Wolde-Gabriel Saugeron, que dirige el equipo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Bor, estado de Jonglei, Sudán del Sur, manifiesta sus temores de que se produzca un nuevo estallido de la violencia armada que cause más muertes, heridos y desplazamientos de la población civil.
Yuba (CICR) – Desde mi llegada a Sudán del Sur en enero, nuestro equipo ha sido testigo de dos grandes estallidos de la violencia armada. Hemos entrado en un nuevo círculo vicioso de enfrentamientos entre jóvenes armados que podrían, una vez más, provocar centenares de muertes y el desplazamiento de miles de personas, así como la destrucción de viviendas, cultivos y todo tipo de medios de subsistencia. Nos llega información sobre tukuls incendiados en las aldeas tras violentos enfrentamientos, y sobre jóvenes armados se estarían movilizando en todo el estado para perpetrar nuevos ataques.
La pandemia de COVID-19 limita la capacidad del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) para desempeñar, en un marco de seguridad, su labor humanitaria vital en beneficio de familias y comunidades que, como sabemos, se verán devastadas por la violencia armada. Nuestro temor es que, si los enfrentamientos recrudecen con una intensidad comparable a la que observamos en los últimos meses, podrían causar más pérdidas de vidas humanas, no solo por la violencia en sí, sino porque no tendremos la misma capacidad de antes para evacuar a los heridos en la escala necesaria.
Durante los trágicos episodios de violencia de febrero y mayo, miles de jóvenes armados se movilizaron, durante semanas, preparándose y caminando por Jonglei, cuya extensión es equivalente al doble de la superficie de Suiza. Luego de semanas de rumores sobre ataques inminentes, en las ciudades y aldeas solo quedaban ancianos, mujeres y niños a merced de los atacantes que irrumpían en estas comunidades vulnerables.
En mayo, mis colegas debieron hacer el triaje para determinar qué pacientes heridos serían atendidos en un centro de salud. El resto de los pacientes, para quienes ya no había más lugar en el establecimiento, yacían bajo el sol abrasador, mientras familiares reunidos a su alrededor trataban de ahuyentar las moscas de sus heridas abiertas en un intento desesperado de aliviar su dolor.
En esas situaciones, no podemos evacuar y trasladar a los centros médicos que gestionamos en Akobo y Yuba a todos los pacientes que necesitarían cirugía. Debemos entonces seleccionar a los pacientes que cumplan con los criterios establecidos por nuestros cirujanos. También debemos considerar los aspectos delicados y complejos relativos a la situación de seguridad que determinan, por ejemplo, si nuestros aviones y helicópteros pueden aterrizar. Hacemos todo cuanto está a nuestro alcance para explicar a los familiares que nos imploran por qué podemos trasladar a algunos heridos y no a otros. En momentos como esos, hacer todo lo que está a nuestro alcance no es suficiente cuando debemos elegir a quién salvar.
Desde hace algunos días, nuestros equipos presentes en Jonglei han oído rumores sobre la amenaza de un tercer estallido de violencia armada. A raíz de la pandemia de COVID-19, nuestra capacidad de respuesta a las urgencias médicas y a otras necesidades humanitarias en la comunidad ha disminuido en comparación con principios de este año. Nuestros hospitales están saturados. Debido a la COVID-19, necesitamos crear más espacio entre nuestras camas de hospital, lo que ha reducido en un 30% el número de personas que podemos atender en nuestros pabellones. No podemos realizar nuevas evacuaciones médicas de pacientes con heridas de gravedad hasta tanto no se liberen algunas camas.
Al igual que las comunidades a las que prestamos asistencia, también estamos ansiosos y exhaustos. Nuestros equipos quirúrgicos están trabajando horas suplementarias, y las restricciones de viajes nacionales e internacionales dificultan el ingreso de refuerzos. Además del cansancio, existe la terrible sensación de ver a las comunidades retroceder inexorablemente hacia la violencia, una violencia que nadie parece estar dispuesto o ser capaz de prevenir, pese al contexto de muerte, heridas y destrucción que seguramente traerá aparejada.
Este año, no obstante, había comenzado con un aire de esperanza, en el marco de algunas medidas positivos en el proceso de paz en Sudán del Sur. Hoy en día, en el estado de Jonglei, se están desvaneciendo la seguridad y la protección que este proceso de paz debería traer a las familias y comunidades que tanto las necesitan y merecen. En última instancia, como profesionales humanitarios, debemos reconocer los límites en lo que podemos decir y hacer para preservar la vida, algo que nos ha recordado la pandemia de COVID-19.
Estos ciclos incesantes de violencia armada deben cesar.
Para más información:
Ali Yousef, CICR, Yuba, +211 912 360 038
Aidah Khamis Woja, CICR, Yuba, +211 925 230 500
Crystal Wells, CICR, Nairobi, +254 716 897 265
Ali Yousef, ICRC Juba, +211 912 360 038
Aidah Khamis Woja, ICRC Juba, +211 925 230 500
Crystal Wells, ICRC Nairobi, +254 716 897 265