Dejemos de poner a los trabajadores humanitarios en la mira

Artículo de opinión: Yasmine Praz Dessimoz, directora de Actividades Operacionales del CICR
En el marco de mi trabajo en el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), he enviado a colegas a trabajar en zonas de guerra. He esperado ansiosa que un equipo que debía cruzar líneas del frente hostiles llamara para confirmar que estaba a salvo. He acompañado a familiares en duelo en funerales que conmemoraban a quienes nunca volvieron a casa.
Por eso, cuando veo que los comentarios en línea se prestan a la pantomima política y menosprecian esta labor vital, acusan a los trabajadores humanitarios de tener una postura sesgada o cuestionan su integridad con discursos incendiarios, me siento obligada a responder. Estos ataques virtuales no recaen sobre instituciones anónimas, sino que están dirigidos a personas reales.
Los hombres y las mujeres que trabajan en el CICR y en otras organizaciones humanitarias hacen lo imposible para ayudar a las personas más vulnerables del planeta y, como parte de esa labor, aceptan el riesgo de ser capturados o quedar atrapados en el fuego cruzado. Entablan diálogo con grupos armados no porque aprueben su accionar, sino porque tal vez sea la única manera de llegar a las personas atrapadas tras las líneas del frente.
Todos los países del mundo han firmado los Convenios de Ginebra. Le han encomendado al CICR la labor de aliviar el sufrimiento de las personas en conflictos armados precisamente por la neutralidad y la imparcialidad de nuestra organización, que nos lleva a mantener una relación de confianza con todas las partes a fin de tener acceso a tantas personas vulnerables como sea posible. Sin embargo, el CICR ha sido el blanco de más y más acusaciones infundadas y de campañas organizadas para desacreditarlo. Puede que estos ataques parezcan justificados para sus autores. Entiendo que, en muchos casos, están motivados por el dolor, la ira y la insoportable sensación de que alguien debería estar haciendo más ante estas circunstancias. Pero cuando dejamos que la indignación reemplace los hechos y el entendimiento, distorsionamos el mismísimo sistema que construimos justamente para limitar el sufrimiento de las personas.
Quiero ser clara: cuando atacan la neutralidad del sistema humanitario y a los trabajadores que lo sostienen, no atacan al CICR en sí, sino que socavan la frágil confianza que posibilita que la población civil en zonas de guerra reciba los alimentos, el agua o la asistencia médica que necesita.
En 2024, el CICR visitó 678 lugares de detención para observar que más de 737.000 personas detenidas recibieran trato humano y para facilitar el contacto con sus seres queridos. Contribuimos a que cientos de personas, entre ellos 537 niños y niñas, se reencontraran con sus familiares. Más de 34 millones de personas tuvieron acceso a agua potable, y más de 3 millones recibieron asistencia alimentaria. El CICR prestó apoyo a 1.416 centros de salud en zonas afectadas por conflictos armados en todo el mundo, entre ellos, 125 centros de rehabilitación física que ayudan a los heridos a recuperarse y recobrar la dignidad después de sufrir traumas o heridas graves.
Detrás de esas cifras hay personas de carne y hueso. Tal es el caso de Majok, de Sudán del Sur, quien quedó separado de su familia en 2016 y pudo reencontrarse con su madre y su hermana en Cairo siete años más tarde gracias a los servicios de búsqueda del CICR. O el de Asif, un niño afgano que recibió una pierna ortopédica en nuestro centro de rehabilitación en Herat luego de sufrir heridas terribles tras una explosión de restos de municiones sin estallar, que además mató a su hermana y a tres de sus primos.
Mantener esa confianza con las partes para actuar a ambos lados de las líneas de un conflicto es lo que permite que historias como la de Majok y Asif se hagan realidad.
Los que nos critican eligen ignorar cómo ayudamos a mejorar la vida de estas personas y, en cambio, interpretan la acción humanitaria como una traición. Presentan datos de forma selectiva y fuera de contexto, lanzan ataques personales contra trabajadores humanitarios y cuestionan sus motivaciones, su competencia profesional y su brújula moral. Estos discursos emotivos explotan con astucia los algoritmos de redes sociales y pintan un panorama profundamente tergiversado: culpan a quienes lo arriesgan todo con el fin de aliviar el sufrimiento y hacen la vista gorda ante quienes lo provocan o perpetúan.
Hace poco, hubo quienes acusaron al CICR de “no hacer nada” por los rehenes israelíes capturados por Hamás. Esta acusación es falsa. Las relaciones de confianza que entablamos con todas las partes son la mismísima razón por la cual pudimos facilitar las liberaciones de rehenes y detenidos que tuvieron lugar en noviembre de 2023 y enero de 2025. Ese es el poder de la neutralidad; ese es el motivo por el cual hacemos este trabajo.
También son profundamente engañosas las acusaciones de que el CICR no intercede en favor de los rehenes. Desde el primer momento, hemos pedido una y otra vez la liberación inmediata e incondicional de todos los rehenes en Gaza y el acceso humanitario a ellos. Sin embargo, al igual que en otros conflictos en los que hemos recibido críticas similares, la realidad es que el CICR no tiene la facultad jurídica para forzar a los grupos armados a cumplir con sus obligaciones. A su vez, nos han criticado por no visitar a las personas detenidas en cárceles israelíes. Pero es que no podemos entrar a la fuerza a una cárcel ni a otros lugares de detención. Solo podemos solicitar una y otra vez que nos den acceso hasta que, conforme al derecho de la guerra, nos lo otorguen.
Es entendible querer que se haga más. También es entendible la frustración. Sin embargo, transformar esa frustración en ataques a uno de los pocos intermediarios con acceso a ambas partes no ayuda ni a los rehenes ni a los detenidos ni a sus familiares. Solo ayuda a quienes se benefician del caos, la discordia y el deterioro de las normas humanitarias.
Es legítimo examinar la labor de las organizaciones humanitarias; no estamos más allá de las críticas. Sin embargo, estas deben tener fundamentos y ser constructivas. Los discursos incendiarios que he visto últimamente, como los insultos personales hacia mis colegas, solo ponen en riesgo el acceso humanitario en el futuro.
La labor humanitaria a menudo ahonda en zonas grises que la mayoría de las personas nunca debe afrontar. Nos exige interactuar incluso con quienes llevan a cabo acciones deleznables. Si a alguien le importa el bienestar de civiles y rehenes, y el respeto por la dignidad en la guerra, no puede dejar de lado la importancia de proteger el espacio que hace posible la labor humanitaria neutral.
El CICR no es perfecto; ninguna institución humana lo es. Pero somos uno de los pocos mecanismos que quedan en el mundo para defender la humanidad en contextos de guerra. Al echar por tierra la neutralidad en nombre de la indignación, no solo perdemos una organización, perdemos la posibilidad de ayudar a quienes han perdido hasta la esperanza de recibir ayuda.