De las 52 personas de la comunidad, 34 son niños, entre los que hay un recién nacido.
Como consecuencia del desplazamiento sus clases con profesores indígenas se han suspendido y debido a la falta de comida, algunos corren riesgo de desnutrición.
Construir estos asentamientos de madera les ha tomado tres meses. Gracias al apoyo suministrado por el CICR pueden evitar que se moje todo, pues la zona en la que se encuentran es una de las más lluviosas del mundo.
Algunas comunidades indígenas no están muy familiarizadas con el concepto del dinero.
Ahora deben tejer artesanías y buscar trabajo para poder comprar en la ciudad lo que necesitan. No es fácil, dicen ellos, porque no consiguen empleo.
Comer se les ha vuelto uno de los principales problemas porque no tienen sus cultivos, las tierras donde están no son cultivables y porque según ellos, los alimentos industriales de la ciudad les hacen daño.
En los momentos en que no están tejiendo o buscando dinero para comprar alimentos, esta comunidad indígena busca la forma de entretenerse. Los más pequeños trabajan la madera para inventarse juegos como este.
Tuvieron que caminar casi un día con lo poco que pudieron sacar tras ser amenazados por un grupo armado en diciembre de 2017. Seis meses después, la comunidad indígena embera uma, ubicada a las afueras de Quibdó (occidente de Colombia), se enfrenta a una realidad compleja.
No tienen mucho para comer (lo usual es comer una vez al día), no están familiarizados con el manejo del dinero y deben proteger a más de 30 niños de la desnutrición y las enfermedades.
En ese tiempo la inclemente lluvia chocoana hizo lo propio con ellos, y les mojó lo poco que tenían. En esta nueva vida tampoco tenían cómo recolectar agua y todo lo que bebían estaba contaminado, lo que les trajo enfermedades gastrointestinales.
Para mejorar su calidad de vida, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) recientemente apoyó a estas personas con un proyecto de agua y saneamiento y ahora, al menos, pueden tomar agua saludable.