Sr. Chen Zhu, presidente de la Cruz Roja China,
WANG Rupeng, decano de la Academia Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja:
Buenas tardes.
Es un privilegio estar con ustedes hoy, y representar al CICR como socio de la Cruz Roja China y cofundador de la Academia Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. En nombre del Comité Internacional de la Cruz Roja, permítanme expresar mi agradecimiento y gratitud por hacer posible este momento de intercambio, aquí en el campus de la Universidad de Suzhou.
Me complace visitar China por primera vez en mi mandato como presidenta del CICR, para hacer un balance y reconocer las iniciativas multidimensionales que el CICR lleva adelante con China y reafirmar nuestro propósito de forjar una relación a largo plazo con la Cruz Roja China y su Academia.
Uno de los momentos más destacados de mi visita fue la participación en la entrega de las medallas Florence Nightingale, en homenaje a siete enfermeras chinas por su contribución ejemplar a los servicios humanitarios y de asistencia de salud.
Además, me ha sido grato inaugurar, en Beijing, una exposición fotográfica con motivo del 160°aniversario del CICR y del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. Las impactantes imágenes exhibidas demuestran para qué existimos y para quiénes trabajamos.
Distinguidos invitados, estimados colegas:
Vivimos en una época en la que se multiplican los desafíos a nivel mundial, lo que demuestra la profunda interconexión del mundo actual. Está llegando a la mayoría de edad una generación con una capacidad sin precedentes de conectarse, comunicarse y colaborar más allá de las fronteras. Se trata, además, de una generación cuya huella material tendrá una gran influencia en la dirección del desafío climático que todos enfrentamos en la actualidad.
La información llega más rápido que nunca, y la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo exponencial. Sin embargo, hay tensiones concretas que configuran las relaciones entre Estados que siguen siendo interdependientes pero que, de todos modos, sienten que sus principales intereses se ven comprometidos o amenazados.
Los países siempre han mantenido un equilibrio entre cooperación y competencia. Es normal intentar favorecer intereses y lograr más influencia. Históricamente, los Estados de todo el mundo han proyectado su poder militar en nombre de la paz: para mantener el statu quo o para disuadir a sus rivales.
Pero la historia que nos contamos a nosotros mismos también importa. Que la interdependencia fomente la prosperidad o que la competencia conduzca al conflicto, depende tanto de los acontecimientos que nos rodean como de la forma en que esos acontecimientos son explicados y percibidos por los líderes mundiales y los medios de comunicación. Un criterio narrativo puede convertirse en una profecía autocumplida que se reconoce como el tambor de guerra solo cuando ya es demasiado tarde.
Observo el planeta y veo más de cien conflictos armados en todo el mundo, ninguno de los cuales era inevitable. Una de las responsabilidades más importantes de los Estados es generar condiciones para la paz. Como organización con el cometido de proteger y asistir a las víctimas de los conflictos armados, desde el Comité Internacional de la Cruz Roja también tenemos una responsabilidad: hablar en nombre de la paz en una época en la que la posibilidad de la guerra aparece en el discurso público con una naturalidad y una frecuencia inquietantes.
El CICR conoce la guerra. Tengo miles de colegas en el terreno que conocen los efectos de la violencia armada en la humanidad. A diario son testigos de los tremendos estragos que causa en combatientes y civiles. Ayudan a personas que han perdido a sus familiares o sus hogares. Tratan heridas atroces. Se enfrentan a la tortura y las violaciones. Ven lo que la guerra hace a los niños y a la infancia. Son testigos de esta violencia infligida por actores estatales y no estatales, por municiones guiadas por GPS y bombas de fabricación casera, en todo el mundo.
Los delegados del CICR por lo general trabajan sabiendo que el fin de la guerra –ya sea una victoria decisiva o una paz negociada– no llegará pronto. Cada vez que surge un nuevo conflicto armado, sabemos que hay muchas probabilidades de que se prolongue lo suficiente como para afectar a una generación o más, con consecuencias como la obstaculización de posibilidades de desarrollo y el agotamiento de recursos.
Los conflictos armados no son para nosotros hechos esporádicos, que ocurren una vez en la vida. En 160 años, el CICR nunca ha tenido un respiro de la guerra lo suficientemente largo como para olvidar su horror. Por lo tanto, no debería ser una novedad que el CICR desprecie la guerra y todos sus males y, en medio del desmesurado número de conflictos armados actuales en todo el mundo, no debería ser ninguna sorpresa que me vea obligada a pronunciarme.
El principio de Humanidad, uno de los siete principios que guían las actividades del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, nos encomienda promover la comprensión mutua, la amistad, la cooperación y la paz duradera entre todos los pueblos.
Hoy quisiera destacar el papel que el CICR y el derecho internacional humanitario –DIH– pueden desempeñar en lo que respecta a la paz. No daré ninguna opinión sobre conflictos armados específicos, ni sugeriré que el CICR tenga algún papel que desempeñar en la determinación de cómo deben resolverse los conflictos. Nuestra neutralidad –el principio en el que nos apoyamos para poder llegar a todas las personas que necesitan protección, sin importar en poder de quién estén– debe preservarse en todo momento.
La neutralidad y la imparcialidad del DIH tienen sus propios puntos fuertes.
Teniendo esto en cuenta, me gustaría destacar tres formas en que el CICR y el DIH pueden contribuir al objetivo de la paz. Y hago un llamamiento a los Estados y a los grupos armados no estatales para que se basen en ellas en sus esfuerzos por poner fin a los conflictos armados en curso y prevenir los futuros.
En primer lugar, el CICR desempeña un papel de intermediario neutral.
El diálogo entre rivales es fundamental en muchos aspectos: para reducir tensiones, para evitar errores de cálculo y, lo que es más importante, para que, en caso de que se inicie un conflicto armado, haya formas de minimizar su costo y restablecer la paz.
El CICR ayuda a crear y mantener canales de comunicación para que las partes puedan dar los primeros pasos críticos hacia la preservación de la paz cuando se ve amenazada o para respaldar el cese de las hostilidades cuando un conflicto ya ha estallado.
Aquí radica la importancia de la neutralidad del CICR. Es la base de la confianza de todas las partes en nuestro papel estrictamente humanitario. Los Estados y los grupos armados que nos conocen han confiado en nuestros buenos oficios para posibilitar una variedad de iniciativas: han recurrido al CICR para que proporcionara a sus líderes un paso seguro para participar en conversaciones de paz; para que llevara de regreso a casa a personas que estuvieron detenidas; para que acompañara a los miembros de familias separadas a través de las líneas del frente y los reuniera con sus familiares; para que escoltara a las misiones de desminado a través de las zonas de combate y les permitiera hacer su trabajo; para que transmitiera mensajes sobre la organización de treguas, liberaciones simultáneas de detenidos y evacuaciones de las zonas disputadas o sitiadas; y para que transmitiera información sobre las personas desaparecidas.
Pero nuestro papel de intermediario neutral no se limita a la suma de estas tareas específicas. El diálogo de cualquier tipo, facilitado por un intermediario imparcial e independiente, ayuda a sembrar la confianza cuando las partes no quieren o no pueden hablar de manera directa. Y la presencia del CICR puede ayudar a evitar el colapso total de la comunicación en primer lugar, al impulsar y posibilitar el diálogo sobre cuestiones puramente humanitarias. Como nos lo dijo hace muy poco un negociador: hay cien pasos hacia la paz, los primeros son humanitarios.
En segundo lugar, el respeto del derecho internacional humanitario y la paz se fortalecen mutuamente.
Es fácil considerar al DIH de forma aislada, como un mero conjunto de normas sobre cómo conducir una guerra. O peor aún, hay quienes podrían hacer una interpretación errónea del DIH como instrumento de legitimación de los conflictos armados o como una excusa para el recurso a la fuerza.
Pero es importante recordar que el DIH es solo una pequeña parte de una amplia arquitectura jurídica internacional cuyo centro es la paz. La paz siempre ha sido el principal objetivo de los Estados que crearon el derecho de la guerra. Cuando los Estados aprobaron el Primer Protocolo Adicional a los Convenios de Ginebra de 1949, proclamaron "su deseo ardiente de que la paz reine entre los pueblos".
Cuando trabajaron en la regulación de las armas convencionales, se pusieron como objetivo "la terminación de la carrera de armamentos y la instauración de la confianza entre los Estados y, por consiguiente, la realización de la aspiración de todos los pueblos a vivir en paz".
No hay contradicción entre aplicar las normas de restricción en la guerra que prevé el derecho humanitario y trabajar con empeño por la paz.
De hecho, la aplicación rigurosa del derecho de los conflictos armados puede constituir un refuerzo importante de las iniciativas de paz. El respeto del DIH durante los conflictos armados puede contribuir a la transición a la paz al eliminar al menos algunos obstáculos para el establecimiento de la paz: un menor número de personas desplazadas y refugiadas y hogares destruidos se traduce en un menor esfuerzo dedicado a negociar el retorno o el reasentamiento; un mayor respeto de las garantías judiciales en detención se traduce en mayor claridad y sencillez a la hora de determinar a quién liberar y cuándo; la resolución de los casos de desaparición y la reunificación familiar se traducen en un alivio de la angustia y el resentimiento colectivos que pueden ser un obstáculo inexorable para la paz; un menor número de crímenes de guerra se traduce en un menor número de investigaciones penales y de debates sobre la justicia y la rendición de cuentas posteriores al conflicto armado; y, como en todas las relaciones, una menor crueldad en los conflictos se traduce en menos odio como obstáculo para su resolución.
El DIH también puede facilitar el retorno a la paz al reducir el costo material de la guerra. Puede posibilitar el funcionamiento ininterrumpido de las instituciones civiles que son importantes para el comercio nacional e internacional. Y, además de salvar vidas, la protección de infraestructuras críticas y servicios esenciales puede contribuir a preservar en cierta medida la seguridad económica de la población y facilitar la reanudación de la vida normal al finalizar el conflicto armado.
El DIH también brinda oportunidades para fomentar la confianza entre adversarios: por ejemplo, la colaboración a través de las líneas del frente que es necesaria para contabilizar las personas desaparecidas, separadas y fallecidas, y devolverlas a sus familiares puede destrabar diálogos posteriores.
Asimismo, el DIH contiene disposiciones específicas que pueden facilitar las negociaciones de paz cuando las partes así lo decidan. Aunque el DIH es un cuerpo jurídico que rige la conducta en la guerra, también proporciona pautas para salir de ella, por ejemplo, mediante fundamentos jurídicos para la negociación de "acuerdos especiales" entre las partes, como acuerdos de cese de las hostilidades, liberación de detenidos, amnistías y paz. En un sentido más amplio, proporciona un marco sancionado internacionalmente en el que dos bandos beligerantes pueden interrelacionarse simplemente como "partes", sin perjuicio de sus opiniones sobre quién es responsable del conflicto, o del estatuto jurídico y la legitimidad del enemigo.
También insto a todas las partes interesadas a que sigan adelante con su labor de esclarecimiento y desarrollo del DIH, no solo por la contribución que supondrá para ese cuerpo jurídico, sino porque estos esfuerzos sirven para recordar lo que está en juego. Las consultas entre Estados, las declaraciones políticas y los nuevos convenios agudizan nuestra atención sobre el potencial costo humano de la guerra, y se benefician de nuestro deseo colectivo de evitar ese daño. El diálogo multilateral sobre el DIH –ya sea en el marco del desarme o en el contexto de nuestra propia Conferencia Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja– genera confianza y un sentimiento de objetivo común.
Cada vez que reafirmamos los requerimientos del derecho de los conflictos armados, reafirmamos al mismo tiempo nuestro sentido de humanidad compartido. Reconocer que las personas y las comunidades tienen el mismo valor es fundamental para la paz. Tengo la esperanza y la motivación de que el conjunto de normas jurídicas que el CICR tiene el cometido de hacer respetar contribuya de algún modo a este propósito superior.
Por último, en tercer lugar, hago un llamamiento a todos los Estados para que inviertan en la paz.
La visión que les transmito hoy no es la de un experto en resolución de conflictos. Pero represento a miles de colegas comprometidos con su labor que tienen un conocimiento profundo e incomparable del costo humano de la guerra. Su experiencia colectiva relata una y otra vez la misma historia de devastación y pérdida. La realidad es que el DIH y la acción humanitaria basada en principios pueden salvar vidas y prevenir algunas de las peores consecuencias de los conflictos armados. Pero no pueden cambiar la naturaleza de la guerra y el ataque a nuestro sentido de humanidad compartido.
Lo único que se interpone entre la prosperidad y la catástrofe es la creencia de que no hay un camino mejor.
Es el momento de invertir en la paz. Considerar alternativas. Crear opciones. Simplemente reconocer que la participación en cualquier conflicto armado –sea que se considere justificada o necesaria– tendrá un terrible costo humano.
Nuestro papel como CICR será humilde. Será estrictamente neutral. Pero puede resultar decisivo. Todos tenemos un papel que desempeñar.
Gracias.