Artículo

Víctimas de violencia sexual en Colombia cargan con el peso del silencio

Aunque Débora no se llama Débora, a ella le gusta el sonido de ese nombre. Viene de Buenaventura, una ciudad en la costa pacífica colombiana. Desde hace décadas, esta mujer de ojos avellana ha sido víctima de violencia sexual en tres ocasiones diferentes. A pesar de las amenazas para que guarde silencio, ella rehúsa abandonar una de las pocas actividades que le da más alegría que criar a siete hijos: ayudar a otras mujeres que comparten su tragedia.

Para honrar el valor de Débora de cara al Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (25 de noviembre), publicamos este fragmento de un monólogo en el que ella comparte su historia.

‘Firma, o se muere’

Había una mesa redonda y 12 hombres sentados. Yo había llegado con uno de mis hijos a una escuela local y me di cuenta de que había un pistola en una de las sillas. Uno de los hombres dijo: “Por su bien, mande a su hijo para la casa que aquí vamos a tener una charla muy fuerte”. Enseguida, se me vinieron recuerdos horribles de mi pasado que nunca le había contado a nadie.

Cuando tenía 11 años, fui violada varias veces por un tío. Yo no le podía decir a mi mamá ni a mi papá. Cada vez que él tocaba la puerta de la casa yo me ponía muy mal. Usted no se imagina el infierno que tuve que vivir. Cuando vi a esos hombres me acordé de todo el trauma.

"Firma o se muere", dijo uno de ellos. Querían que les diera la mitad de las ganancias de una microempresa de pasteles que yo tenía con otras 15 familias de desplazados. Era mucho sacrificio por poco dinero; así que yo les dije que no tenía plata y les pedí que me esperaran para hablar con las otras familias. Entonces me respondieron: “Le vamos a hacer una advertencia”. Y eso es de lo último que me acuerdo. Quedé inconsciente. Luego me di cuenta de que habían puesto drogas en los refrescos que me habían ofrecido.

Después solo supe que una señora me encontró tirada en la calle en la madrugada. Sin zapatos ni ropa; vuelta nada. Ella me recogió, me llevó para su casa y me dio caldo. Lo primero que hice cuando me desperté fue preguntarle por mis hijos. Ella solo dijo: “No sé”.

Catorce años en silencio

Yo tuve que irme de ahí. Salí llena de deudas, porque tuve que dejar nuestra empresa de pasteles. Solo le pedí a Dios que me llevara a un lugar lejos de personas como esas.

El dolor de una mujer violada, dejarla marcada, eso es irreparable. Nos dejan como un rompecabezas que nunca se volverá a armar. Eso no tiene forma de sanar. Tenemos que hablar y hacer público y visible todos estos casos.

Una mujer no habla por miedo. Yo me demoré 14 años en empezar a hablar. Todo ese tiempo cargando con ese dolor, con la vergüenza. Pero la vergüenza la deben cargar ellos y no nosotras… Nosotras llevamos el peso del silencio. Hablar mitiga un poco el dolor, pero nunca sanará.

Debido a las amenazas para que abandone su trabajo con otras mujeres víctimas de violencia sexual, Débora ha tenido que desplazarse a ocho departamentos diferentes en los últimos 17 años. Uno de sus siete hijos está desaparecido. CC BY-NC-ND/Rebeca Lucía Galindo/CICR

‘Huimos, pero a mi hija ya la habían violado’

Cuando me desplacé tuve que empezar de nuevo. Creé una asociación de desplazados y logré montar un restaurante de mariscos con mis familiares. Cada silla era de un color diferente porque todas eran regaladas. Me regalaron costales, una olla, una estufa, cosas así. Era el mejor restaurante allá, iba hasta el gerente del banco.

Un día llegaron seis hombres a comer y se quedaron en el pueblo por una semana. Cuando fui a cobrar me dijeron que no iban a pagar y nos acusaron de apoyar al otro bando. “A partir de ahora, nosotros vamos a fumar atrás del restaurante y sus hijos nos tienen que llevar el encendedor”, me dijeron. También me obligaron a mandar a mis niñas, una de 9 años y otra de 11, a que fueran sirvientas de dos mujeres que ellos tenían. Fue muy duro volver a encontrar gente así.

No había opción: yo les hacía la comida y mandaba a mis hijas a trabajar para ellos. Pero nos comenzó a ir mal en el restaurante porque la moral estaba baja. Ya no era lo mismo. Un día, alguien me dijo que los hombres estaban manoseando a mis hijas y que estaban pensando en abusar de ellas. Me dijeron: “Por favor, no las deje ir”.

Traté de que alguien interviniera para que ellos nos dejaran en paz, pero no pasó nada. Por eso, un martes por la mañana, nos tocó salir y dejarlo todo otra vez. Después me di cuenta que a mi hija de 9 años ya la habían violado. Ella no me había dicho nada porque le dijeron que me iban a matar.

‘No puedo descansar’

He recorrido mucho. Me ha tocado vivir en ocho departamentos y ahora uno de mis hijos está desaparecido. Cada desplazamiento, cuando empezamos de cero, nos da una lección. Hoy tengo a mis hijos viviendo en cuatro partes diferentes. He arriesgado demasiado. Quisiera hacer un alto en el camino para recuperar a mi familia, en especial porque ya falta poco para las fiestas de fin de año.

A pesar de todo eso, he tenido la oportunidad de trabajar en muchas jornadas de ayuda y he acompañado a más de 600 casos de violencia sexual. Las apoyo en lo que puedo.

Haciendo ese trabajo me di cuenta de que sí hay un alto índice de violencia sexual en Colombia que está vinculado al conflicto armado. Pero hay muchos otros casos que tienen que ver con familiares, vecinos, hombres comunes y corrientes.

A veces quiero parar, pero me da dolor abandonar a esas mujeres. He conocido historias horribles de mujeres que las violan en lanchas y luego las tiran al mar. Conocí a una señora que había sido abusada tantas veces que quedó sorda del trauma, a otra que la quemaban con una plancha. Dígame usted: ¿Cómo hago para saber todo esto y dormir tranquila?

En agosto de este año, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) financió una cirugía que Débora necesitaba con urgencia y actualmente le está ofreciendo tratamiento psicosocial. “A veces me miro en el espejo y siento que es un sueño, porque ya había perdido el anhelo de vivir. Ahora me quiero recuperar para irme de luna de miel con mi esposo”, dice Débora.