemplo, las preguntas que enfrenta el CICR en sus operaciones, tales como: " ¿Debe brindarse ayuda a poblaciones que están sea apoyando a los agresores sea en incapacidad de evitar que la ayuda llegue a los agresores?, están íntimamente relacionadas con las realidades políticas. Ayudar a las víctimas en estas situaciones contradice la imparcialidad y la neutralidad de las visitas a los prisioneros, por ejemplo; pero, una vez más, escoger no dar testimonio sobre las violaciones a los derechos humanos coloca la política en el primer plano. La decisión de no pronunciarse sobre las violaciones a los derechos humanos es una decisión muy política, dada la existencia de convenios jurídicos que proscriben ciertos comportamientos.
 

Este tipo de decisiones operacionales muestran las limitaciones de l a separación entre la política y las actividades humanitarias. Teniendo en cuenta el creciente número de esas actividades, sería beneficioso para todos una mayor transparencia en la discusión de la índole de esas actividades. Para lograr esto, reconocer la política que hay detrás de la separación entre la política y lo humanitario es un primer paso que debe incluir un reexamen de lo que puede significar lo humanitario. Porque reexaminar la separación entre la política y lo humanitario no implica que no haya espacio para las actividades humanitarias. Se trata, más bien, de colocar lo humanitario claramente dentro de la esfera política y, al hacerlo, ofrecer mayores posibilidades no sólo a las víctimas, sino, en últimas, a una reducción del número de víctimas. Para hacerlo, hay que fortalecer políticamente el humanitarismo. Y, paradójicamente, este fortalecimiento incluye la implosión de la separación entre la política y lo humanitario y, en últimas, la restricción de las actividades humanitarias.
 
 

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  Daniel Warner   es director adjunto de Relaciones Externas y Programas Especiales del Instituto de Altos Estudios Internacionales, Ginebra, Suiza. El autor expresa sus agradecimientos a David Campbell, Adam Roberts y Roberto Toscano por sus comentarios sobre los primeros borradores de este artículo.  

  Notas  

 
1. Melissa Orlie, Living ethically, acting politically , Cornell University Press, Ithaca, 1997, p. 169, citada en David Campbell, " Why fight : Humanitarism, principles and post-structuralism " , Milleannium: Journal of International Studies , Vol. 27, No 3, 1998, p. 519.

2. Cornelio Sommaruga, Presidente del CICR, Declaración en la Asamblea General de las Naciones Unidas, 20 de noviembre de 1992, RICR , No 115, enero-febrero de 1993, p. 53. Esta opinión fue recientemente reiterada cuando el Presidente afirmó: " el CICR ha abogado por el establecimiento de espacios humanitarios, poniendo así de relieve la necesidad de dejar un espacio, en situaciones de conflicto, para la acción humanitaria independiente " , RICR, No 140, marzo-abril de 1997, p. 189.

3. Larry Minear and Thomas G. Weiss, Humanitarian politics , Headline Series, Foreign Policy Association, No 304, abril de 1995, p. 17.

4. Por ejemplo, el presupuesto del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados pasó de algo más de 500 millones de dólares estadounidenses en 1989 a más de mil millones de dólares estadounidenses en 1993 y en los años posteriores.

5. Para una discusión sobre los derechos humanos algo similar a la perspectiva de este artículo sobre el humanitarismo, véase, Daniel Warner, " An ethics of human rights: two interrelated misunderstandings " , Denver Journal of International Law and Policy , Vol. 24, No 2/3, Primavera de 1996, pp. 395-415.

6. Este aspecto lo he discutido brevemente en una reseña bibliográfica en Refugee Abstracts , Vol. 10, No 1, marzo de 1991, pp. 66-68.

7. Una muy interesante exposición reciente de la manifestación moderna del realismo es la que presenta Michael Joseph Smith en Realist thought from Weber to Kissinger , Louisiana State University Press, Baton Rouge, 1986.

8. Para un magnífico tratamiento de las ideas de San Agustín, véase William Connolly, The Augustinian imperative: A reflection on the politics of morality , Sage Publications, Newbury Park, 1993.

9. Muestra de ello es el título de la conferencia celebrada en Gran Bretaña en abril de 1998: " Principled aid in an unprincipled world " ( " Ayuda con principios en un mundo sin principios " ).

10. Véase Michael Walzer, " Political action: The problem of dirty hands " , Philosophy and Public Affairs , No 2, 1973, pp. 160-180.

11.  Adam Roberts, Humanitarian action in war:   Aid, protection and impartiality in a policy vacuum , documento Adelphi No 305, 1996, p. 7.

12.  " International ethics do matter, although politics inevitably influence the contents of humanitarism " . Véase Thomas Weiss y Larry Minear, " Do international ethics matter? Humanitarian politics in the Sudan " , Ethics & International Affairs , Vol. 5, 1991, p. 214.

13.  Larry Minear y Thomas G. Weiss, op. cit . nota 3, p. 13.

14.  En efecto, hay abundante literatura de académicos que han releído ciertos textos para tratar de demostrar que Tucídides, Hobbes, etc. no eran tan negativos sobre lo que veían en este mundo, y que el realismo moderno era parte de la posición religiosa y política específica de Estados Unidos y estaba relacionado con sus posiciones de política exterior en el siglo XX. Un buen ejemplo de lo último sería John Vásquez, The power of power politics: A critique , Frances Pinter, Londres, 1983.

15.   Véase Cornelia Navari, " Hobbes and the Hobbesian tradition in international thought " , Millenium: Journal of International Studies , Vol. 11, No. 3, 1982, pp. 203-211, o Richard Flatham, Thomas Hobbes: Skepticism, individuality and chastened politics , Sage Publications, Newbury Park, 1993.

16.  Véase R. B. J. Walker, " The prince and'the pauper': Tradition, modernity, and practice in the theory of international relations " , en James Der Derian y Michael J. Shapiro (ed.), International / intertextual relations: Postmodern readings of world politics , D. C. Heath and Co., Lexington, MA, 1989, pp. 25-48.

17.  Debe mencionarse en especial el Emerging Political Complexes Discussion Group en Inglaterra y el trabajo de David Campbell, op. cit. , nota 1. Véase, asimismo, el excelente artículo de Jenny Edkins, " Legality with a vengeance: Famines and humanitarian relief in'complex emergencies'" , Millenium: Journal of International Studies , Vol. 25, No 3, 1996, pp. 547-575.

18. Esta es una respuesta sencilla a la pregunta de Adam Roberts: " ¿Ha sido el creciente énfasis de los gobiernos en la acción humanitaria una abdicación de una seria elaboración de políticas? " Véase Roberts, op. cit . nota 11, p. 9.

  19. Ibíd . p. 15 (Traducción no oficial CICR, N. del T.).

20. Jenny Edkins, op. cit . nota 17.

21. Se entiende aquí la responsabilidad como la capacidad o la voluntad de responder, distinción que debo a G.M. Dillon.

22.  Hay aquí una interesante convergencia entre, por un lado, los conservadores, para quienes las actividades humanitarias son de poca utilidad y por ello quieren reducir los presupuestos de las organizaciones humanitarias y de todas las organizaciones multilaterales y, por otro, los que quieren reducir las actividades humanitarias y poner en primer plano la política mediante el fortalecimiento de los órganos políticos de diplomacia multilateral. El hecho de que ambas partes quieran reducir el humanitarismo no quiere decir que deban confundirse sus objetivos últimoso sus maneras de entender la política.

23. Este argumento está desarrollado por Daniel Warner in An ethic of responsibility in international relations , Lynne Rienner Publishers, Boulder and London, 1991.