Voces desde Ucrania: viviendas destruidas y largos trayectos para recibir atención médica
En los últimos seis meses, en toda Ucrania, miles de personas han perdido familiares, se han visto obligadas a huir de su hogar o necesitan atención médica urgente. A continuación, presentamos algunas de esas personas que hemos conocido. Fotos: Caitlin Kelly/CICR
Vera
En el camino a Mykolaiv, una ciudad ucraniana ubicada a dos horas de Odesa, reina un silencio inquietante. Las sirenas resuenan en los edificios vacíos, algunos, con enormes agujeros.
Se oye el estruendo lejano de las explosiones. Se ven personas que atraviesan la ciudad a paso lento, cargando bidones de plástico en busca de agua potable. Desde hace meses que la población no tiene agua corriente.
Vera viene rengueando a nuestro encuentro en un jardín sombroso. De fondo, el sonido del tráfico en el puente cercano y otros golpes y ruidos que se confunden fácilmente con bombardeos. Vera se aloja con sus сваха, término que en ucraniano designa la familia política de los hijos. En los últimos días, hemos visto cómo los familiares se unen y movilizan distintos recursos, dando seguridad y amor. Nos cuenta su historia clavando fija su mirada de penetrantes ojos azules.
"No quedaba nadie. Se fueron todos", dijo al describir su aldea.
Estaba cosechando hongos junto a otras tres babushkas ("abuelas") cuando empezó el ataque. Los fragmentos de metralla le lastimaron el pecho y el brazo.
Tras una operación de urgencia, hoy se recupera en Mykolaiv. Se ríe al mostrarme cómo el médico encontró la metralla pasándole un imán por el pecho. Su capacidad de ver la ridiculez y el absurdo en medio de todo me hace sonreír.
Dice que se siente más a salvo en Mykolaiv, pese al sonido constante de las sirenas.
"No tengo otro lugar donde quedarme. No puedo regresar porque no hay nada a lo que regresar. Arrasaron con todo."
Vera dice que utilizará el dinero que recibió a través de nuestro programa de subvenciones para comprar prendas de vestir básicas. Como la trajeron al hospital a las apuradas, no pudo llevarse nada. Señala el único calzado que tiene, unos zapatos que son más bien pantuflas.
Imagínese vivir toda su vida en un solo lugar y de pronto tener que irse. Sin saber adónde ir. Así me siento.
Vera
Tatyana
Tatyana y su familia esperaban el tren en la estación para trasladarse a un lugar seguro cuando se oyeron dos explosiones. En un primer momento, ella pensó en fuegos artificiales.
Sus nietos le llamaron la atención: "Abuela, mamá no mueve la cabeza". Tatyana intentó ayudar, pero tampoco no podía moverse. Tenía la pierna lastimada.
Las heridas de su hija eran aún más graves: se le había cortado una arteria, así que murió en el instante. Pasó los últimos minutos de su vida utilizando su cuerpo como escudo para proteger a sus dos hijos.
Tatyana llora durante toda nuestra conversación, que tiene lugar en un hospital en República de Moldova, pero aun así insiste en contar la historia de su familia. Tiene los músculos de la cara hundidos, señal de una profunda tristeza. A menudo, se le pierde la mirada –gesto típico del trauma– mientras tira de un hilo atado a la pierna, una especie de recurso improvisado para soportar sus heridas.
Tatyana debe someterse a una operación para volver a caminar por sus propios medios. Después, piensa viajar a Alemania para reunirse con sus nietos.
No puedo recuperar a mi hija. Pero tengo que seguir viviendo por mis cuatro nietos. Dos de ellos han perdido a su papá y a su mamá. Tengo que seguir viviendo por ellos.
Tatyana
Ludmila
Fuera del hospital, en República de Moldova, Ludmila se retira la mascarilla y se pone a fumar, como si buscara algo para calmar los nervios.
En los pasillos internos, avanza rápido en su silla de ruedas, saludando cada vez que pasa. Ludmila había perdido la pierna derecha mucho antes de los últimos enfrentamientos, y ahora la otra está en riesgo a causa del deterioro de su estado de salud y la falta de acceso a la atención médica.
Conversamos con ella en su nuevo hogar, una habitación de hospital. Pocas horas antes de nuestro encuentro, se enteró de que habían atacado la calle donde vivía, y me da la impresión de que cree que su casa fue alcanzada por el ataque. Se la ve afligida mientras revisa el celular de manera obsesiva a la espera de novedades, y entonces me doy cuenta de que ha llegado la hora de retirarme en silencio.
Valentina
En un edificio de departamentos en Serhiivka, los daños son enormes, a punto tal que ha quedado en pie solo la mitad de la construcción. Hay juguetes tirados por todo el piso. Unos hombres arrojan al costado del edificio los fragmentos de vidas allí vividas: muebles, trozos de revoque, ropa vieja... En medio de los escombros, se ve un libro cerrado, a la espera de que regresen a leerlo. Un gorro de Santa Claus de un rojo intenso se ha posado encima de la montaña de cascotes. Me pregunto si su dueño volverá a festejar una Navidad.
Valentina está sentada al aire libre, en el predio del sanatorio local. Un espacio reservado para el descanso hoy alberga a algunos de los sobrevivientes del ataque al edificio.
"Me desperté cerca de la medianoche con un mal presentimiento", recuerda.
Es una de las mujeres más expresivas que conozco; mueve los brazos en círculo al describir la noche del ataque. Su recuerdo del trauma es físico. Relata vívidamente el momento en el que estallaron las ventanas. Los vidrios le lastimaron las piernas y los brazos. Luego, tuvo un accidente cerebrovascular.
Estaba paralizada por el miedo. No dejaba de temblar y sudar.
Valentina
Se apura para llegar a su pequeña habitación en el sanatorio, donde nos muestra un tríptico que colgaba de su antigua pared. Es una de las pocas pertenencias que se mantiene intacta. Habla con cariño de su vecina fallecida, de quien se había hecho muy amiga, y cuenta, entre lágrimas, que espera poder hacerle un memorial.
Me dice que se siente más liviana tras conversar con nosotros. Quiere que el mundo conozca su historia.